sábado, 25 de octubre de 2008

a un taxista esmoyejado

Le cuento a un taxista un chiste.
Resulta que se mueren dos personas: un cura y un taxista.
Una vez en el cielo, al sacerdote le toca vivir en un barrio muy pobre; pero, a lo lejos, ve una urbanización lujosa, de mansiones, con piscinas, caballerías, jardines, y pare de contar.
Va y se queja ante San Pedro.
Cómo es posible Pedro que yo, que viví consagrado al apostolado, nunca dejé de oficiar la Santa Eucaristía, que dí clases,..., esté en este barrio miserable.
Pedro, sin titubear, le dice:
yo no dudo de que fuistes un santo en la tierra; pero, desde aqui, desde el cielo, yo veía como la gente al abordar el taxi se persignaban, y oraban ante el Señor... Por eso le dí ese premio. El taxista se rió sin que pudiera contener la risa. Todavía cuando me ve se sigue riendo.
Indudablemente, que es eso lo que uno hace cuando aborda un taxi, aqui en Maracaibo. Puede que llegue o puede que le de un infarto por el precio de la veloz carrera...
Las autoridades competentes se hacen los suecos. Ellos saben que van directos al infierno, sin taxis que nunca abordaron.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo