martes, 27 de noviembre de 2012

El contexto histórico del año de la Fe


Da lo poco que tienes, presta servicio y sigue de pie, siempre con fe y esperanza.
     Estamos en un tiempo de compromiso, de estudio, reflexión y meditación; pero, por encima de todo, de acción para llevar a Cristo por todo el planeta tierra. Es un compromiso de la Iglesia, de los católicos, en los distintos ámbitos de responsabilidades. Iglesia somos todos.
     Es tiempo para interrogantes como la de cuál es el contexto histórico en el cual se ha planteado el Año de la Fe que, convocado por Benedicto XVI, en su carta apostólica Porta Fidei, ya corre por el universo.
    Para precisarlo, me sirve de guía la Constitución Apostólica Humanae Salutis del papa Juan XXIII que, según Mario Moronta, “dibuja claramente el panorama en medio del cual se va a desarrollar el Concilio Vaticano II” (MORONTA, Mario. La dimensión profética del Concilio Vaticano II. Vida Pastoral. Octubre 2012).
     Cuando el Concilio es convocado por Juan XXIII – que, por cierto, al asumir ese nombre quedó comprobado que el otro Juan XXIII fue un anti papa - se avizoraba un cambio de época, después del desastre bélico reciente que costó más de 50 millones de víctimas. Se pensaba que podía lograrse para los pueblos del mundo “desarrollo humano integral” que, no obstante algunos trascendentales logros, no se ha conquistado, y la paz hoy está en vilo. Con sólo asomarnos a la calle lo podemos constatar.
     ¿Sigue planteado ese cambio de época?  Yo pienso que si. Porque las desigualdades sociales se hacen más indignantes, ya que, no sólo se habla de ricos, pobres y miserables, sino de empobrecidos, que son los millones de pequeños y medianos empresarios arruinados, desempleo galopante, profesionales sin destino, y con el ilícito dominando, Incluso, a la gobernanza de las naciones; el narcotráfico ha penetrado en numerosas instituciones, el secuestro, los atracos, robos, y paro de contar.
     El hombre contemporáneo se siente atrapado y sin salidas. No le ve sentido a sus vidas. Y la fe se debilita, a Cristo se le aparta. Y es que, esto me hace pensar en aquello de “Señor no me des muchas riquezas porque me olvido de ti; pero tampoco me des miseria porque también me olvido de ti”.
    Es un contexto histórico que hace recordar la globalización solo en relaciones comerciales, que no tiene rostro humano, que se olvidó de la vida humana, que ha sido capaz de arrasar con economías sanas de pueblos y que ahora, se dispone  llevar   autoritarismos al paroxismo con fascismo y corporativismo, cercenando la libertad del hombre y su derecho de vivir con dignidad, decoro y calidad de vida. Los pueblos tienen que levantarse ante las finanzas sin moral y protestar, cueste lo que cueste, porque vale más morir de pie, que vivir de rodillas.
     Este tiempo lleva a pensar el por qué León XIII dictó la encíclica de encíclicas, la Rerum Novarum, antecedente y fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia. Era la consecuencia de la codicia de los poderosos que, ayer y hoy, ha sido  causa del malestar social, y al decir poderosos me refiero a un amplio espectro.
     Es tiempo de cambio, en aras de la libertad, la justicia, la solidaridad, del compartir, de la misericordia, de la caridad y del amor.
     Es este el contexto histórico del Año de la Fe. Es tiempo para decir con Santiago: ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de ustedes les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo ¿De qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo por mis obra te mostraré la fe” (St 2, 14-18). Es una extensa cita bíblica contenida en Porta Fidei.
     Santiago quiere dejar claro que debe ser una fe que genere compromiso de misericordia y de que la fe y las obras deben caminar juntas, de las manos, ya que, ninguna es más importante que la otra. La fe es garantía de lo que no ve. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. (Léase reiterativamente y despacio el capítulo 11, 1 y ss de Hebreos).

¿Qué quiere Cristo de mí?

La fe es un acto donde libremente pongo mi confianza en Dios. Fe es el fundamento sobre el que podemos vivir sin miedo ( Benedicto XVI )
Hago la pregunta de manera personal, pero la puedo hacer así, distinta: ¿ Qué quiere Cristo de nosotros?
El no nos quiere pasivos, viviendo con temor, aterrorizados ante los anuncios del fin del mundo, ante los acontecimientos naturales o cósmicos o ante los humanos.
Cristo quiere que nadie nos engañe. ¨Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: ¨Yo soy¨, o bien ¨El momento está cerca¨, no vayáis tras ellos¨ ( Lc 21, 5- 11 ). ¿ Qué debemos hacer?
¨Las palabras apocalípticas de Jesús...Quieren apartarnos de la curiosidad superficial por las cosas visibles y llevarnos a lo esencial: a la vida que tiene su fundamento en la Palabra de Dios que Jesús nos ha dado; al encuentro con Él; la Palabra viva; a la responsabilidad ante el Juez de vivos y muertos¨ ( Benedicto XVI ).
Tenemos que observar a las personas profundamente como hacía Jesús. Buscar el más mínimo detalle, que nada se nos pase.
Observarnos por dentro de nosotros y cultivar la vida espiritual. No viviendo en el pecado, dedicados a hacer del interior nuestro, un poderoso templo espiritual para recibir a Dios, desprendiéndonos de lo superfluo y llenarnos del amor de Dios. Velemos, trabajando por llevar a Cristo Rey por el mundo, para que triunfe el amor sobre mezquinos deseos humanos.
Oremos sin cesar; recemos; realicemos con amor lo que se nos haya encomendado hacer por el Reino de Dios. Saquemos tiempo de debajo de las piedras, hagamos del amor un tesoro y reproduzcamos todos nuestros talentos. Leamos, estudiemos y proclamemos la Biblia; el catecismo; etc. ¿ Tendremos tiempo para vivir con miedo?

lunes, 19 de noviembre de 2012

Conoce tu Iglesia


“Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá” (Mt 16, 18).
     He leído y estudiado con detenimiento, siguiendo la recomendación del Santo Papa Benedicto XVI, contenida en la carta apostólica Porta Fidei, el decreto del Concilio Vaticano II, titulado Christus Dominus, sobre el ministerio pastoral de los Obispos.
     No obstante, tratarse de un decreto conciliar de menor importancia que las constituciones, todos emanados de dicho Concilio, que convocara el Papa Juan XXIII, no es de menor importancia su contenido.
     Es necesario destacar que los decretos conciliares tratan sobre principios doctrinales aplicables a ciertas actividades u organizaciones de la Iglesia Católica, que tienen un fuerte valor teológico; organizaciones que, al estudiarlas, nos permite conocer más y mejor nuestra Iglesia Católica.
    Se hace imprescindible saber, en espacio reducido periodístico, que Cristo envió a sus apóstoles – sus discípulos – para edificar su Cuerpo (Ef  4, 12), que es la Iglesia, ese Templo que, Jesús, construyó sobre esa piedra, que eso es lo que significa Pedro, tanto en arameo (cefas) como en griego. Él los santificó y les envió el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, cuando nace la Iglesia oficialmente.
     De allí, de los apóstoles, como sus sucesores, provienen el Papa y los otros Obispos, constituidos por el Espíritu Santo, para enseñar a todos los hombres y apacentarlos.
    El Sumo Pontífice ejerce la autoridad sobre los Obispos y sobre toda la Iglesia. Ellos desarrollan el magisterio y el régimen pastoral.
    Los Obispos son solícitos para todas las Iglesias. No se reducen a sus diócesis, donde tienen toda la potestad ordinaria.
    Importante conocer los dicasterios, creados por el Papa para el bien de la Iglesia universal.
     La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apacente con la cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
     Son diversas y de mucha responsabilidad, las actividades del Obispo que, resumidas, buscan estimular formas especiales de apostolado, para que todas vayan de acuerdo; siendo catequéticas, misionales, caritativas, sociales, familiares, escolares y cualquier otra que se ordene a un fin pastoral.
     Los obispos auxiliares cooperan con el Obispo en sus actividades. Lo mismo que el Vicario general. Son cooperadores.
    Los sacerdotes diocesanos, y religiosos, ejercen con el Obispo el único sacerdocio de Cristo. Son asiduos cooperadores del orden episcopal.
    Organizaciones como sínodos, concilios, conferencias episcopales, vicariatos castrenses, son de fácil conocimiento si leemos, con detenimiento, el decreto Cristus Dominus, ya citado.
     Cuando los Obispos se reúnen en sínodos, terminan con establecer normas  comunes para todas las Iglesias, tanto para la enseñanza de la fe, como en la ordenación de la disciplina eclesiástica.
     Es importante que los Obispos de una misma nación o región se reúnan en una asamblea (Conferencias episcopales) para que, comunicándose las perspectivas de la prudencia y de la experiencia y contrastando los pareceres, se constituya una santa conspiración para el bien común de las Iglesias.
     Yo concluyo estas notas afirmando que, lo que se conoce en profundidad  se termina amando con la misma intensidad, por tanto, conoce profundamente, conozcamos con ese inmenso amor, la Iglesia Católica que fundó Cristo. Así estaremos amando y siguiendo con fidelidad a Cristo.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La Luz de los pueblos


La Iglesia es visible y espiritual
Lumen Gentium es una de las cuatro constituciones dictadas por el Concilio Ecuménico Vaticano II, que contiene ocho capítulos dedicados al Misterio de la Iglesia, al Pueblo de Dios, a la Jerarquía de la Iglesia, a los laicos, a la vocación a la Santísima Trinidad, a los Religiosos, a la índole escatológica de la Iglesia, y a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Esta constitución me ha servido de guía para la estructuración de estas notas.
Cristo es luz de los pueblos que brilla sobre todos. El quiere que  llevemos su Evangelio por el mundo.
Para ello, está la Iglesia que  es signo e instrumento de la íntima relación con Dios y de la unidad de todo el género humano. A ella, que somos los sacerdotes consagrados, los religiosos y los laicos, en el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización, propiciadas por el Santo Papa Benedicto XVI,  corresponde llevar, a los pueblos, el Reino de Dios.  El Espíritu Santo siempre nos dirá el cómo hacerlo. Es la misión.
El pueblo de Dios está llamado siempre a la catolicidad y a la universalidad, porque todos los hombres son llamados a formar parte del rebaño.
La Iglesia se siente vinculada con los bautizados que no profesan la fe; tiene vínculos con cristianos no católicos. Ella es misionera con un mandato bien definido: anunciar el Evangelio por todos los confines del mundo.
Tiene su Jerarquía que encuentra sus orígenes en Cristo y sus Doce Apóstoles. Sus Obispos, encabezados por el Papa, cuyo oficio es, fundamentalmente, enseñar a todas las gentes y predicar el Evangelio a toda criatura. Ellos rigen como vicarios y legados de Cristo, junto a los presbíteros y diáconos.
A los laicos nos corresponde ayudar, colaborar, con todas nuestras fuerzas, las recibidas por el Creador y las otorgadas por la gracia del Redentor, al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación. Que tengamos un testimonio de vida que brille a través del Evangelio, en la vida diaria, familiar y social. Capaces de vencer el pecado.
En estos tiempos, donde se vislumbra un cambio de época, que ya fuera profetizado por Juan XXIII, en los momentos cuando se disponía a anunciar la convocatoria del Concilio Vaticano II, a la Iglesia le toca capacitarse a diario y de manera permanente, para comprender los “signos de los tiempos” y ayudar al hombre que sufre ante las dificultades, que tiene crisis de fe y adolece de vacío espiritual, a salir avante, y confíe en Dios, siendo capaz de donarse a sí mismo, como lo hiciera la viuda de Sarepta.
Estamos llamados a la santidad. A una disposición del corazón de entrega a Dios y de confianza plena en él, y en su providencia, “porque esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4).
¿Cuándo alcanzará la Iglesia peregrina su consumada plenitud?
Entrando en lo escatológico, esa plenitud la logrará en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando junto al género humano, la creación entera sea perfectamente renovada (cf. Ef 1, 10; Col 1, 20; 2 Pe 3, 10-13).
No dejemos nunca de venerar la memoria de la gloriosa siempre virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, en el plano de comprender el Misterio Divino de la salvación que nos es revelado y se continúa en la Iglesia. Tengamos en Maracaibo, en la mente de cada uno de nosotros los de esta ciudad, a la Patrona la Virgen Nuestra Señora de Chiquinquirá “La Chinita”. Pidámosle a ella que interceda ante su Hijo por la paz y el bienestar espiritual y material de todos.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Internacional de las espadas o espadas del civismo?

Cumbre Internacional de Gobernabilidad ¿ Espadas del civismo o espadas de...? ...o qué?
Hace más de veinte años, estando en Caracas con mi esposa y unos colegas, pregunté si conocían al Dr. Leonardo Altuve Carrillo.
El Dr. Pedro Vetencourt me dijo: Si. Es mi amigo.
Y al otro día, llevados por él - hombre gentil - fuimos a una vieja casona en El Paraíso, donde, junto a su esposa, vivía, muy humildemente, el Dr. Altuve.
Les cuento.
Hacía varios años, pasábamos una semana santa en San Cristóbal, mi familia y la de un compadre.
Mi compadre y yo, fuimos al cafetín del hotel Tamá,
Unos días atrás, había leído un trabajo histórico del Dr. Altuve, y me quedó grabada su foto.
Me le acerqué a él.
Conversaba con un señor y una señora.
Le pregunté: ¿ perdone, usted, es el Dr. Leonardo Altuve Carrillo?
Si, por qué?
Le conté.
Amablemente, me presentó a su señora y al diputado con quien charlaba.
Mi sorpresa que, en la noche, cuando entro a la habitación, sobre la peinadora un libro con una dedicatoria: Yo fuí Embajador de Pérez Jiménez.
Al día siguiente le dí las gracias.
Esa noche en su casa, le recordé lo de San Cristóbal.
Y con gentileza procedió a enseñarme su casa.
Nos llevó a un cuarto.
Puras fotos de dictadores: Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, Strossner, Somoza,entre otros.
Mira Leonardo lo que tienes son puros angelitos...le espectó Vetencourt.
Con agilidad mental le respondió: ¨Los que les hace falta a la América latina¨.
El Dr. Inciarte es adeco. Dijo uno de los presentes.
No importa. Es un hombre honesto. Lee mi libro Yo fuí embajador de Pérez Jiménez y constarás mi opinión expresada en él sobre los adecos honestos.
Cierto es que las dictaduras garantizan la seguridad de bienes y personas. Pérez Jiménez lo demostró.
Se impone qué hoy ¿ seguir sin gobernanza eficaz en estos países a merced de la delincuencia ? o qué ¿ internacional de las espadas o las espadas del civismo, de la legalidad?.
Los gobiernos deben imponerse y la gente lo agradece; pero no se puede seguir viviendo sin salidas, atrapados por la delincuencia y ¨gobernantes¨ que no encaran el asunto.... no que la culpa es del presidente...no que la culpa es de los gobernadores o alcaldes... no carajo!...ya basta!.
El Dr, Altuve me honró con su amistad, me envió muchos libros y me permitió conocer bastante  una época de la que poco conocía, que, como toda época tuvo luces y sombras...

Hoy parece que hay más sombras que luces.