martes, 29 de septiembre de 2015

Romano Guardini y su influencia

(Autor de “El ocaso de la Edad Moderna”)
En Múnich de Baviera, el 1 de octubre de 1968, falleció Romano Guardini que, según su biógrafa Hanna-Bárbara Gerl, es como “un Padre de la Iglesia del siglo XX”.
Joseph Ratzinger, desde estudiante, lo eligió como su gran Maestro. Había tenido la dicha de haberle escuchado en sus brillantes exposiciones en clases.
En su obra “Jesús de Nazareth”, Benedicto XVI, declara que una obra cumbre de Guardini, “El Señor”, dedicada a Jesús, le inspiró para escribirla. El afirma que continúa recorriendo las sendas abiertas por su Maestro.
Benedicto XVI dice de él, que es “una gran figura, intérprete cristiano del mundo y de la propia época”. Su arte de la interpretación, le resultaría más fácil poder concluir el por qué del ocaso de la Edad Moderna. Precisamente, Francisco, en Laudato Si, cita su obra El ocaso de la Edad Moderna en los numerales 83, 84, 85, 87 y 88, de ese libro.
Alumno y Maestro han tenido toda la vida encuentros. Oyente de sus clases, lector de sus obras, citas de éstas en casi todos sus escritos. Los dos satisfacen una preocupación al buscar y encontrar la “esencia del cristianismo”, que es título de una de las tantas obras de Romano Guardini. Que le sirvió de guía a Introducción al cristianismo de Ratzinger.
Para ellos era importante el destino de la Iglesia y de Europa. Benedicto XVI llega a sostener que “se puede ser cristiano únicamente en la Iglesia…”  y que Europa no olvide sus raíces cristianas en “una herencia vinculante para los cristianos”.
El espíritu de la Liturgia es de su interés que, como fresco estaba escondido a los fieles y que “el Concilio Vaticano II sacó a la luz… quedando todos fascinados por la belleza de sus colores y de sus figuras”; pero cuidando siempre la Liturgia para sacar al hombre de su ocaso, de su alejamiento de Dios y de Cristo, de su ruina espiritual, la peor de las pobrezas que hacen sucumbir al ser humano ante cualquier viento o brisa, ni hablar ante los totalitarismos y la fuerza, insaciables y sin límites en su maldad.

La obra de estos gigantes de la Iglesia, como Padres de ella, debe ser estudiada en la actualidad, que se requiere de cambios radicales en las personas y en los pueblos abatidos y sin esperanza de un mundo mejor, que necesitan de Dios, único Rey de todos los hombres y mujeres de fe.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Las élites mil millonarias ¿Exentas de codicia?

Yo no me anoto entre los que dicen que ser rico es malo, ni tampoco asumo la posición respetada, pero no compartida, de algunos que rechazan la riqueza.
Ante el tema, afirmo que la riqueza cuando se concentra en pocas manos y éstas no se ocupan en hacer empresas, crear millones de empleos dignos, ni hacen más obras de caridad, de beneficencia, produce malestar social y sus inevitables dolorosas consecuencias.
San Basilio aseguraba que la riqueza es como el agua. Si la riqueza se distribuye equitativamente, con sentido social, atendiendo al bien común es como el agua que si continuamente baja por una cascada estará pura, limpia, cristalina; pero si no es así y se encharca, se pudre.
Si sigo acudiendo a los santos y menciono a San Juan Crisóstomo y lo hago de manera literal, éste, que era boca de oro por su verbo en homilías que aún resuenan, nos definirá la riqueza y la pobreza, y contento con lo que basta.
“Aprendamos de éste Lázaro a no tener por dichosos a los ricos ni por desgraciados a los pobres. O, más bien, si hay que decir la verdad, no es rico el que está rodeado de muchas cosas, sino el que no necesita de muchas, ni es pobre el que no posee nada, sino el que desea muchas cosas. He aquí lo que debemos de tener por definición de la riqueza y pobreza. Luego, si ves a uno que codicia muchas cosas, aun cuando fuere dueño de las riquezas de todos, tenlo por el más pobre de todos. Si ves, por el contrario, que no necesita de muchas cosas, aun cuando nada posea, tenlo por el hombre más opulento del mundo”. Continúa San Juan Crisóstomo y dice: “Aquellos, que se contentan con lo suyo y no asechan los bienes ajenos, aun cuando sean los más pobres del mundo, hay que tenerlos por los más opulentos. Efectivamente, el que no necesita de lo ajeno, sino que se contenta con lo que le basta, es el hombre más rico del mundo”.
El joven que quería entrar al Reino de Dios, en El Valor de las riquezas, Mc 10, 17-22, Jesús le dice “vende cuanto tienes y dalo a los pobres”.
Para San Clemente de Alejandría, el Señor no manda que tiremos nuestra hacienda y nos apartemos del dinero. El quiere que desterremos de raíz la codicia, que ahoga la verdadera vida. Si botáramos la riqueza, si no tener nada fuera ser feliz, los indigentes, los que andan por el mundo sin conocimiento de Dios, serían inmensamente felices, lo que no es cierto.
El Señor quiere que arranquemos de raíz lo que es ajeno al espíritu. He aquí la doctrina digna del Salvador.
Poseer lo suficiente y no angustiarse por tenerlo que buscar, y, por otra socorrer a los que convenga. ¿Qué comunión puede haber si no tenemos nada?
La riqueza hay que ponerla al servicio de la justicia y hacer el bien con ella. Sólo así ser rico no es malo.
Por nada en el mundo deseo el malvado hecho rico… esperemos sus resultados.