lunes, 9 de marzo de 2015

La participación de los cristianos en la vida pública

Sin miedo hagamos confesión pública de la fe en Dios”
Ante las difíciles circunstancias, innumerables problemas, conflictos, violencia, guerras, persecuciones, intolerancia. Injusticias, hambrunas, corrupción, ilícitos de todo pelaje, desconocimiento de la libertad religiosa, tráfico de drogas, esclavitudes modernas, entre numerosas situaciones dramáticas más, que se “viven” en el planeta, la Iglesia y su pueblo – el pueblo de Dios – los católicos no podemos permanecer indiferentes en el ámbito de las correspondientes responsabilidades.
Por tanto, ni en el plano nacional ni internacional podemos lavarnos las manos como Pilatos. Francisco, nuestro Santo Papa, ha reiterado que quiere una Iglesia en salida y accidentada y no una Iglesia enferma, ensimismada o encasillada en sus muros, o en otras palabras, quiere que todos participemos aportando soluciones para la vida, para la justicia y la paz. Que seamos parte de la solución, no del problema. Ningún aporte es chiquito. Todos son indispensables para la existencia de una sociedad mundial mejor, llena de la presencia de Jesucristo, el salvador del mundo.
Nuestra única confianza, como católicos que somos, es Dios, para mantenernos fieles en la fe cristiana.  Para lograr esto último, hay que tener una estrecha y cordial comunión con la Iglesia y con la interpretación de las enseñanzas del Evangelio realizada auténticamente por ella. Seguir la Patrística, la Tradición, el Magisterio de nuestra amada Iglesia.
Hay numerosas situaciones que, junto con las señaladas, nos llevan al miedo. “No tengáis miedo”, era una arenga permanente de San Juan Pablo II, y sin miedo, o con miedo, sin dejarnos paralizar por éste, debemos estar en convivencia con la libertad, en democracia – que debemos defender siempre – sin indiferencia, con discernimiento para no dejarnos confundir nunca, ante discursos vacíos, repetitivos, que sólo sirven para alienar al hombre y alimentarlo de ilusiones, que son ajenas a la verdad.
Los católicos debemos anunciar a Jesucristo, seguir su Evangelio. El quiere que “adoremos al Padre en el Espíritu y en la verdad. Porque esos son los adoradores que busca el Padre. Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24).
Alimentados por la fe en Cristo, guiados por ella, iluminados por el Espíritu de Dios, debemos desarrollar nuestras propias potencialidades, carismas, dones, recursos, capacidades y las del mundo, cuando existen realidades dolorosas.  Orientarlas, dirigiéndolas al Reino del Padre. Afirmando al hombre, su valor absoluto y exaltando de manera radical y plena su dignidad inviolable de persona humana. Dentro del respeto a las libertades – entre ellas la religiosa – y de los derechos humanos, en un Estado de Derecho, de separación de poderes, de gobernabilidad que garantice la paz, la convivencia y el respeto de la vida.
Tenemos responsabilidades como sacerdotes, religiosos, laicos, para la formación religiosa. Con la conciencia de libertad que no puede prescindir de responsabilidad moral, y que va más allá, abarcando a todos los ciudadanos y dirigentes.
Podría seguir extendiendo el tema; pero mi esperanza es que estas ideas lleguen a los jóvenes, verdaderos motores de la libertad. Más de uno ha pagado con su vida por defenderla. Dios les bendiga, ampare y proteja. Nosotros apoyemos a nuestros jóvenes. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para su formación plena. Venezuela lo reclama.