jueves, 14 de febrero de 2013

La Iglesia ante la realidad actual


“Vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el alfa y  omega, el primero, y el último, el principio y el fin” (Apoc 22, 12-13)
Gaudium et Spes es una Constitución Pastoral, aprobada en el marco del Concilio Vaticano II por el Papa Pablo VI, que trata, tanto de la economía como del amplio territorio de la convivencia, y de ese concepto auténticamente humanista del desarrollo de los pueblos del mundo.
La relación de la Iglesia con la tierra, su relación con la familia humana integral, con sus gozos, esperanzas, tristezas y angustias, está bien definida en ese documento, de vigencia resaltante.
El ser humano es primero en todo y su salvación es prioritaria ante nuevas formas de esclavitud. Para ello, la Iglesia interpreta los signos de la época y lo hace a la luz del Evangelio. La Iglesia es siempre luminosa aun en tiempos de tinieblas, que, paradójicamente, están signados por una ciencia y tecnología, cada vez más en avance en el presente, pero con miseria que tiene en peligro al hombre, temiéndose por su extinción de la faz del planeta.
En tiempo de agudo sentido de libertad, ¿Es de cambios profundos? ¿Cuáles instituciones, cuáles leyes, cuáles maneras de pensar y de sentir distintas a las del pasado, serán bases de esos cambios?
La Iglesia sabe que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo. Sólo él, salva.
Hay que buscar que quienes se han alejado de la religión vuelvan. El retorno del hombre hacia Dios es imperioso para que regrese la armonía, la justicia, la fraternidad, el amor… y huyan el odio, el rencor, la intolerancia, la hostilidad… No puede seguir el hombre viviendo entre libertad o esclavitud, entre riquezas opulentas para  élites y pobreza extrema en aumento para millones de seres. Los hambrientos reclaman con indignación un nuevo orden político, económico y social que esté a su servicio para afirmar su dignidad. La Iglesia no puede ser indiferente ante esta realidad ni lo ha sido nunca.
La fe y la caridad son indisolubles. Entiéndase bien. Fe, que es respuesta de amor a Dios, que es amor, y que quiere el compromiso de llevar a la práctica ese amor, con buenas obras.
El hombre es un ser social y lucha, a través de sus asociaciones, por derechos humanos, por la libertad, por la vida, por el decoro, por su propiedad, y ha de hacer el bien y evitar el mal; pero los gobiernos deben crear condiciones para que puedan lograr esos fines, en el que el bien común ocupa un lugar preponderante.   Ha de evitar el individualismo o el indiferentismo ante el sufrimiento del ser humano.
Como laicos tenemos compromiso. El de cumplir bien nuestros deberes siguiendo el ejemplo de Jesucristo, quien ejerció el artesanado. Deberes familiares, profesionales, políticos, científicos, técnicos, acorde con los valores religiosos, para la gloria de Dios, sirviendo a El y a los demás con entrega y abnegación.
Es tiempo de valentía para todos y de tener claro qué somos, para qué servimos, para no confundir ni confundirnos. Es tiempo de admirar los buenos ejemplos. El del santo Papa Benedicto XVI es uno de ellos.

lunes, 4 de febrero de 2013

Mater et Magistra y la economía


El 15 de mayo de 1961, Juan XXIII, el llamado Papa Bueno, dictó al mundo la carta encíclica Mater et Magistra, como un tratado sobre la economía y su incidencia en la creciente cuestión social. La dirigió, fundamentalmente, a los actores principales de las relaciones económicas: Estado (Gobernantes), empresarios y trabajadores del mundo.
Traducida del latín, la frase se refiere a la Iglesia, que es Madre y Maestra de los pueblos. Iglesia católica fundada como tal por Jesucristo para que en el transcurso de los siglos, los pueblos encontraran en Ella su salvación. Su misión es engendrar hijos para sí, educarlos y dirigirlos, velando con material solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos.
Es preciso dejar sentado, como punto de partida que, Cristo, no sólo se ocupó del espíritu del hombre sino de lo material de su cuerpo. En cierta ocasión dijo “yo soy el camino, la verdad y la vida”, y, en otra, conmovido expresó: Siento compasión de esta muchedumbre, demostrando también que le interesaba la satisfacción de las necesidades materiales de hombres y mujeres (Mt 14, 13 – 21).
Para Juan XXIII, que tuvo la valentía de convocar e instalar el Concilio Vaticano II, la cuestión social tiene dimensiones mundiales. Lo podemos apreciar en el ayer y en el mundo actual, “guiado” por una globalización en la economía que, a nuestro modo de apreciar las cosas, ha producido una desigualdad horrorosa entre ricos y pobres, en los países, incluso, ricos.
La economía atañe a todos. Nos beneficia y nos perjudica de acuerdo con sus vaivenes.
En la encíclica, se reafirma el carácter de “derecho natural” de la propiedad privada que tiene que cumplir una función social.
La superación de la desigualdad entre ricos y pobres es urgente, si paz se quiere tener en el planeta; porque es excesiva la brecha existente.
La iniciativa privada de los ciudadanos ha de ser respetada por los gobernantes o por los Estados. No se niega hoy que, para que la economía sea exitosa y haya convivencia fecunda y bien ordenada,  es imprescindible la colaboración entre Estado, empresarios y trabajadores, en esfuerzo conjunto por el bien común nacional e internacional en este mundo entrelazado.
Téngase presente, como sana advertencia, que cuando falta la actividad de la iniciativa privada o particular (MT 57) surge la tiranía política y no sólo esto – por demás grave -, se produce además en determinados campos de la economía un estancamiento general, traducido en desabastecimiento en muchos bienes de consumo y de múltiples servicios.
Los trabajadores, a quienes más se dirige la carta encíclica Mater et Magistra, tienen dignidad, y sus salarios han de atender a ésta, al bienestar de ellos y de sus familias. No puede haber la concepción del sueldo mínimo como tope en las esferas pública y privada de la economía.
Y finalizo estas breves notas, afirmando que, el Estado, en ningún momento ha de coartar la libre iniciativa de los particulares ni ir en contra de la función subsidiaria que garantiza a los individuos  que puedan realizar con su propio esfuerzo e iniciativa actividades económicas que les son propias. Ningún poderoso debería ir en contra de ese principio de subsidiariedad porque sería destruirlos o absorberlos, lo que estancaría a la sociedad en general.