martes, 25 de octubre de 2011

Cuídate del adulante

“El que acepta que lo corrijan ama el saber… Yavé condena al hombre con dobles intenciones” (Pro 12, 1-2).
Se piensa que la adulancia es solo con los hombres de poder. Nadie debe creer que se trata de algo nuevo en la historia de la humanidad.
Por supuesto, que más proclives a ser víctimas de estas perversidades, son los gobernantes y quienes tienen riquezas.
Recuerdo, de la historia de Venezuela, a José Tadeo Monagas y Antonio Guzmán Blanco, como algunos les adularon hasta llegar a la genuflexión y a la abyección.
Cuento.
Al mayor de los Monagas, un ayudante que él tenía, al momento de preguntarle por la hora, le respondía: “La que usted quiere que sea General”
Al llamado Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco, que quiso destruir la Iglesia Católica, y, que además castigó al Zulia, creando el “gran estado Zulia-Falcón, capital Capatárida”, le gustaba que le compararan con Bolívar. Un ministro suyo, despedido por él con insultos y vejaciones públicas, al instante de la estampida, le decía: “Hasta en lo malcriado se parece al Libertador”. El “jaleti” fue perdonado de inmediato por Guzmán, el hombre que dictó el Decreto de Instrucción Pública y Gratuita para todos.
La adulancia es decir con intención inmoderada y fingida lo que puede agradar a otro. Busca un fin. A veces llega a lo vergonzoso como ocurrió con un tal Vidaurre, intendente de Lima, que se puso en cuatro patas para que Bolívar subiera al hermoso alazán árabe que le había obsequiado la municipalidad.
Yo presencié un hecho que llamó a los que estábamos presentes a la hilaridad. Resulta que, en un Congreso de Derecho, celebrado en Caracas, uno de los ponentes, por razones ajenas a su voluntad, llegó retrasado. Su conferencia estaba pautada para la mañana y llegó en la tarde. Al verlo, un colega nuestro se le acercó y le dijo: “Magistrado, le felicito, que brillante estuvo su charla, genial…” A lo que este respondió; “Chico, si voy llegando…”
Es un hecho seguro que el hombre que lisonjea a su prójimo, “red le tiende delante de sus pasos” (Pro 29, 5). La lisonja es alabanza afectada para ganar la voluntad de alguien que algún poder, riqueza o influencia tenga.
Cuídate de la adulancia, el halago, la lisonja, que son especies de la hipocresía y recuerda aquello de “sean mansos como una paloma y astutos como una serpiente”, astucia que es malicia, para saberla distinguir.

lunes, 10 de octubre de 2011

Pablo VI y la civilización del amor

“El amor es paciente, servicial y sin envidia” San Pablo
Vino al mundo y sus padres le pusieron estos nombres: Giovanni Battista Enrico Antonio María Montini. Nació en Lombardía, el 26 de septiembre de 1897 y murió en Castel Gandolfo el 6 de agosto de 1978.
Es elegido Papa el 21 de junio de 1963.
Sucedió al llamado, con justificación, Papa Bueno, Juan XXIII. Antes había sido nombrado Arzobispo de Milán y Cardenal, nombramientos que efectuaron Pío XII y Juan XXIII, respectivamente.
Un hombre que, desde que asumió el nombre del apóstol Pablo, anunciaría al mundo cual sería el sello de su gestión: difundir el Evangelio de Jesucristo a todos.
Ese promotor de paz, llamado Juan XXIII, convocó al Concilio Vaticano II, su gran obra, y Pablo VI se propuso culminarlo y lo logró, interpretando, a partir de su culminación, sus mandatos, caminando, como se ha podido constatar con la posteridad, con mucho cuidado, entre los distintos grupos dentro de la Iglesia Católica. Esto le permitió superar las reformas de sus predecesores y sucesores.
Por su devoción a María, la nombró Virgen Madre de la Iglesia durante la celebración del Concilio.
Un Papa de diálogo, buscando convencer, persuadir, de que el amor es el camino hacia una civilización fundada en él. Dialogó con cristianos, con ortodoxos, con otras religiones e incluso con ateos. No excluyó a nadie. Y es que el diálogo es la única manera de encontrar soluciones sin acudir a la guerra, al conflicto, es como se logra la convivencia dentro de las diferencias, que siempre las habrá.
Se consideraba un humilde servidor de la humanidad. Sufría con sus males y exigía, a los acaudalados de los Estados Unidos y Europa cambios significativos a favor de los pobres del Tercer Mundo. Parece que poco fueron atendidas sus exigencias porque la situación de pobreza en el mundo ha avanzado y el planeta está en vilo de sucesos cada día más lamentables.
Su Encíclica Populorum Progressio, publicada el 26 de marzo de 1967, plantea, con vigencia extraordinaria, que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz; un desarrollo de todos los pueblos que pueda hacer posible un humanismo pleno gobernado por los valores espirituales.
Hablando de paz. La Jornada mundial de la Paz, que se celebra cada primero de enero, es fruto de su iniciativa por los años finales de la década del sesenta.
En su Encíclica Octogésima Adviens, dedicada a Rerum Novarum, en sus ochenta años, afirma la insuficiencia de las ideologías para responder a los complejos problemas de la sociedad post-industrial. Sólo en el Evangelio de Cristo, que se basa en el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo, está la salvación de la humanidad. No hay otro camino.
Y ahora, que el Papa Benedicto XVI, está convocando a una Nueva Evangelización, nada más propicio que leer, releer e internalizar la Evangelli Nuntiandi, una Carta apostólica del Papa Pablo VI, del 3 de diciembre de 1975, donde se afirma que hay un vínculo profundo entre evangelización y promoción humana. Al hombre a quien hay que evangelizar no es un hombre abstracto sino un ser sujeto a problemas sociales y económicos.

lunes, 3 de octubre de 2011

Juan XXIII fue promotor de la paz

Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Bérgamo, Lombardía, Italia y murió en Ciudad del Vaticano el 3 de junio de 1963.
Se trata del Papa Bueno, que, al ser elegido Papa, para sorpresa de todos, el 28 de noviembre de 1958, tomó el nombre de Juan en honor al evangelista.
Su pontificado fue breve pero de significativas realizaciones. De 1958 hasta 1963.
Teniendo casi 77 años para su elección, nunca le perturbó su condición de anciano. No se preocupaba por lo que podía hacer, pues era del criterio de que para el honor de un hombre bastaba con haber concebido una empresa, haber pensado, ideado, iniciar algo. Y decía que no hay que preocuparse de sí mismo y de quedar bien.
Creía en el diálogo como la mejor forma de dar solución a un conflicto.
Comunicaba simpatía, sencillez, calidez y generosidad. De buen humor.
El Cardenal Rosalio José Castillo nos ha hecho saber, en su Autobiografía, cómo era su humor.
Resulta que siendo Nuncio Apostólico en Francia, en Paris, ocurrió que le quedó al frente en una cena, una dama muy descotada. Su Excelencia tomó una manzana y se la envió a la dama. Esta sorprendida le preguntó qué significaba y Monseñor le respondió: “Cuando Eva comió la manzana se dio cuenta que estaba desnuda”.
De origen muy humilde se esmeró por lograr una buena cultura y lo consiguió. Se doctoró en Teología en Apollinare. Fue profesor y profundizó sus estudios en historia. Fue diplomático. De afán pastoral.
Siendo ya pontífice, rompió con el encierro vaticano. Se dio a la tarea de visitar personalmente iglesias y hasta una cárcel Regina Coeli, dando ejemplo de obras de misericordia.
Su temple se expresó cuando fuera capaz de reducir los lujos que, en ocasiones, llevaban obispos y cardenales, enfrentando de esa manera la curia romana. Dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano.
¿Cuántas encíclicas publicó?
Ocho. Siendo Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963) las de más trascendencia porque ellas expresan el magisterio social de la Iglesia y marcaron su papel en el mundo actual.
Había que tener mucho temple para haber escrito “Pacem in Terris”, cuando había una guerra fría y se acababa de salir de la llamada “crisis de los mísiles” en octubre de 1962, hecho que la Cuba de Fidel Castro produjo poniendo en vilo a la humanidad, su existencia incluso, por la proliferación nuclear que, todavía hoy no se detiene. A Castro, Juan XXIII, excomulgó.
¿Dónde estuvo el punto culminante de su pontificado? En la convocatoria del Concilio Vaticano II, un Nuevo Pentecostés.
“Pacem in Terris” afirma que el respeto a los derechos humanos es la base para construir la paz. Pone el énfasis en la paz en una era nuclear. Es la primera reflexión de la Iglesia sobre los derechos humanos que, muchos gobiernos en los actuales momentos se niegan a respetar.
Los derechos humanos a la existencia, a la integridad personal, a tener medios para un decoroso nivel de vida, de respeto a la libertad de expresión, de religión, de libre iniciativa, de un trabajo digno, de tener democracia, de tener asociaciones, salud, jubilaciones, de atención a los ancianos, a los enfermos…
“Pacem in Terris” es por tanto la encíclica de la paz y de la dignidad de las personas, y la que se detiene a examinar y resolver los problemas relacionados con el bien común internacional en el orden económico, social, político o cultural.