lunes, 29 de octubre de 2012

El Concilio Vaticano II y las Sagradas Escrituras


La ignorancia de las Escrituras es la ignorancia de Cristo” (San Jerónimo. Doctor Máximo de la Iglesia)
San Jerónimo, a quien se debe La Vulgata, decía al clérigo Nepociano: “Lee a menudo las divinas Escrituras, más aún, no se te caiga nunca de las manos la sagrada lectura; aprende lo que debes enseñar…” Quizá lo hacía inspirado en su conocimiento de que la sagrada escritura es carta otorgada por el Padre a los hombres.
Los oradores sagrados agradecen su fama a la familiaridad y piadosa meditación de la Biblia, porque es rica en doctrina  y “eterno manantial de salvación”.
Muchos siglos pasaron, de estar la Biblia, si se quiere, fuera del alcance de las mayorías católicas cristianas.
Es con el Concilio Vaticano II, de cuya apertura se están celebrando cincuenta años (Juan XXIII lo convocó el 11 de octubre de 1962), que la Biblia se puso en un puesto privilegiado y al alcance de todos, por obra de la Constitución Dei Verbum, uno de los textos o documentos emanados del Concilio.
Indudablemente, que, la Iglesia, como institución, en su misión, nunca estuvo ni estará alejada de la Biblia. Su baluarte se apoya en los testimonios de los libros santos. Tampoco lo han estado hombres como Jerónimo, Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Justino e Ireneo, en la antigüedad, ni otros, como los de épocas más recientes, como san Bernardo, cuyos sermones tenían un indudable sabor bíblico.
Los estudios de la Biblia no alejan de la fe, al contrario, la fortalecen. Nuestro Santo Papa, Benedicto XVI, afirmó, recientemente, que hay que lograr una educación renovada de la fe, y en nuestro criterio, ese cometido se logra haciendo esos estudios.
Esos estudios han de ir acompañados de una “hermenéutica correcta”, entiéndase bien, por una correcta interpretación, acordes con la Tradición y Magisterio de la Iglesia para ir al fondo de los textos sagrados y precisar el sentido original de los mismos, porque la Biblia no puede ser leída a la ligera ni mucho menos hacerle decir lo que no dice. Hay que seguir la práctica diaria de la Iglesia y su método de interpretación.
No olvidemos que Jesús tenía por costumbre apelar a la Sagrada Escritura porque “… es útil para enseñar, para corregir, para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y pronto a la buena obra” (Tim 3, 16 y s.)

lunes, 22 de octubre de 2012

Mas allá del ecumenismo

Hágase tu voluntad 
En los días de la visita al Libano, por parte de nuestro santo Papa, cuando se celebró una oportuna práctica de ecumenismo entre los patriarcas ortodoxos, los representantes de las confesiones protestantes, los patriarcas católicos del Líbano y, por supuesto, con el Santo Padre, y luego hubo una celebración por la paz donde también participaron musulmanes, vivía momentos difíciles (semanas díficiles) el Nuncio Apostólico en Pakistán. 
La razón de esos momentos dramáticos, las protestas de grupos de musulmanes en contra de la película “Innocense of Muslims”, filmada en Estados Unidos. Título en inglés que traducido al español significa “la inocencia de los musulmanes”. Donde se atacó, de manera irrespetuosa, la figura de Mahoma. 
Quien vivía esas semanas difíciles era el marabino Edgar Peña Parra, el Nuncio de  El Vaticano en dicho país asiático. 
Es interesante destacar qué ha dicho el Nuncio. 
El afirma que para Occidente es muy importante el diálogo de las civilizaciones que el Papa ha propuesto. Para ese diálogo hay que conocernos. “Mientras más nos conocemos, más y mejor podemos conocernos. Ese es uno de los grandes retos de nuestros tiempos”. “Se puede cuando la gente es más culta, la ignorancia es lo que hace a la gente más fundamentalista y extremista”. 
Un elemento para que haya diálogo, es vencer el laicismo que viene de Occidente, que quiere arrinconar la religión, que la quiere hacer un hecho privado, que la ofende en tantas ocasiones, que no la reconocen y, por lo tanto, no es capaz de dialogar con ella. Y por otra parte, el fundamentalismo, que, en su definición, “no es más que esa incapacidad de creer en la libertad, de respetar al otro y de poner los principios por encima de todos los demás”, afirma Peña Parra.  Benedicto XVI, justo en el corazón del Medio Oriente, en el Líbano, dijo: “Hay que construir una sana laicidad y abandonar los fundamentalismos”. 
En el “catolicismo no se reacciona igual ante esas ofensas porque hace muchísimo tiempo  hay diálogo entre  fe y razón”. Benedicto XVI afirma que Occidente ha separado la racionalidad de la dimensión espiritual y ética. 
El Nuncio vertió estas opiniones en una entrevista publicada en Panorama, el día 2 de octubre próximo pasado, titulada Así ve el nuncio los conflictos en Pakistán, que recomiendo leer y meditar por su gran espíritu ecumenista e interreligioso, y de diálogo de las civilizaciones. 
El Nuncio sólo cuenta con la protección de Dios en sus delicadas funciones y en su escudo episcopal un lema: hágase tu voluntad, que incluso está en el Padre Nuestro.

martes, 16 de octubre de 2012

Sobre el Ecumenismo


Que el Espíritu Santo impulse el diálogo ecuménico
Cada día que pasa se vienen dando pasos en aras de la Unidad Cristiana. Es uno de los fines del Concilio Vaticano II,  celebrado hace ya cincuenta años y al cual se ha de acudir en el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización, convocadas por el Santo Papa, Benedicto XVI, para el impulso de ésta, tan necesaria en la sociedad actual, sumida en crisis de fe y que precisa ser iluminada con la luz de Cristo.
El movimiento ecuménico es el conjunto de actividades y de empresas que conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se necesitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos. Es definición que nos ofrece el decreto Unitatis Redintegratio, emanado de dicho Concilio cincuentenario.
Ese decreto, para contribuir a restaurar la unidad, propone modos, medios, caminos y formas a todos los católicos por las que pueden responder a esta divina vocación y gracia.
Ahora, recientemente, en El Líbano, se produjo una práctica de ecumenismo. Resulta que nuestro Papa visitó a ese país oriental y, en su despedida en el aeropuerto Rafiq Harini de Beirut, dio gracias a las venerables Iglesias hermanas y a las comunidades protestantes. El patriarcado de Antioquía de Siria en Charfet había sido sede del encuentro ecuménico del Santo Padre con los patriarcas ortodoxos, los representantes de las confesiones protestantes y los patriarcas católicos del Líbano. Cristianos y musulmanes se reunieron para celebrar la paz en esa conflictiva región.
El ecumenismo verdadero necesita de una conversión del corazón. Tiene sus principios, por los cuales ha de regirse, siendo ellos, la Unidad y unicidad de la Iglesia de Cristo, la relación de los hermanos separados con la Iglesia Católica y el ecumenismo.
El tacto en la realización del diálogo ecuménico, ha de conllevar la eliminación de palabras, juicios y actos que hagan difíciles las mutuas relaciones. Es un diálogo que requiere de dirección prudente, de formación ecumenista y de una exposición con toda claridad de la doctrina católica.
Las Iglesias Orientales, que han sufrido y sufren mucho por la conservación de la fe, no pocas traen origen de los apostóles . Se encuentran en ellas riquezas de aquellas tradiciones espirituales que creó sobre todo el monaquismo, que levantan a todo hombre, a los católicos, a la contemplación de lo divino.
Son realidades que deben ser conservadas para el éxito del diálogo ecuménico.
Las Iglesias y Comunidades Eclesiales separadas en Occidente, tienen afinidad de lazos con la Iglesia católica que, facilitan ese diálogo, si bien son muchas, que, incluso, discrepan entre ellas entre sí, en su origen doctrina y vida espiritual.
No hay que escatimar los esfuerzos por la Unidad Cristiana y se viene avanzando.  Que el Espíritu Santo guíe siempre en oración, por la Unidad de la Iglesia, con acción plena y sinceramente católica, lejos de ligerezas e imprudencias.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Los Medios de Comunicación Social y el Concilio Vaticano II


Siguiendo la recomendación de nuestro santo Papa, Benedicto XVI, contenida en la Carta Porta Fidei, donde convoca al Año de la Fe, de leer y estudiar los documentos emanados del Concilio Vaticano II, lo vengo haciendo, junto a unos hermanos en la fe.
En esta oportunidad, me referiré al decreto Inter Mirifica ( entre lo maravilloso ), que se refiere al trato que dicho Concilio le da a esos logros del ingenio humano, con la ayuda de Dios, que son los Medios de Comunicación Social. Hay voces calificadas que sostienen que la llamada revolución digital está en pañales.
Estos instrumentos o herramientas bien utilizados prestan servicios valiosos a la familia humana. Se convierten en fuentes ríquisimas de enseñanzas.
Nuestro Sumo Pontífice recomienda el evangelizar a través de las redes sociales, confiado en que de esta manera se extiende y se consolida el Reino de Dios.
A la Iglesia le corresponde el derecho natural a usarlos y a poseerlos para evangelizar y para la educación cristiana de las almas. A todos nos corresponde el tener responsabilidad por su recto uso con práctica de reglas de orden moral.
Se ha de obtener informaciones verdaderas e integrales donde se salve la justicia y la caridad. Que respeten los legítimos derechos y dignidad del hombre. No todo conocimiento es bueno, mientras que la caridad es constructiva.
Hay que construir una opinión pública que se benedicie del cumplimiento de los miembros de la sociedad de sus deberes de justicia y caridad.
Los destinatarios de esos medios, tienen el deber de hacer una recta elección del medio. Tomando en cuenta comunicaciones buenas que contribuyan a la virtud, a la ciencia y al arte. Se debe ser vigilante de esos medios que sólo atienden al criterio de provecho económico. No perder de vista que con sus informaciones pueden conducir no al bien del género humano sino a su ruina.
Inter Mirifica ordena que se fomente la prensa honesta. Que se cree una prensa verdaderamente católicapara formar una opinión pública en consonancia con el derecho natural y con los preceptos y la doctrina católica, así como de divulgar y exponer adecuadamente los hechos relacionados con la vida de la Iglesia.
El Sínodo confió en su momento, hace cincuenta años, que estas instrucciones y normas suyas sean gustosamente aceptadas y sumamente respetadas por todos los hijos de la Iglesia que, también, al utilizar estos medios, lejos de padecer daños, como sal y como luz, darán sabor a la tierra e iluminarán al mundo.