lunes, 20 de octubre de 2014

Pablo VI y sus brazos abiertos para el diálogo

“Jesús no tiene miedo a las novedades, por eso continuamente nos sorprende llevándonos por caminos nuevos o imprevisibles”  (Papa Francisco)
El 6 de agosto de 1964, el día de la Transfiguración del Señor, Nuestro Señor Jesucristo, fue publicada la encíclica Ecclesiam Suam, la primera de las encíclicas del Papa Pablo VI.
El domingo 19 de octubre, recién, el santo Papa Francisco, elevó a la dignidad de Beato, al Pontífice que culminara el Concilio Vaticano II, convocado por el santo Papa Juan XXIII. Me estoy refiriendo a un “cristiano valiente” (Francisco dixit); Pablo VI.
La hoy encíclica cincuentenaria, ha sido considerada la encíclica del diálogo, una “conversación epistolar” como fuese calificada por su autor.
Cuando se habla de “cristiano valiente”, más de uno podría afirmar que “el cristiano no es flojo y cobarde, sino fuerte y fiel”.
Un mandato contiene Ecclesiam Suam para la Iglesia: que verifique y refresque la fidelidad total a Cristo.  Ella tiene necesidad de experimentar a Cristo en sí misma. Que Cristo habite en nuestros corazones. 
Tanto pastores como fieles – empeño que debe ser de todos – para fortalecer la fe en Cristo, debemos leer, estudiar, examinar y definir la doctrina de la Iglesia a través de su Magisterio, de documentos, encíclicas,  y entre éstas, dos que son fundamentales: Satis cognitum de León XIII y la Mystici Corporis de Pío XII.
Los cambios que se promuevan en la Iglesia, han de estar acordes con los Evangelios y es por eso que las palabras reforma y revolución han de ser muy bien estudiadas en ella.
Pablo VI condena, al igual que sus predecesores, a los “sistemas ideológicos que niegan a Dios y oprimen a la Iglesia…” entre ellos el comunismo…
 Jesús nos dice: Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado.
La Iglesia tiene una misión que es de siempre y por siempre: Evangelizar e ir por el mundo a enseñar a todas las gentes.
El Papa Pablo VI, hombre de brazos abiertos para el diálogo, quería que la Iglesia fuera de diálogo respetuoso, de anuncio del amor, fraternal y familiar. Diálogo no es dejación de principios y valores.
Para decidir, dialogaba mucho, por cuanto quería escuchar las diferentes voces para resolver. Le acompañaba en todo momento una voluntad de profundizar. El era de “profunda riqueza espiritual”.
Al final del reciente Sínodo, dedicado a la Familia, Francisco, que impulsa cambios en la Iglesia, lo calificó de “valiente cristiano”, por predicar el diálogo con el mundo moderno y crear en 1965 los sínodos o asambleas de obispos para democratizar y modernizar a la Iglesia. Supo conducirla en momentos de inicio de secularización y hostilidad con sabiduría y visión de futuro.

Sus brazos abiertos en la fachada de la basílica, en El Vaticano, es un símbolo permanente de apertura para todos los hombres y mujeres que vivimos en este mundo tan secularizado, hostil y de conflictos cada día más graves, y para que todos tengamos esperanza en Dios y su misericordia.

viernes, 17 de octubre de 2014

La valentía de la esperanza y del diálogo

“Para la paz se necesita un diálogo tenaz, paciente, fuerte, inteligente, para el cual nada está perdido” Francisco.
Ermitaño es la persona que gusta del silencio de la soledad, apartado del mundo, unos estrictamente, otros, de manera parcial, que es de oración asidua, de penitencia, de vida de alabanza a Dios y salvación del mundo. Persona de pocos vínculos sociales o con la sociedad.
San Egidio fue un ermitaño de origen griego, que hizo muchos milagros de curación y de conversión de pecadores. En Roma hay una Iglesia en su honor, que es sede de una “Asociación pública de laicos en la Iglesia”, la Comunidad de San Egidio, de vasta obra cristiana, entre ellas, la de trabajar por la paz del mundo.
El fundador de esa Comunidad de San Egidio, es el historiador y profesor Andrea Ricardi. Quien la fundara en 1968, a la luz del Concilio Vaticano II. Tienen sus miembros, que son más de 50.000 laicos extendidos por el planeta, la convicción de que la guerra es la madre de todas las pobrezas. Y en su contribución por la paz y la humanización del mundo, se han ofrecido y han sido aceptados como mediadores en procesos de paz en países tales como Mozambique, Argelia, Uganda, entre otros. Han triunfado en ese rol, también.
El 30 de septiembre de 2013 en el marco del Encuentro Internacional por la Paz, organizado por la Comunidad, el Papa Francisco dirigió un discurso, previamente, fue presentado por el profesor Ricardi.
En ese discurso, el actual Pontífice, recordó el Encuentro de Asís, de 1986, convocado por el hoy santo Juan Pablo II, donde fuera acuñada la frase “la valentía de la esperanza”. Encuentro que contó con la participación de personalidades de todas las religiones y de exponentes laicos y humanistas. Allí se dijo: “Nunca más unos contra otros, sino junto a otros”.
Esa convocatoria se efectuó en un contexto histórico donde todavía el Muro de Berlín no había caído y existían los dos bloques que dividían al mundo. Se necesitaba la valentía de la esperanza y del diálogo para conservar “encendida la lámpara de la esperanza, rezando y trabajando por la paz”.
Hoy el mundo de nuevo, a lo mejor más que nunca, necesita la paz con urgencia. Hay que tener un grito de dolor como el de Juan XXIII, en Pacem in terris, que clamaba porque las potencias no fueran a destruir atómicamente a la humanidad.
La construcción de la paz es responsabilidad de todos. Un líder religioso es siempre hombre o mujer de paz (Francisco dixit). No sólo líderes religiosos. Todos debemos ser artesanos de la paz. No importa el tamaño de tu contribución, de mi contribución, para alcanzarla.
Hay que extinguir el odio. Levantar las sendas de la cultura del diálogo y del encuentro, es prédica constante de nuestro santo Papa que, incluso lo recomendó a Venezuela, que vive en constante crispación.

Que oración y diálogo crezcan juntos y no disminuyan juntos.

viernes, 3 de octubre de 2014

No permitamos que nos arrebaten la alegría

“…, y nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn 16, 22).
Si algo valioso hemos de cuidar, es nuestra vida interior. Allí nuestra voluntad – que debemos cultivar – debe mandar por siempre. Hombre  de recia voluntad, es el que  tiene su voluntad en sintonía  con la voluntad de Dios.
Debemos evitar caer en vacío interior, en aislamiento, en estar anclado en sí mismo. Nuestra vinculación ha de ser con Jesucristo, porque con él nace y renace la alegría.
Nada más perjudicial que caer en tristeza. Podría estarse a un paso de la depresión. Parece increíble, pero, según estadísticas serias y científicas, los índices de estados depresivos son alarmantes en países donde hay abundancia de consumo de bienes materiales.
Según Francisco, “es una tristeza individualista, que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (Evangelii Gaudium, 1).
Siempre debemos proyectarnos en la sociedad y servirle con gratuidad. No decir, como recientemente sostenía un profesional de la medicina, que él no iba a atender más a pobres sino sólo a ricos. Que con 8 pacientes en la mañana a 1500 Bs., la consulta, y otros 8, en la tarde, más que suficiente, amén las operaciones. Otro, se negaba a operar a un paciente porque le faltaban 2000 Bs.  para cubrir los elevados honorarios profesionales. Ya no hay espacio, en esa conciencia, para los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
Que quede claro que no sólo ocurre en el ámbito de los médicos – no digo que todos actúen de la misma manera, Dios quiera que sea así – sino en el campo de una sociedad enferma de indiferencia, de avaricia, de codicia, de falta de sensibilidad, de no tener compromiso con el prójimo, de no compartir. De bachaquear para vender medicinas escasas, con precios por el cielo, alimentos con ganancias de hasta 700 por ciento. De restaurantes que hasta es un peligro por sólo mirarles (fácil es una factura de 10.000 bolívares por un almuerzo sencillo)… y dejo de contar. Es dramática, dura, la situación que se “vive”. Hace que la alegría no se viva del mismo modo. Pero ella, es capaz de permanecer “como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (EG, 6).
El Papa Francisco “invita a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso” (EG, 3).
Dios espera cambios de actitudes, aguarda por el arrepentimiento. Jesús nos habla del perdón, de perdonar siempre, al que se arrepiente.
Estoy seguro que quien tiene una conciencia pura, quien ha aceptado a Cristo en su vida, es persona de alegría. Siente la alegría evangélica, al leer la Biblia.
En las Sagradas Escrituras encontrará: “Alégrate es en el saludo del ángel a María (Lc 1, 28); la visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre” (cf. Lc 1, 41). En su canto María proclama: “Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador” (Lc 1, 47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Esta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn 3, 29); “Jesús mismo se llenó de alegría en el Espíritu Santo” (Lc 10, 21); El promete a los discípulos: “Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16, 20) ( EG, 5).
Francisco nos pide, a través de una interrogante, que entremos en ese río de alegría.
Termino estas notas citando largo y extendido a nuestro santo Papa: “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar alegría”. Es criterio de Pablo VI que el Pontífice actual hace suyo. Y agrega: “Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a que aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos  que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo” (EG, 7).