La Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium, de Francisco,
aborda, de manera asequible a todos, la realidad que vive el planeta.
Parte, diciendo, que con alegría evangélica, se requiere de
una nueva etapa evangelizadora. Llevar a Cristo a todos los rincones del globo
terráqueo. Nada de individualismo, que, a la postre, es tristeza, vacío
espiritual y otras lindeces que no vale la pena mencionar.
Si de algo debemos sentirnos comprometidos, es el aprender de
Dios que no se cansa de perdonar.
La fe en Cristo despierta la alegría en todo ser humano que
lo acepte abriendo su corazón para recibirle. Cambia, se transforma, para bien
y para hacer el bien que, siempre, vence al mal.
Si la riqueza generara la alegría con solo tenerla, no
existirían ricos amargados, llenos de codicia y avaricia, capaces de todo,
menos de ser alegres, de ser felices y de llevar alegría a los demás. Yo he
visto a muchos pobres reír, como los he visto llorar; pero nunca a un hombre de
fe en Cristo, de fe profunda, de entrega a él, lo he visto triste. La felicidad
le embarga, no obstante, las dificultades, que, con pies en la tierra, no
podemos ignorar.
El hombre de fe no se aísla, busca servir. Sabe que el
servicio es un privilegio para el verdadero cristiano, condición sine qua non
del liderazgo cristiano.
Jesucristo vino a servir y no a ser servido. Tenía clara su
misión desde el momento de su bautismo por Juan el bautista.
¿Cuál es el reto del cristiano de hoy, en este mundo
convulsionado de la actualidad?
Anunciar, sin miedo, a todos, el Evangelio.
Francisco, nuestro santo Papa, quiere una Iglesia que crezca
por atracción y no por imposición. Que sea, como lo ha sido en su existencia,
misionera. Propone una saludable descentralización de ella, de Roma. Que no
todas las decisiones dependan de El Vaticano.
Me propongo ir abordando en sucesivas entregas
la Evangelii Gaudium, agregando posiblemente mis personales impresiones sobre
este documento de fácil lectura con toda y su larga extensión textual.