jueves, 31 de marzo de 2016

La Iglesia ante el Socialismo en distintas etapas históricas

“¿Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese cuerpo?” (1 Cor 12, 27- 31)
León XIII dictó su segunda encíclica con el título Quod apostolici muneris, sobre el socialismo. Esto ocurrió el 28 de diciembre de 1878, día de los Santos Inocentes y cerca de un nuevo año.
Se constituyó en una toma de posición, en una etapa histórica en la cual la Iglesia discerniendo sobre ésta, respondía con la Luz del Evangelio de Jesucristo y su discurso social, adecuado a la realidad.
Estoy escribiendo enmarcado en una circunstancia que debe ser apreciada en su tiempo. La Doctrina Social de la Iglesia respondía a doctrinas emanadas de sectas y sociedades secretas que, habiendo acuñado el socialismo, el comunismo y el nihilismo, levantaban a las masas en contra de los valores morales, las instituciones naturales y los principios de autoridad y propiedad.
El señuelo para las masas depauperadas y desesperadas por sus condiciones materiales de vida, era levantarlas, alzarlas, contra los ricos, a quienes consideraban los autores de su pobre casa o la explotación en la fábrica: paradójicamente, estimulaban la codicia de las clases bajas, esa codicia que, no siempre parece ser coto exclusivo de los ricos. El señuelo se fundaba en la igualdad entre todos los hombres; pero, ¿era verdad?
Realmente, de fondo, esas sociedades de hombres pensantes e inteligentes aprovecharon esas difíciles situaciones devinientes de poderosos, de debilidades, incluso, de Pontífices Romanos que se dejaban intimidar por las amenazas de los socialistas, comunistas y nihilistas, algo parecido a lo que sucediera en Italia y en Francia con la reciente visita del presidente iraní que, para “respetarlo” en su religión islámica, cubrieron la desnudez de monumentos.
Volviendo al fondo, se quería destruir a Dios, la fe en Cristo, considerándola enemiga de la razón. Se desterró, al mismo Autor y Redentor, de universidades, institutos y escuelas y de todo el conjunto público de la vida humana.
Ayer, hoy – mañana, también – hay que defender la fe cristiana con honor, decoro, sin miedo. Por tanto, se debe denunciar la falsedad del uso del Evangelio por parte de los socialistas, comunistas y fascistas para engañar incautos, en su afán de adecuarlo a sus intenciones.  Hay que destacar las grandes diferencias entre sus perversos dogmas y la purísima Doctrina de Cristo. Hay que defender la sociedad civil, la sociedad doméstica, el Matrimonio, la vida, la propiedad privada, la libertad… Poner todas las fuerzas para que la doctrina católica llegue al ánimo de todos y penetre en su fondo. Hacer resplandecer las obras virtuosas y santas, recordándoles a los gobernantes de que usen su poder para edificar y no destruir.

lunes, 14 de marzo de 2016

La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) siempre es nueva

“Hermanos: El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo” (2 Co 5, 17-21)
No existe un momento donde no necesitemos de la presencia de la Iglesia. Amo, por tanto, a todos los sacerdotes e imploro, suplico a Dios que haya muchos sacerdotes, muchos sacerdotes santos, se incrementen las vocaciones para servir de manera consagrada y ordenada a Dios. Señor danos diáconos, muchos diáconos santos, danos familias santas, laicos santos… danos la paz, dale la paz a Venezuela, dale la paz al mundo.
La Iglesia es Maestra de Vida. Cada homilía es orientación social que emana, como fuente y tesoro inagotables, del Evangelio de Jesús, el Fundador de la Iglesia.
La Iglesia durante más de dos milenios ha adecuado el Evangelio a los acontecimientos históricos, a las realidades. Nunca se ha aislado, ni ha entrado en silencio, no obstante su claroscuro deviniente de nuestra condición de hombres y mujeres pecadores, dispuestos  al arrepentimiento. La Iglesia ha sido voz de los que no tienen voz, ayer, hoy, mañana; aliento, ánimo, consuelo, refugio y amparo. Ella, como sabia que es, que conoce las profundidades del alma humana, de los dolores y sufrimientos del hombre, ha discernido lo que ocurre indicando el rumbo a seguir. El Espíritu Santo la ha iluminado en toda circunstancia dura, difícil y compleja. Nada humano le es indiferente ni desconocido.
El Evangelio es la fuente, la savia de la DSI, por eso es siempre novedosa, como Cristo, que la inició, nunca caduco, nunca obsoleto, nuevo por la eternidad.
Es harto probable que la DSI necesite de más conocimiento por parte de todos los cristianos para que la realidad, del mundo actual, sea iluminada por ella para su transformación en uno fundado en la civilización del amor. Requiere, por tanto, de más difusión, de más semanas al año, de cursos permanentes parroquiales, talleres, conferencias, escritos o artículos en las redes sociales, que llegue a la periferia juvenil.
La periferia juvenil no es sólo compuesta o conformada por jóvenes cronológicos sino por espíritus juveniles ansiosos de tener una fe en Cristo más fecunda para servir al Reino de Dios. “Ningún cristiano verdaderamente comprometido con la causa del Reino de Dios y que quiera hacer fecunda su fe, puede desconocer la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia; por el contrario, está llamado a aplicarla en el medio familiar, laboral, político y económico en que vive” (Sebá López, Hernando)
Hace años que vengo difundiéndola en distintos escenarios, en especial, el de las redes sociales que llega a destinos o sitios insospechados y desconocidos… pero llega.

jueves, 3 de marzo de 2016

Los Derechos humanos: presente y permanencia en el tiempo

“Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Si 15. 14)
Hay que buscar la libertad con pasión, que, en eso, radica la dignidad humana. Y partiendo desde aquí, promocionar y defender sus derechos: Los Derechos Humanos. Es “exigencia imprescindible de la dignidad humana”. Sin respeto a los Derechos Humanos difícilmente puede haber paz. No se defienden para el futuro sino para el presente, cada día, para la permanencia invariable en el tiempo.
El 10 de diciembre de 1948 fue un día grande para la entera Humanidad porque la ONU hizo su proclamación, que san Juan Pablo II definiera como “una piedra militar en el camino del progreso moral de la humanidad” (Discurso en la ONU el día 2 de octubre de 1979).
Importante destacar que la “fuente última de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser humano, no en el Estado ni en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y en Dios su Creador”. Son, por tanto, inviolables, irrenunciables e imprescriptible el delito que, en su violación, se cometa.
Quien viole un derecho humano va contra su naturaleza. Por tanto, los DDHH son inalienables.
Son universales e indivisibles.
La Iglesia ha elaborado un elenco, en mi criterio enunciativo, de los derechos del hombre: respeto al derecho a la vida desde la concepción; derecho a vivir en una familia; el derecho a un ambiente moral, libertad; conocimiento de la verdad; trabajo; fundar una familia; educar a los hijos, libertad religiosa…
Los gobiernos del mundo o de cada uno de los países que lo forman deben respetar la libertad de expresión, a no ser coaccionado – el hombre – por pensar distinto, a no obligar a nadie a actuar contra su conciencia.
El hombre universal tiene deberes y no sólo derechos. Si es gobernante, si es policía o militar, si es funcionario, debe respetar la vida, su dignidad, y no ser corrupto. El mundo, hoy está obligado, en función de la gobernabilidad, del bienestar humano, a combatir la corrupción. Parece que se está en esa dirección. Los esfuerzos del Papa Francisco están en ese difícil camino, que vienen siendo aceptados. La corrupción es un delito de lesa humanidad que debe ser sancionado severamente porque impide el progreso de los pueblos. Venezuela es un botón de muestra del desastre que ha producido la corrupción, capaz, como ha sido, de establecer un récord mundial imposible de superar: arruinar a un país petrolero que contó con un maná inmenso, del tamaño de una montaña, tipo Himalaya.
No olvidemos que lo que es derecho de los pueblos y naciones es derecho del hombre. El Derecho Internacional no es ajeno a este aserto.
Nada de declaraciones por necesarias y hermosas que sean sino pasan de ser letras muertas con guerras, violaciones, violencia, impunidad, con deportaciones en masa, como lo estamos viendo con éxodos, caso, inmigraciones, personas que huyen de guerras, de genocidios (Siria, un triste ejemplo; las emigraciones en América Latina, caso alarmante venezolano; y paro de contar).
La Iglesia tiene el deber, consciente de su misión, esencialmente religiosa, de defender y promocionar los derechos fundamentales del hombre (Gaudium et Spes, 41, del Concilio Vaticano II), de exigir el respeto de la justicia y de la paz y los derechos del hombre. Aboga por la no existencia de cárceles denigrantes de la condición humana y de hijo de Dios del hombre. Cónsono con el compromiso pastoral que se desarrolla en dos direcciones: el anuncio del fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las violaciones de estos derechos.
La Iglesia hace esfuerzos dialogantes con diversas instituciones religiosas, políticas y gubernamentales para que esos derechos, inherentes a la naturaleza divina del hombre, sean respetados. No quiere que sean bellas letras sino hermosas realidad para vivir en libertad, en paz, en justicia y conforme con el Evangelio de Jesucristo.