lunes, 12 de noviembre de 2012

La Luz de los pueblos


La Iglesia es visible y espiritual
Lumen Gentium es una de las cuatro constituciones dictadas por el Concilio Ecuménico Vaticano II, que contiene ocho capítulos dedicados al Misterio de la Iglesia, al Pueblo de Dios, a la Jerarquía de la Iglesia, a los laicos, a la vocación a la Santísima Trinidad, a los Religiosos, a la índole escatológica de la Iglesia, y a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Esta constitución me ha servido de guía para la estructuración de estas notas.
Cristo es luz de los pueblos que brilla sobre todos. El quiere que  llevemos su Evangelio por el mundo.
Para ello, está la Iglesia que  es signo e instrumento de la íntima relación con Dios y de la unidad de todo el género humano. A ella, que somos los sacerdotes consagrados, los religiosos y los laicos, en el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización, propiciadas por el Santo Papa Benedicto XVI,  corresponde llevar, a los pueblos, el Reino de Dios.  El Espíritu Santo siempre nos dirá el cómo hacerlo. Es la misión.
El pueblo de Dios está llamado siempre a la catolicidad y a la universalidad, porque todos los hombres son llamados a formar parte del rebaño.
La Iglesia se siente vinculada con los bautizados que no profesan la fe; tiene vínculos con cristianos no católicos. Ella es misionera con un mandato bien definido: anunciar el Evangelio por todos los confines del mundo.
Tiene su Jerarquía que encuentra sus orígenes en Cristo y sus Doce Apóstoles. Sus Obispos, encabezados por el Papa, cuyo oficio es, fundamentalmente, enseñar a todas las gentes y predicar el Evangelio a toda criatura. Ellos rigen como vicarios y legados de Cristo, junto a los presbíteros y diáconos.
A los laicos nos corresponde ayudar, colaborar, con todas nuestras fuerzas, las recibidas por el Creador y las otorgadas por la gracia del Redentor, al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación. Que tengamos un testimonio de vida que brille a través del Evangelio, en la vida diaria, familiar y social. Capaces de vencer el pecado.
En estos tiempos, donde se vislumbra un cambio de época, que ya fuera profetizado por Juan XXIII, en los momentos cuando se disponía a anunciar la convocatoria del Concilio Vaticano II, a la Iglesia le toca capacitarse a diario y de manera permanente, para comprender los “signos de los tiempos” y ayudar al hombre que sufre ante las dificultades, que tiene crisis de fe y adolece de vacío espiritual, a salir avante, y confíe en Dios, siendo capaz de donarse a sí mismo, como lo hiciera la viuda de Sarepta.
Estamos llamados a la santidad. A una disposición del corazón de entrega a Dios y de confianza plena en él, y en su providencia, “porque esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4).
¿Cuándo alcanzará la Iglesia peregrina su consumada plenitud?
Entrando en lo escatológico, esa plenitud la logrará en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando junto al género humano, la creación entera sea perfectamente renovada (cf. Ef 1, 10; Col 1, 20; 2 Pe 3, 10-13).
No dejemos nunca de venerar la memoria de la gloriosa siempre virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, en el plano de comprender el Misterio Divino de la salvación que nos es revelado y se continúa en la Iglesia. Tengamos en Maracaibo, en la mente de cada uno de nosotros los de esta ciudad, a la Patrona la Virgen Nuestra Señora de Chiquinquirá “La Chinita”. Pidámosle a ella que interceda ante su Hijo por la paz y el bienestar espiritual y material de todos.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo