La Iglesia es
visible y espiritual
Lumen Gentium
es una de las cuatro constituciones dictadas por el Concilio Ecuménico Vaticano
II, que contiene ocho capítulos dedicados al Misterio de la Iglesia, al Pueblo
de Dios, a la Jerarquía de la Iglesia, a los laicos, a la vocación a la
Santísima Trinidad, a los Religiosos, a la índole escatológica de la Iglesia, y
a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la
Iglesia. Esta constitución me ha servido de guía para la estructuración de
estas notas.
Cristo es luz
de los pueblos que brilla sobre todos. El quiere que llevemos su Evangelio por el mundo.
Para ello,
está la Iglesia que es signo e
instrumento de la íntima relación con Dios y de la unidad de todo el género
humano. A ella, que somos los sacerdotes consagrados, los religiosos y los
laicos, en el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización, propiciadas por el
Santo Papa Benedicto XVI, corresponde
llevar, a los pueblos, el Reino de Dios.
El Espíritu Santo siempre nos dirá el cómo hacerlo. Es la misión.
El pueblo de
Dios está llamado siempre a la catolicidad y a la universalidad, porque todos
los hombres son llamados a formar parte del rebaño.
La Iglesia se
siente vinculada con los bautizados que no profesan la fe; tiene vínculos con
cristianos no católicos. Ella es misionera con un mandato bien definido:
anunciar el Evangelio por todos los confines del mundo.
Tiene su
Jerarquía que encuentra sus orígenes en Cristo y sus Doce Apóstoles. Sus
Obispos, encabezados por el Papa, cuyo oficio es, fundamentalmente, enseñar a
todas las gentes y predicar el Evangelio a toda criatura. Ellos rigen como
vicarios y legados de Cristo, junto a los presbíteros y diáconos.
A los laicos
nos corresponde ayudar, colaborar, con todas nuestras fuerzas, las recibidas
por el Creador y las otorgadas por la gracia del Redentor, al crecimiento de la
Iglesia y a su continua santificación. Que tengamos un testimonio de vida que
brille a través del Evangelio, en la vida diaria, familiar y social. Capaces de
vencer el pecado.
En estos
tiempos, donde se vislumbra un cambio de época, que ya fuera profetizado por
Juan XXIII, en los momentos cuando se disponía a anunciar la convocatoria del
Concilio Vaticano II, a la Iglesia le toca capacitarse a diario y de manera
permanente, para comprender los “signos de los tiempos” y ayudar al hombre que
sufre ante las dificultades, que tiene crisis de fe y adolece de vacío
espiritual, a salir avante, y confíe en Dios, siendo capaz de donarse a sí
mismo, como lo hiciera la viuda de Sarepta.
Estamos
llamados a la santidad. A una disposición del corazón de entrega a Dios y de
confianza plena en él, y en su providencia, “porque esta es la voluntad de
Dios, vuestra santificación” (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4).
¿Cuándo
alcanzará la Iglesia peregrina su consumada plenitud?
Entrando en lo
escatológico, esa plenitud la logrará en la gloria celeste, cuando llegue el
tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando junto al
género humano, la creación entera sea perfectamente renovada (cf. Ef 1, 10; Col
1, 20; 2 Pe 3, 10-13).
No dejemos
nunca de venerar la memoria de la gloriosa siempre virgen María, Madre de
nuestro Dios y Señor Jesucristo, en el plano de comprender el Misterio Divino
de la salvación que nos es revelado y se continúa en la Iglesia. Tengamos en
Maracaibo, en la mente de cada uno de nosotros los de esta ciudad, a la Patrona
la Virgen Nuestra Señora de Chiquinquirá “La Chinita”. Pidámosle a ella que
interceda ante su Hijo por la paz y el bienestar espiritual y material de
todos.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo