“Pues
yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el
imperio de la muerte no la vencerá” (Mt 16, 18).
He leído y estudiado con detenimiento,
siguiendo la recomendación del Santo Papa Benedicto XVI, contenida en la carta
apostólica Porta Fidei, el decreto del Concilio Vaticano II, titulado Christus
Dominus, sobre el ministerio pastoral de los Obispos.
No obstante, tratarse de un decreto
conciliar de menor importancia que las constituciones, todos emanados de dicho
Concilio, que convocara el Papa Juan XXIII, no es de menor importancia su
contenido.
Es necesario destacar que los decretos
conciliares tratan sobre principios doctrinales aplicables a ciertas
actividades u organizaciones de la Iglesia Católica, que tienen un fuerte valor
teológico; organizaciones que, al estudiarlas, nos permite conocer más y mejor
nuestra Iglesia Católica.
Se hace imprescindible saber, en espacio
reducido periodístico, que Cristo envió a sus apóstoles – sus discípulos – para
edificar su Cuerpo (Ef 4, 12), que es la
Iglesia, ese Templo que, Jesús, construyó sobre esa piedra, que eso es lo que
significa Pedro, tanto en arameo (cefas) como en griego. Él los santificó y les
envió el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, cuando nace la Iglesia
oficialmente.
De allí, de los apóstoles, como sus
sucesores, provienen el Papa y los otros Obispos, constituidos por el Espíritu
Santo, para enseñar a todos los hombres y apacentarlos.
El Sumo Pontífice ejerce la autoridad sobre
los Obispos y sobre toda la Iglesia. Ellos desarrollan el magisterio y el
régimen pastoral.
Los Obispos son solícitos para todas las Iglesias.
No se reducen a sus diócesis, donde tienen toda la potestad ordinaria.
Importante conocer los dicasterios, creados
por el Papa para el bien de la Iglesia universal.
La diócesis es una porción del Pueblo de
Dios que se confía a un Obispo para que la apacente con la cooperación del
presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu
Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en
la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa,
Católica y Apostólica.
Son diversas y de mucha responsabilidad,
las actividades del Obispo que, resumidas, buscan estimular formas especiales
de apostolado, para que todas vayan de acuerdo; siendo catequéticas,
misionales, caritativas, sociales, familiares, escolares y cualquier otra que
se ordene a un fin pastoral.
Los obispos auxiliares cooperan con el
Obispo en sus actividades. Lo mismo que el Vicario general. Son cooperadores.
Los sacerdotes diocesanos, y religiosos,
ejercen con el Obispo el único sacerdocio de Cristo. Son asiduos cooperadores
del orden episcopal.
Organizaciones como sínodos, concilios,
conferencias episcopales, vicariatos castrenses, son de fácil conocimiento si
leemos, con detenimiento, el decreto Cristus Dominus, ya citado.
Cuando los Obispos se reúnen en sínodos,
terminan con establecer normas comunes
para todas las Iglesias, tanto para la enseñanza de la fe, como en la
ordenación de la disciplina eclesiástica.
Es importante que los Obispos de una misma
nación o región se reúnan en una asamblea (Conferencias episcopales) para que,
comunicándose las perspectivas de la prudencia y de la experiencia y contrastando
los pareceres, se constituya una santa conspiración para el bien común de las
Iglesias.
Yo concluyo estas notas afirmando que, lo
que se conoce en profundidad se termina
amando con la misma intensidad, por tanto, conoce profundamente, conozcamos con
ese inmenso amor, la Iglesia Católica que fundó Cristo. Así estaremos amando y
siguiendo con fidelidad a Cristo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por comentar.
Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo