“Vino a Nazará, donde se había creado, entró, según su
costumbre, en la sinagoga el día sábado, y se levantó para hacer la lectura”
(Lc 4, 16).
He asumido un compromiso de especializarme en la práctica de
la lectio divina para alimentar, a
diario, mi fe en el Hijo de Dios, y de ayudar a los hermanos en la fe para que
puedan lograrlo también.
Pienso que para el Año de la Fe, que se inicia el 11 de
octubre y termina el día de Corpus Christi, es indispensable el dominio de esa
práctica, porque, a través de este modo de leer la Biblia, todos podemos estar
en mejores condiciones de profesar, celebrar, vivir y testimoniar la fe. No
olvidemos que la lectio divina busca un compromiso en cada uno de nosotros,
busca la acción, el cumplir con la Palabra de Dios, con su Reino.
Yo recomiendo la lectura de un trabajo de Monseñor Diego
Padrón, titulado Lectura Orante de la Biblia, publicado en el libro Jesucristo,
buena noticia. Cristología para la Misión.
La historia de la lectio divina.
Cuando se inicia un nuevo culto, en los arcanos tiempos de la
historia, los judíos aprendieron un método que se hizo clásico. En ese culto,
basado en la Palabra de Dios, no en el sacrificio, leían el texto bíblico,
luego la explicaban y después la llevaban a la oración. Era práctica sabatina
en la sinagoga.
Esta forma de lectura la heredó Jesús, practicándola en las
sinagogas de Cafarnaúm (Lc 4, 16). Jesús
profundizaba en las Escrituras Sagradas y las actualizaba llevándolas al “hoy”.
Lo hacía desde la fe y en espíritu de oración.
Orígenes la inicia en la Iglesia en el siglo III. La continúa
San Jerónimo quien, por cierto, lleva la Biblia del hebreo al latín, por
mandato del Papa San Dámaso, naciendo de esta manera La Vulgata.
Los monjes de la Edad Media llevaron a la lectio divina a su
esplendor.
La lectura escolástica sustituye a la lectio divina.
Pasan siglos, hasta que el Concilio Vaticano II, en la década
de los sesenta del siglo XX, la rescata; iniciándose un despertar: “un
extraordinario y progresivo interés por la Biblia, portadora de la Palabra de
Dios”, como “una realidad viva, dinámica y eficaz, capaz de alimentar la fe…” (E. Bianchi, citado por el
actual Presidente de la CEV en su trabajo referido).
La lectio divina, desde la fe y en espíritu de oración, nos
lleva a conocer a Cristo Jesús y anunciar su Mensaje de Salvación a la entera
humanidad.
El Concilio Vaticano II restituye la Biblia al pueblo de
Dios. Sabe el Concilio que quien desconoce la Palabra de Dios, desconoce a
Cristo.
En las reuniones de oración procuro que todos sigamos los
pasos de la lectio divina: lectura del texto bíblico, qué me dice o que nos
dice la Palabra, meditación de ésta, oración, contemplación y compromiso (actio).
Estoy seguro de que la práctica de la lectio divina, ceñidos
a esos pasos, nos hará, cada día, más y mejores cristianos, y, por
consiguiente, excelentes ciudadanos, porque el compromiso con Cristo Jesús
lleva a no ser indiferentes ante los problemas de la sociedad.
Estudiemos los documentos de la Iglesia para tener
criterios de interpretación conforme con ella, porque la lectio divina requiere
de conocimientos generales bíblicos para su plena eficacia.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo