Tolerancia es efecto de tolerar.
Por tolerar concibo el respeto a las
opiniones y prácticas de los demás, así sean distintas a las nuestras.
Cuando se es tolerante se ama y se es
considerado con quien o quienes discrepen de nuestras posiciones.
Jesús se opone a aquello de amen al prójimo
y odien a sus enemigos; El nos dice: “Amen a sus enemigos, oren por sus
perseguidores” (Mt 5, 43 – 47).
Porque alguien disienta de mis
criterios no lo considero enemigo.
Las diferencias de opiniones son
sanas para una sociedad. Esta se nutre.
Recuerdo, palabras más palabras
menos, que Voltaire sostenía: No estoy de acuerdo con tus ideas, pero defiendo
tu derecho a expresarlas.
El cuerpo social es como el cuerpo
humano. Las diferencias de sus órganos hacen que funcione a cabalidad. Así son
las ideas y opiniones. Son necesarias para la salud y desarrollo del cuerpo
social en libertad.
El Apóstol Pablo, en Romanos 14, 2 –
6, dirigiéndose a la comunidad de Roma, afirma que, cada cual, siga su
convicción. Es la libertad. Pablo pide
mutuo respeto y tolerancia, que no es indiferencia; pide a la comunidad el
diálogo presidido por la caridad.
La intolerancia es inmadurez. Debemos
pensar como maduros, y si alguien piensa de otro modo, Dios se lo revelará (Fil
3, 15).
Hay que ser extremistas de la
paciencia para ser tolerante y perdonar los defectos o faltas ajenos.
Los buenos dirigentes son sumamente
pacientes y tolerantes en toda circunstancia por dura, difícil o grave que ésta
sea.
En estos tiempos hay que hacer
grandes esfuerzos por ser tolerantes, para que juntos, en unidad cristiana,
podamos construir la paz, que es bendición y es felicidad.
Quienes construyan la paz son hijos de Dios y desean,
de corazón, la unidad cristiana, y que ésta irradie con su luz más allá de sus
linderos.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo