“Que en su trato mutuo la humildad esté siempre presente,
pues Dios es enemigo de los soberbios” (1 Pe 5, 5)
La humildad consiste en tener conocimiento de cuáles son
nuestras limitaciones y actuar de acuerdo con ellas. La humildad es contraria a
la soberbia, que Dios rechaza. La soberbia es altivez, envanecimiento por sus
propios méritos, magnificencia, suntuosidad, pompa y persona injuriosa.
El soberbio ignora que pronto, más rápido que inmediatamente,
al caer en la fosa nadie se acordará de él. Para decirlo con palabras de
Josemaría Escrivá de Balaguer “¿Soberbia? - ¿Por qué?. Dentro de poco – años,
días – serás un montón de carroña hedionda… y nadie en la tierra se acordará de
ti” (Camino 602).
El humilde es sobrio, es, por tanto, moderado, sencillo,
templado y no anda con lujos ni adornos superfluos. El humilde no es temerario,
o lo que es lo mismo, es prudente. Evita peligros y no es capaz de emitir
juicios sin fundamento, razón o motivo. Pero, cuidado con la falsa humildad que
va haciendo dejación de derechos… que son deberes (Camino 603).
El humilde cristiano católico tiene ejemplos que imitar o
procura regir su vida siguiéndolos. El primero de todos, Cristo en el lavatorio
de los pies a sus discípulos. Es lo máximo en humildad, que es servicio, clave
de bendición. Otro, el de la Virgen María: “Proclama mi alma la grandeza del
Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la
humillación de su esclava” (Magnificat. Lucas 1, 46 – 55).
El cristiano católico ha de reflejar con su conducta
personal, en todas sus actividades, las condiciones que adornan a la humildad:
conocer sus limitaciones, no ser soberbio, ser amable, amoroso, sobrio,
respetuoso y no temerario. Debe tener presente que la humildad es virtud moral,
que como hombre es nada y tiene el pecado que siempre lo estará rondando y
sobre el cual o en contra del cual estará luchando siempre.
El humilde cristiano católico no ha de estar en competencia
con nadie. Ni gloriarse por reales o presuntos méritos propios. El sabe que su
aspiración es ser Hijo de Dios, que es el valor que no tiene comparación con
ningún otro, por ser superior a todos.
Es libre para dedicarse al amor y al servicio. Tiene
conocimiento de que Jesús vino al mundo, siendo Dios, a servir y no ser
servido.
Estas notas, que se las dedico a San Francisco de Asís, todo
un poema de humildad y paciencia, las termino con las citas de Santa Teresa
Avila y San Francisco de Sales.
Dicen, Santa Teresa Avila que “la humildad es la
verdad” y San Francisco de Sales que “el grado más perfecto de humildad es
complacerse en los menosprecios y humillaciones. Vale más delante de Dios un
menosprecio sufrido pacientemente por su amor, que mil ayunos y mil diplomas”.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo