Cuando
fue aprobado el Concilio Plenario de Venezuela, que, después de la
evangelización de esta “tierra de gracia”, hace 500 años, ha sido el
acontecimiento más trascendental de la Iglesia Católica en este país, ésta
aprobó una nueva evangelización de la cultura actual que, entre sus
características, está la de la increencia. Un
método que viene siguiendo nuestra Iglesia, y que ahora profundizará en él, en
el Año de la Fe y de la Nueva Evangelización aprobados por mandatos del Papa
Benedicto XVI en octubre 2012, que es el de Ver, Juzgar y Actuar.
Con ese método, que los católicos – que somos Iglesia – debemos
aprender y dominar, para llevar el Evangelio a todos, se realiza un análisis
pastoral de la realidad venezolana, partiendo de la primera evangelización
efectuada por los misioneros que vinieron con los conquistadores, hasta llegar
a los actuales momentos; se juzga esa realidad con la iluminación teológico pastoral;
y se actúa, asumiendo desafíos y orientaciones pastorales.
La realidad cultural es global y
compleja, y el Concilio Plenario la asume tal como la desarrollan GS, Puebla
837 y Juan Pablo II, como la relación de los hombres y de los pueblos con la naturaleza
y sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia
plenamente humana.
La Iglesia al juzgar la memoria
histórica ha logrado comprobar que, no obstante los avatares contenidos en esa
memoria, el sustrato católico continuó
vivo. La Iglesia vivió en esos tiempos, el exilio de obispos, expulsión de
sacerdotes y religiosos, cierre de seminarios y congregaciones.
He de destacar que ese sustrato
católico venezolano se fraguó en el largo período anterior a la aparición del
petróleo. Sobresalió la religiosidad popular venezolana con toda su belleza.
La Iglesia sabe que la renta
petrolera, en lo atinente a sus bondades, no ha logrado fraguar una economía
social más justa y equitativa, favoreciendo un cierto facilismo que socava los
valores del trabajo, solidaridad, austeridad, constancia y la búsqueda de
autonomía, valores que han sido virtudes tradicionales del venezolano.
Nos encontramos hoy con una
movilidad social estancada, por decirlo de alguna manera, y un Estado centralista,
dispendioso, ineficiente, paternalista, repartidor de bienes y servicios,
incapaz de generar una cultura más positiva de participación de empleo y de
trabajo positivo. También con una alarmante fragilidad institucional.
La increencia la podemos constatar
con el sincretismo religioso.
A grosso modo, he expuesto como la
primera parte del método se expresa, y los núcleos problemáticos que emergen de
esa memoria histórica.
Hay que juzgar esa realidad,
partiendo de la consideración de Cristo Jesús como modelo de humanidad plena,
verdadero mediador entre Dios y los hombres. Jesús ilumina acerca de los
principios y criterios de la inculturación y de la evangelización de las culturas,
de una Venezuela pluricultural.
Esa inculturación del Evangelio, que
debemos realizar los católicos, supone el reconocimiento de los valores
evangélicos que se han mantenido más o menos puros en la actual cultura, y el
reconocimiento de nuevos valores que coinciden con el mensaje de Cristo (SD 230).
Evangelizar la cultura significa
para la Iglesia “llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y
con su influjo, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad, en
tiempos del Papa Francisco, del Año de la Fe y de una Nueva Evangelización, que
caminan hacia un nuevo humanismo cristiano en capacidad de transformación del
mundo” y, obviamente, de Venezuela y de su alejamiento, en muchos sectores, de
Dios, de negación de Él, incluso.
No hay que tener miedo que inhiba o
limite en la obra de entrega a una nueva evangelización. Es tiempo de desafíos
para denunciar el empobrecimiento de la población y de la concentración
hegemónica de la economía. Tiempo para luchar por un desarrollo humano integral
y sustentable. Tiempo para la denuncia de una globalización sin rostro humano.
Tiempo para la defensa de la igualdad de las culturas nacionales ante una
globalización que pretende barrerlas.
Son muchos los desafíos de la Iglesia
y las orientaciones pastorales pertinentes. No tengamos miedo para defender la
dignidad humana, la libertad, la
justicia, la solidaridad y la paz. Anunciemos a Cristo en la vida cotidiana y
particularmente en aquellos ámbitos donde se diseñan, comunican y organizan las
matrices culturales. Es un hermoso reto a encarar con la ayuda del Espíritu
Santo que siempre ha acompañado a la Iglesia que fundara Cristo.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo