lunes, 25 de junio de 2012

La verdadera amistad


“Dios es mi amigo” Rafael Inciarte Bracho
No creo incurrir en machaca al escribir reiterativamente en el tiempo, acerca de la amistad. Díganme si es oportuno o no promoverla entre todos los venezolanos. Es el sentimiento más hermoso y vale la pena que lo hagamos.
¿En qué consiste la amistad?
En una relación que nace del corazón y trasciende sobre cualquier diferencia.
Tener amistad y alegría es sentirnos amados de Dios y de amar al prójimo como a uno mismo.
En estos tiempos difíciles el acercamiento a Dios es vital.
Fe es creer en Dios y tener amistad por siempre para con Él, no separarnos nunca y rendirle culto en todo instante.
Mi amistad con Dios me lleva a arrodillarme ante Jesús en la Iglesia y en todas partes. Es el único ante el cual me postro.
La verdadera amistad dura toda la vida.
En toda circunstancia Dios nos acompaña con su infinita misericordia. Siempre está esperando por nosotros.
Tenemos ejemplos inmortales de amistad, que nos deben servir de estímulo para cuidar la amistad.  La Biblia nos da muchos casos.
Rut no abandona a Noemí en la miseria en que vivían. Cito la Escritura: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti, porque a donde quiera que vayas iré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tu mueras, allí también quiero morir y ser enterrada yo. Que el Señor me castigue como es debido si no es la muerte la que nos separa” (Rt 1. 16- 17).
Y Jesús para alimentarnos en eso de la amistad nos dirige su Palabra: “nadie tiene mayor amor, que el que es capaz de dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Seamos amigos de todos, no obstante, las dificultades. Es necesario hacerlo.

martes, 19 de junio de 2012

El silencio y sus maravillas


Se hace necesario un ecosistema que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos” Benedicto XVI.
El silencio debe ser practicado a diario. No como signo de pasividad o cobardía, de ninguna manera. Hay que hacerlo como muestra de sabiduría.
Para hacer silencio hay que tener paciencia, disposición, voluntad. Hacerse de una disciplina. Es necesaria para aprender a escuchar, la voz de Dios, de nosotros mismos y la del o interlocutores con quien o quienes dialoguemos.
Ante la abundancia de palabras, de ruidos, de velocidad, de imágenes, hay que sacar tiempo para el recogimiento y hacer silencio que permita la oración, la conversación con Dios.
Deberíamos cuidar celosamente nuestro espacio interior. Que de allí no salgan palabras o pensamientos atolondrados.
De nuestro ser profundo y recóndito, en silencio y reflexión, pueden surgir breves mensajes, “a menudo no más extenso que un versículo bíblico” (Benedicto XVI) de pensamiento profundo.
Un buen retiro espiritual nos puede dar el ambiente propicio para lograr ese pensamiento de donde brote sabiduría.
Como iluso, que a veces soy ¿?, cuanto quisiera que quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos cuidaran su espacio interior para tener sabiduría para gobernar bien y llegar a tener buena fama de mandatario.
El diálogo, tan recomendable en estos tiempos, se nutre del silencio para escuchar al interlocutor y a sí mismo, para saber escuchar. No hay otra manera de conseguir un diálogo auténtico. Un diálogo entre sordos, es difícil.
Hay que conquistar el equilibrio entre silencio y palabra, si queremos una comunicación de valor y significado.
El sabio y santo Papa, Benedicto XVI, afirma que “el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras sin densidad de contenido”. Con toda seguridad, nos pone en condiciones de  saber discernir la verdad, lo que es útil o inútil, lo que conviene y no conviene.
Si quieres meditar más a fondo sobre estas notas, te invito a que leas las reflexiones de nuestro Sumo Pontífice ante la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año que discurre. Me sirvieron de base para la estructuración de este trabajo, que espero deje algo a quien se ocupe en leerlo.

lunes, 11 de junio de 2012

El silencio y su trascendencia


“Más vale mendrugo seco en paz que casa llena de banquetes y peleas” (Pr 17, 1)
Vivimos momentos difíciles caracterizados por el ruido, la velocidad, la violencia, inflación, irrespeto por la vida, abundancia de palabras, imágenes y sonidos, de poco o ningún espacio para el recogimiento o el silencio.
El silencio requiere de tranquilidad, sosiego y de apacibilidad.
Los acontecimientos diarios son de incertidumbre; pero, para nosotros los cristianos católicos deben ser fuentes de oración, de fe y esperanza.
La oración necesita del silencio. Le es vital.
Necesitamos tiempos dedicados a Dios, al silencio y a la contemplación. Para lograrlo, revistámonos de paciencia, perseverancia y constancia. No desmayemos en este propósito que nos fortalece.
La tranquilidad es virtud que, no obstante esas dificultades, podemos adquirir. Es cosa de tener sosiego ante Dios.
La lucha es hacer todo lo que agrade a Dios. Nos da fuerza, ánimo y paz interior para cumplir su voluntad.
Tengamos a diario varios momentos de silencio interior y exterior para que en oración, nos escuchemos y escuchemos la Palabra de Dios.
Escuchar como personas y como pueblo, que la agitación no produce conversión y calma que “liberan y producen  sosiego y seguridad” (Is 30, 15).
Ante tantos hechos, que perturban,   llevarían, en estos tiempos, al profeta Isaías a decir: “!Alerta, pero… calma¡”
Hay que tener paz interior, sin ésta, no hay paz exterior.
Hoy hacen falta muchos espíritus serenos en la “incorruptibilidad del corazón” (1 Pe 3, 4).
Ojalá, todos fuéramos diligentes en escuchar y tardos en hablar, tardos para la ira. “La ira del hombre no realiza la justicia de Dios” (St 1, 19 – 20).
Nuestro santo Papa, Benedicto XVI, al referirse al silencio, afirma, que ayuda a escuchar la voz interior, que el silencio es indispensable para la oración. El nos recuerda a Jesús y a la tradición patrística que nos enseñan que “los misterios de Cristo están ligados al silencio y solo en el silencio la Palabra puede acampar entre nosotros” (Zenit 07- 03- 2012).
El silencio nos hace sabios.

lunes, 4 de junio de 2012

La cristianización de la economía


“La preocupación de la Iglesia es el desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad” Sollicitudo Rei Socialis.
En mi cuaderno de notas había titulado esta entrega con el de La Economía según la DSI y cuando me dispuse a tipearla cambié de parecer. Es cristianización de todas las actividades, entre ellas, la economía, cuyo beneficiario integral debe ser el hombre.
La economía es asunto delicado y todo Estado o Gobierno debe cuidarla con mucho tacto, buscando que esté al servicio o felicidad de los seres.
Todos tenemos el derecho de usar los bienes de la creación de Dios y es ese el fin del Destino Universal de los bienes. Pero ¡Ojo! cuidando los recursos naturales y el ambiente. Por cierto, que cada 5 de junio, se celebra el Día Mundial del Ambiente.
Se ha de ser racional cuidando la tierra. Ella, de manera insistente gime por el maltrato que el hombre le da. Se desgarra y reacciona.
Al hablar de actividades económicas, diremos que son infinitas y, que, en ese delicado tacto o trato de los Estados o Gobiernos, debería tenerse en cuenta lo difícil que es controlarlas rigurosamente. Se requiere que los controles sean pocos, claros, precisos y sabios, de modo tal que la libertad de emprender no se vea menoscabada o limitada. El mercado ha de ser libre con controles limitados, y el bienestar y la prosperidad no se hará esperar.
Los ilícitos en las actividades económicas han de ser combatidos por los gobiernos. La actividad económica no ha de estar reñida con la moral. Negocios sin alma y sin principios – no me vayan a llamar iluso o soñador – destruyen a las sociedades.
Las actividades económicas han de respetar la dignidad del trabajo y por supuesto, la del trabajador.
El respeto al trabajador es respeto a la familia. Esta es la célula fundamental de la sociedad, patrimonio principal de la humanidad, según nuestro santo papa, Benedicto XVI. 
El trabajador hace pensar en la imagen de Dios. No olvidemos que el Señor hizo al hombre a su imagen y semejanza.
El ejercicio de la actividad económica implica responsabilidades de sus actores, llámense empresarios, trabajadores o estado. Todos deberían contribuir con el bien común.
La Doctrina Social de la Iglesia no es “una tercera vía” entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista. Tampoco es una posición alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia.  Su objetivo principal es interpretar las complejas relaciones humanas – entre ellas las devinientes de la actividad económica – con lo que enseña el Evangelio acerca del ser humano y su vocación terrena, que es trascendente para orientar la conducta cristiana.
El católico siempre orientado por el Evangelio deberá proponer que haya una justa o equitativa distribución de la riqueza. Deberá velar por el respeto de la propiedad privada. Su ideal, su norte, es la cristianización de la vida económica.
Juan XXIII nos legó lo siguiente: “la dignidad de la persona humana exige necesariamente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación fundamental de otorgar una propiedad privada, en cuanto sea posible, a todos… y, por otra parte, la nobleza intrínseca del trabajo exige… la conservación y el perfeccionamiento de un orden social que haga posible una propiedad segura, aunque sea modesta a todas las clases del pueblo” (Mater et Magistra 114).