Que el Espíritu
Santo impulse el diálogo ecuménico
Cada día que
pasa se vienen dando pasos en aras de la Unidad Cristiana. Es uno de los fines
del Concilio Vaticano II, celebrado hace
ya cincuenta años y al cual se ha de acudir en el Año de la Fe y de la Nueva
Evangelización, convocadas por el Santo Papa, Benedicto XVI, para el impulso de
ésta, tan necesaria en la sociedad actual, sumida en crisis de fe y que precisa
ser iluminada con la luz de Cristo.
El movimiento
ecuménico es el conjunto de actividades y de empresas que conforme a las
distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se necesitan
y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos. Es definición que nos
ofrece el decreto Unitatis Redintegratio, emanado de dicho Concilio
cincuentenario.
Ese decreto,
para contribuir a restaurar la unidad, propone modos, medios, caminos y formas
a todos los católicos por las que pueden responder a esta divina vocación y
gracia.
Ahora,
recientemente, en El Líbano, se produjo una práctica de ecumenismo. Resulta que
nuestro Papa visitó a ese país oriental y, en su despedida en el aeropuerto
Rafiq Harini de Beirut, dio gracias a las venerables Iglesias hermanas y a las
comunidades protestantes. El patriarcado de Antioquía de Siria en Charfet había
sido sede del encuentro ecuménico del Santo Padre con los patriarcas ortodoxos,
los representantes de las confesiones protestantes y los patriarcas católicos
del Líbano. Cristianos y musulmanes se reunieron para celebrar la paz en esa
conflictiva región.
El ecumenismo
verdadero necesita de una conversión del corazón. Tiene sus principios, por los
cuales ha de regirse, siendo ellos, la Unidad y unicidad de la Iglesia de
Cristo, la relación de los hermanos separados con la Iglesia Católica y el
ecumenismo.
El tacto en la
realización del diálogo ecuménico, ha de conllevar la eliminación de palabras,
juicios y actos que hagan difíciles las mutuas relaciones. Es un diálogo que
requiere de dirección prudente, de formación ecumenista y de una exposición con
toda claridad de la doctrina católica.
Las Iglesias
Orientales, que han sufrido y sufren mucho por la conservación de la fe, no
pocas traen origen de los apostóles . Se encuentran en ellas riquezas de
aquellas tradiciones espirituales que creó sobre todo el monaquismo, que
levantan a todo hombre, a los católicos, a la contemplación de lo divino.
Son
realidades que deben ser conservadas para el éxito del diálogo ecuménico.
Las Iglesias
y Comunidades Eclesiales separadas en Occidente, tienen afinidad de lazos con
la Iglesia católica que, facilitan ese diálogo, si bien son muchas, que,
incluso, discrepan entre ellas entre sí, en su origen doctrina y vida
espiritual.
No hay que
escatimar los esfuerzos por la Unidad Cristiana y se viene avanzando. Que el Espíritu Santo guíe siempre en
oración, por la Unidad de la Iglesia, con acción plena y sinceramente católica,
lejos de ligerezas e imprudencias.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo