lunes, 27 de junio de 2011

Ahora que se ha venido hablando de viejos...

Cuando Dios eligió a Abram, este tenía 75 años de edad (Gen 12, 1-9).

Abram tuvo fe. Le creyó a Dios. Por esa fe, Dios lo tuvo por justo.
Abram no le puso condiciones al Señor y actuó, al aceptar la promesa de Dios, con entusiasmo juvenil. Dijo: no se donde queda esa tierra... pero pa`lante.

Tener fe es tener siempre esperanza. Es confiar en lo que no se ha visto.

Si algo hace siempre joven a una persona, aun cuando su cuerpo se arrugue, es tener formación religiosa, ética y moral.

En esto de las arrugas hay quien afirma que lo único que no se arruga es el corazón.

Yo difiero de aquello de que solo el viejo puede tener tiempo para la soledad y el silencio para orar. Podrá ser más proclive a ello, pero el joven también puede lograrlo. Debe hacerlo. Hoy mas que ayer y entre más sean sus responsabilidades, mayor es la obligación de hacerlo.

Orar es conversar con Dios y con uno mismo. Es comunicación trascendente que permite ver con claridad más allá de la cotidianidad y de las tinieblas de los sucesos que, van, no pocas veces, contra la vida, la dignidad y el decoro. Para decirlo de otra manera, contra Dios.

La esperanza y la ilusión se afianzan con la oración.

Cuando se es cristiano, cuando hemos aceptado a Cristo en nuestras vidas, se será siempre joven. Yo les garantizo que Juan Pablo II dejó este mundo sin dejar de ser joven. Benedicto XVI demuestra lozanía y verdor porque esta conectado permanentemente con las aguas que vienen de Dios en nombre de Jesucristo.

Que hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, no tengo dudas. Ambos casos son lamentables, donde quiera que aparezcan, sea en la política, en la familia, en la sociedad entera.

¿Y por que existen estos casos? Porque no miran a través de la oración, de la calma, del sosiego y de la meditación, o de la reflexión, ni el presente ni el futuro.

Como católico convencido y comprometido la vida tiene sentido y es inmensamente rica. El manantial del cristianismo es inagotable en riqueza. No hay nada más hermoso. Es una veta que no se agota.

El católico convencido y comprometido vive la vida, el hoy, plenamente, no obstante, las dificultades y problemas de la sociedad mundial, de la que no escapa, la Venezuela actual y donde pareciera que son mas graves que en otras latitudes, y donde la voluntad política es débil en eso de contribuir al bienestar ciudadano.

El católico no se angustia por el mañana. Confía en la providencia divina pero rechaza la holgazanería.

A un viejo se le escapa la posibilidad de ser joven permanente, con energía, si no trabaja, si no tiene una ilusión o un proyecto. Si no se reconcilia consigo mismo y se mantiene lamentándose por lo que pudo haber sido y no fue.

La vejez es disminución física, nadie puede negarlo, pero no es limitante. Ejemplos hay y muchos. Ya expuse dos.

Y vuelvo con la oración. La oscuridad de la vida la alumbra la oración.

Hay que cultivar la amistad. Interesándose por los demás y no que los demás lo hagan por uno.

Darle gracias a Dios por todo, por lo que se tiene y por lo que no se tiene.

Dar gracias a Dios cada vez que se tenga un encuentro con jóvenes que son una generación con otras maneras de ver al mundo.

Aprender algo nuevo cada día.

No perder el glamour y por ende andar arreglado todos los días.

No perder el interés por las cosas y por encima de todo amar a Dios, al prójimo como a si mismo y no rendirse jamás.

Así no se será viejo nunca.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo