jueves, 4 de febrero de 2016

El trabajo, cuestión social, siempre novedoso y de justicia

“Procread y multiplicaos, y henchid la tierra, sometedla” (Gn 1, 28).
Laborem Excersens fue la tercera encíclica de Juan Pablo II, dictada a la humanidad el 14 de septiembre de 1981, en homenaje a un año más de la Rerum Novarum.
Leerla, releerla y estudiarla, en el ámbito del designio de Dios de darle al hombre una imagen sagrada y una misma naturaleza a sus actividades. Es tener presente el Evangelio del trabajo, a Cristo trabajador y la Doctrina Social de la Iglesia.
El trabajo es sagrado y da dignidad a la familia, y, obviamente, al trabajador. Lo ha reiterado nuestro santo Papa Francisco. “Causar una pérdida de puestos de trabajo significa un gran daño social”, ha manifestado el pontífice actual. Daño que afecta a niños, a jóvenes y a los ancianos, principalmente, en una, cada día más creciente, “cultura del descarte”.
El trabajo tiene dos sentidos pero el más importante es el subjetivo, como persona. El hombre, realiza su humanidad, su vocación. No puede ser considerado mercancía, ni instrumento de producción, como ha sido el tratamiento que, en desmedro de su dignidad, ha recibido del capitalismo salvaje y del socialismo salvaje, de ese conflicto del liberalismo y del marxismo. La Iglesia se siente comprometida con la defensa del hombre, de su dignidad, de él y de la familia, y de la solidaridad.
La Iglesia ha proclamado la prioridad del trabajo frente al capital, y ha defendido la propiedad privada obtenida del trabajo, incluso sobre los medios de producción, pero ha rechazado y rechaza la propiedad privada absoluta.
El desempleo o paro forzoso no puede ser visto con indiferencia por los cristianos católicos. Desempleo que crece cada día más y hace pensar en la depresión de los años 30 del siglo XX. La Revolución Industrial antes, que llevó, a  graves injusticias sociales, al Papa León XIII a promulgar la encíclica Rerum Novarum. El trabajo siempre será cuestión social novedosa de justicia y paz. No puede haber justicia y paz con desempleo, que, hoy, ante la llamada IV revolución industrial, que ya se inició, se hace terrorífico, porque la automatización, las nuevas y avanzadas tecnologías, llevan a pensadores futurólogos y perspectivistas a pensar en el “fin del trabajo” y en un futuro de oportunidades difícil de creer.
Se afirma que el fin del trabajo se encuentra en el campo de los mitos, pero pienso que es una dolorosa realidad, que dará por consecuencia una élite que dominará (¿?) la economía global ante el control de la tecnología, idólatra del dinero, generación del dios dinero que pierde el sentido ante la acumulación de la ganancia económica; por un lado; y por el otro, millones de seres desempleados, no sólo obreros, sino intelectuales proletarizados. En Venezuela ya sólo existe dos clases: ricos y pobres. Mi esposa sostiene que son tres: ricos, pobres y paupérrimos. Es el escenario mundial laboral.
Se afirma que se seguirá fortaleciéndose el llamado tercer sector, el del voluntarismo, de las asociaciones sin fines de lucro, que esa élite citada, mantendrá, para que rija la renta mínima universal para la existencia de un nuevo contrato social.

Venezuela paga salarios mínimos en un 80 por ciento de la población laboral, con una inflación estimada la más alta del planeta, con una cesta alimentaria que cuesta unos 140.000 bolívares (el salario y las pensiones-jubilaciones no llegan a diez mil bolívares “fuerte”), en un capitalismo de Estado llamado socialismo del siglo XXI.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo