lunes, 10 de agosto de 2015

Sin justicia y sin caridad no hay paz

La paz es un valor” (San Juan Pablo II).
Pablo VI afirmó que la paz es “un deber universal” (Mensaje para la Paz, Enero de 1969). Es un deber de los gobernantes, de los ciudadanos y de todas las instituciones que luchan por la dignidad de las personas y el respeto de los derechos humanos; un deber que consiste en promoverla y defenderla con la conciencia de que sin la justicia y sin el amor no hay paz.
Se equivocan quienes piensan que la paz es sólo ausencia de guerra. No señor. La paz es el resultado de una correcta concepción de la persona humana (Centesimus annus, 51). Diría que esta concepción obliga a respetar  la dignidad del hombre y de la mujer en todos los ámbitos del planeta. Conlleva que nos ocupemos del  bien común.
La promoción y defensa de los derechos humanos no debe ser mera letra constitucional ni materia de conferencias internacionales, ni de cumbres, sin desmeritarlas; pero, poniendo en primer plano el cumplimiento, por parte de los gobiernos, de esos derechos. Ningún gobierno puede basar su actuación en la violación constante de esos derechos sin que se le sancione por parte de los organismos competentes, encargados de velar por su puesta en ejecución. Su consecuencia, es la necesaria e indispensable convivencia pacífica y el logro del desarrollo de individuos, pueblos y naciones.
No puede andar bien una nación cuando su gobierno sea acusado de violaciones de esos derechos; violaciones, cuyas acciones penales son imprescriptibles. Tarde o temprano, o más temprano que tarde, pagaran por las torturas, víctimas y asesinados por esas acciones crueles contra la vida y dignidad de los atropellados por las mismas.
Una cultura de paz se inicia en el interior de cada persona, extensiva a las familias y a la comunidad política; pero es producto, fundamentalmente hablando, de  un clima de concordia y de respeto de la justicia. Solo así puede “madurar una auténtica cultura de paz” (Juan Pablo II); capaz de ir al campo internacional.
Los focos de violencia, existentes en el planeta, que hacen pensar que vamos hacia una guerra mundial devastadora del hombre sobre la tierra, han de ser combatidos, no con más violencia. Juega un papel de primera línea el diálogo, el ejercicio de la diplomacia y de la política, el combate racional dirigido a superar esos conflictos.

La violencia es indigna del hombre y es esa la conciencia a desarrollar. La violencia destruye la dignidad, la vida y la libertad del ser humano, según Juan Pablo II.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo