jueves, 20 de agosto de 2015

La realidad es más importante que la idea

La idea es superior dicen otros.
Se le atribuye a los marxistas el aferrarse a una interpretación acorde con su óptica, de una realidad extraída de los libros y no de la experiencia concreta, de esa que viven hombres y mujeres de carne y hueso. El jesuita Francisco, nuestro santo Papa, piensa que lo más importante es la realidad, no la idea.
Digamos textualmente, lo que dice: “La realidad simplemente es; la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitándose que la idea termine separándose de la realidad” (EG, 231 y ss.).
No son sólo marxistas, que siguen tercamente imponiendo a los pueblos el comunismo, que es perverso; sino otras formas de pensamiento tales como los “purísimos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos,  los proyectos, más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos” (Francisco dixit). Son todos los que quieren mantener un orden social ajeno a soluciones posibles, reales, políticas, económicas, que oponen todo tipo de obstáculo para el diálogo sincero, no teatrero ni televisivo, que engaña al que poca cultura e inteligencia tiene para captar lo que es la verdad y la dignidad humana. Son los que, de manera calculada, eluden el razonamiento  iluminador de la realidad. Parecieran ser lo más interesados en propiciar la violencia. Esta es fuente de “buenos negocios” a costa del dolor, que poco, o nada importa.
Me van a permitir una simplicidad doméstica: Cuando, padres de familia, educábamos a los hijos, en su proceso de formación, en la primera Iglesia del hombre – iglesia doméstica ha sido llamada – le decíamos: esto es lo que podemos comer hoy; yo no iba a engañarles diciendo vamos a comer caviar… ellos lo entendían y acataban lo conducente. Actuaba acorde con la realidad económica familiar, con honestidad y transparencia. Mis hijos no iban a ver a sus padres en un lujoso restaurant haciendo lo contrario. La credibilidad en sus padres no se hizo nunca esperar.
La Iglesia, durante el Concilio Vaticano II, convocado por San Juan XXIII, se declaró peregrina, para acompañar a los pueblos en la búsqueda de un mundo más justo y equitativo. Era dilemática para la institución esta definición declarativa, después de tanto tiempo celebrando el cura la Santa Eucaristía de espaldas a la asamblea (Iglesia), dejando, si se quiere, el ser únicamente guía de la grey  para la conquista pacífica del cielo.
¿Por qué el dilema? Porque las cosas iban a cambiar. Indudablemente, las injusticias clamaban al cielo, la desesperación, fue aprovechada por pensamientos, movimientos, incluso surgidos desde la Iglesia, que, influidos por la revolución cubana y la teología de la liberación, tomaron la vía de la lucha armada, la violencia, para fomentar guerrillas y terrorismo. La situación de América Latina no iría a cambiar con la llamada Teología de la Liberación del destacado sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez.
Muchos de esos movimientos produjeron numerosos católicos asesinados y también otros que siéndolo o no, no comulgaban con la lucha de clases marxista, pero que también corrieron con la misma suerte. Ubicaría entre los primeros a Monseñor Romero de El Salvador. El odio cundió.
La realidad ha tenido momentos de progreso socioeconómico, sin embargo, la realidad nos indica retrocesos lamentables o pocos avances. El mundo se debate entre la paz y la guerra. La paz construye, propicia el progreso, el bienestar; pero no la paz de los misiles; la guerra, destruye; no hay arte de la guerra, porque jamás será un arte, ni acepto la llamada cultura de la muerte, porque me resisto a creer que lo sea.
El hombre necesita pan; pero también el pan que viene de Dios. Yo soy el pan que da la vida eterna. Quien cree en mí tendrá vida eterna, nos enseña Jesús. El es palabra vivificadora, es actuación que da consistencia (Jn 6, 41-51). Jesús es el Príncipe de la Paz.
Si queremos Paz dialoguemos con todos los sectores. Es diálogo internacional, mundial, globalizado, es diálogo nacional. Todos somos necesarios para la existencia de un mundo de amor basado en la verdad, la realidad, la dignidad humana; fundado en el pan, la justicia, el derecho y la paz.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo