Angelo
Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Bérgamo, Lombardía,
Italia, y murió el 3 de junio de 1963.
Su origen,
muy humilde, no constituyó obstáculo insalvable para que su luz, expresada en
sabiduría e inteligencia, brillara. Dios sabe lo que hace.
Siempre comunicó
con su manera de ser, alegría, sencillez, simpatía, buen humor, calidez y
generosidad.
Hablando de
su buen humor, el Cardenal Rosalio Castillo Lara, cuenta, en su Autobiografía,
que, siendo Roncalli diplomático, Nuncio Apostólico en Paris, en una cena tocó
frente a él una dama muy descotada. Su excelencia le hizo llegar una manzana y
la dama, sorprendida, le preguntó qué significaba eso.
El le
respondió: “Cuando Eva comió la manzana se dio cuenta que estaba desnuda”.
Son muchas
las anécdotas humorísticas de Juan XXIII.
Hombre de
temple tomó decisiones valientes, como esa de excomulgar a Fidel Castro en
momentos en los cuales casi todo el mundo le veía como el paradigma de la
libertad y dignidad de los pueblos con la revolución cubana. Esta atacó a la
Iglesia Católica en Cuba, asesinando y exiliando a numerosos sacerdotes. Al
mundo le costó entender que Castro era un dictador y la historia lo ha
comprobado así.
Es probable
que a la Curia no le agradara del todo la reducción de lujos que, en ocasiones,
llevaban cardenales y obispos. Su austeridad hace pensar en el santo Papa
Francisco que, parece, anda caminando por esas sendas del llamado Papa Bueno.
La edad de 77
años – uno más que la edad de Francisco – no constituyó para él ningún
impedimento, sostenía el criterio de que para el honor de un hombre bastaba con
haber concebido una empresa, haber pensado, ideado, iniciar algo, y decía que
no hay que preocuparse de sí mismo y de quedar bien. Actuaba persuadido de
hacer las cosas lo mejor posible y dejar los resultados en manos de la voluntad
de Dios, del Hijo y del Espíritu Santo.
El Espíritu
Santo le iluminó y le confirió la entereza necesaria para convocar, como en
efecto convocara, al hoy cincuentenario Concilio Vaticano II, “brújula segura” para
llevar a cabo la Nueva Evangelización que, con nuevos ardores y nuevos métodos,
está realizando la Iglesia Católica en una sociedad mundial caracterizada por
la increencia y la idolatría de “valores” que la mantienen en incertidumbre e
inseguridad, sin fe, sin esperanza y alejada de Dios.
Juan XXIII
fue un promotor permanente de la paz y lo sigue siendo. Su encíclica Pacem in
Terris, que junto con Mater et Magistra, expresan el magisterio social de la
Iglesia, es un documento que prueba esa vigencia que, como ya he sostenido en
otra oportunidad, debe ser leído, estudiado e internalizado por nosotros los
católicos en tiempos que la paz está seriamente amenazada y donde poco se
respeta la dignidad de las personas, que viven sumidas en desempleo galopante y
que ha llevado a Francisco a decir que algo malo está funcionando en el
planeta, porque es injusto privar al hombre de un empleo digno, decoroso, bien
remunerado, que no le permita ganar el pan para su sustento y el de su familia.
A Juan XXIII
se le debe rendir un justo homenaje. El no lo hubiera aceptado y de haberlo
hecho, habría aprovechado la oportunidad para dialogar porque era un convencido
de las bondades del diálogo para lograr la paz, la solución de problemas y
conflictos. Nunca fue un Papa de transición aunque su pontificado fuera breve,
su obra lo demostró.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo