Estamos en el
Año de la Fe que, habiéndose iniciado el 11 de octubre del año pasado, termina
el 24 de noviembre, día de Cristo Rey, por disposición, del hoy santo Obispo
Emérito Benedicto XVI, contenida en su Carta Apostólica Porta Fidei, que nos
lleva a seguir reflexionando sobre lo que es la fe (Hb 11 y ss) y los efectos
que produce en la persona, capaz de convertirla en un hombre o mujer nuevos.
En este
orden, referente a esa transformación que produce la fe, cito a Benedicto XVI que, al respecto
dice: “El amor a Jesús lleva a una nueva vida” (los pensamientos y los afectos,
la mentalidad y el comportamiento del hombre se transforman lentamente).
¿Saben el por
qué se transforman lentamente?
Porque es un
proceso, es un camino que se inicia en el bautismo, cuando le decimos a Dios,
Padre, o cuando nos encontramos con su Hijo amado, y termina al morir, para
entrar a la vida eterna.
¿Pero qué se requiere
para que la fe transforme la vida de una persona?
Para
responder, me permito citar un trabajo titulado La experiencia del Espíritu,
culmen y realización del acto de la fe, cuyo autor es Germán Sánchez Griese,
donde se aborda el tema del paso del acto de fe a la experiencia del espíritu.
Afirma el
autor citado, que, en Europa hay una fe lánguida, mortecina, apagada, basada en
una adhesión intelectual a unas verdades de fe que no toca el centro de la
persona, y que en América, continente de la esperanza, hay una fe viva pero
basada en el sentimiento, en las prácticas de piedad, en una religiosidad
popular, que, si bien ayuda a vivir con vigor y entusiasmo la fe, no toca
tampoco el corazón de las personas. Se requiere por tanto, según Sánchez Griese,
de tres elementos que son básicos: la escucha de la Palabra, la acogida en el
corazón y la respuesta que se da, ayudado por la gracia de Dios que transforma
a la persona.
Para que la
gracia de Dios transforme a la persona, se necesita de su cooperación, de su
libertad, de abrir su corazón, entendiéndose por corazón a la persona en su
integridad, es decir, en su intelecto, su voluntad y su afectividad. Sólo así
de esa manera puede una persona llegar a superar su mal carácter, un vicio, una
infidelidad, con su esfuerzo personal. No hacerlo así, sería un milagro que,
para Dios no resultaría imposible, ya que, para Él nada es imposible; pero el
camino ordinario del acto de fe
presupone la cooperación de la persona en su totalidad.
Benedicto XVI
en Porta Fidei nos invita a que descubramos el gusto de alimentarnos con la
Palabra de Dios, que es el Pan de Vida, que es el pozo de agua viva, que nunca
perece, bienes imperecederos. Nos invita a que leamos los textos emanados del
Concilio Vaticano II, a que acudamos al Catecismo de la Iglesia Católica,
alimento de la fe en Cristo, a la Historia de la Fe, a la sabiduría que
contiene el Magisterio de la Iglesia, a la Patrística… todo dirigido a formar,
educar y fortalecer la fe, y que nos impulsa luego a celebrarla públicamente, a
no considerarla un hecho privado, a llevarla a los demás creyentes o no
creyentes, evangelizando.
El creyente
se fortalece creyendo, asistiendo a la Iglesia, al culmen de su labor
misionera: la Santa Eucaristía, Memorial de la vida, pasión, muerte y
resurrección de Jesucristo, único Salvador de una humanidad, caracterizada por
la increencia y de alejamiento con respecto a Dios que es Amor.
El artículo o
trabajo de Sánchez Griese lo pueden leer a través de Catholic net, y la Porta
Fidei en la red social Internet.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo