
“Hay que rezar usando las palabras con moderación, porque Dios no escucha las palabras sino el corazón.” Benedicto XVI refiriéndose a San Cipriano.
San Cipriano de Cartago nació en el año 200 y murió en el 258 d. C.
Cartago queda en África, al norte de este Continente.
Este clérigo y escritor romano – Cartago era provincia del imperio romano - era de familia muy rica. Para muestra un botón: vivía en una villa.
La riqueza no constituyó para él esclavitud. Estuvo libre de la avaricia y de la codicia. Lo demostró cuando fuera capaz de donar una porción de su fortuna a los pobres de Cartago.
Su caridad es prueba de que muchos hombres y mujeres – recuerdo a Prisca y Aquilia que siendo ricos ayudaron a Pablo para predicar el Evangelio de Cristo – han tenido sensibilidad ante el dolor del que sufre.
Cuando se estaba produciendo su elección popular de Obispo de Cartago, algunos presbíteros se opusieron, esgrimiendo como razones, su riqueza, su diplomacia y su talento literario. Sólo que, los pobres, que recordaban su caridad, se impusieron, resultando, de esa manera, electo Obispo de su ciudad.
El Emperador romano, Decio, en el año 235, emprendió una cruel y sanguinaria persecusión contra los cristianos. Muchos fueron los eremitas que fueron arrojados a los bosques, martirizados fueron el Papa San Fabián y Santa Agueda. A Orígenes – el alumno brillante de San Clemente de Alejandría y maestro a su vez de San Basilio Magno – se le torturó bárbaramente, para morir luego como consecuencia de ese proceder.
San Cipriano de Cartago huyó de esa persecución. Lo hizo por mandato divino y desde su refugio dirigió a sus fieles, con seriedad y entusiasmo.
Muchos adjuraron de la fe en Cristo a raíz de la persecución deciana. Fueron llamados lapsi, los primeros cristianos que adjuraron de la fe. Lo que produjo la celebración de un Concilio en Cartago que vino a resolver lo atinente a la reincorporación a la fe de los lapsi. El Concilio apoyó a San Cipriano.
Su caridad y abnegada bondad para con los necesitados le hizo ganar prestigio entre los fieles.
Una nueva persecución, la de Valeriano (Año 253), le llevó al martirio.
Resulta que, el procónsul Galerio lo apresa. Lo condenan, sin oírle, sin permitirle el sagrado derecho de la legítima defensa – que ha sido acogido como principio y ley en los ordenamientos jurídicos - , como hicieron los que sentenciaron a Jesús. Muerte a espada para San Cipriano.
El día del martirio, para este santo, uno de los Padres de la Iglesia en África, la multitud de fieles, le acompañó. Cipriano, se quitó sus prendas, sin ayuda de nadie, se arrodilló y rezó. Su respuesta ante la decisión fue: “Gracias a Dios”. E inmediatamente, luego de vendarse sus ojos, la espada hizo rodar su cabeza.