lunes, 31 de enero de 2011

Los Damnificados, Cómo deben ser tratados

El diccionario de la Real Academia Española dice que Damnificado es un adjetivo que significa que ha sufrido grave daño de carácter colectivo. Es una palabra que proviene del participio damnificar, que es causar daño.
¿Quién causa daño? No me voy a extender más allá de los daños producidos por la acción de la naturaleza, duramente golpeada por el hombre. Los otros daños, que han llevado a humoristas a sostener que, en Venezuela, todos somos damnificados, no los voy a exponer en esta oportunidad, pero que tienen causas conocidas vinculadas principalmente por la acción gubernamental central del presidente Chávez, que, en su momento, el pueblo venezolano juzgará.
Damnificado es sinónimo de seres humanos que lo han perdido todo por crecidas de ríos y sus inundaciones, por fuertes y largas lluvias, terremotos, incendios, entre otras causas naturales.
Perderlo todo es quedar pobre, sin recursos materiales, de la noche a la mañana. Es perder seres queridos, familias, amigos. Es quedar sin casa, sin identidad, sin papeles. Es vivir un trauma difícil de superar, y que todos, debemos en ejercicio de solidaridad, contribuir en su solución.
Antes, durante y después de una tragedia, Jesucristo indica cual es la verdadera riqueza –que produce felicidad - y como ésta permite vivir la dureza del camino originado por estos acontecimientos trágicos.
La Iglesia Católica, seguidora de Cristo, tiene su Doctrina que, orienta, cómo debe ser el tratamiento de las personas damnificadas.
Estas orientaciones y ayudas que da la Iglesia, están en sintonía con los principios y valores de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, en especial, con el respeto a la dignidad a las personas humanas, creada a imagen de Dios, a la asistencia del que ha quedado sin nada y en el estímulo a los damnificados para que, valiéndose de esa asistencia, que ha de ser rápida y oportuna por parte de los gobiernos, principalmente, puedan ellos mismos reconstruir sus vidas.
Como cristianos no podemos dejar de pronunciarnos por todas las acciones gubernamentales o de otros organismos que irrespeten esa dignidad personal. No podemos aceptar que los damnificados sean refugiados para siempre en dependencia denigrante.

martes, 25 de enero de 2011

Sin un niño de la calle

“Yo, Hugo Chávez, me prohíbo a mi mismo que haya niños de la calle. Seré el primer culpable si hay niños de la calle en Venezuela”. Hugo Rafael Chávez Frías (6/12/98)
No existe una institución en el mundo que, de una manera prioritaria, haga más por la niñez como lo hace la Iglesia Católica.
Ella se ocupa todo el año y todos los años, y todos los días, por la educación cristiana, por la educación cívica y por la atención de sus necesidades físicas, de todos los niños, en especial de los están en situación de pobreza, de violencia, de abuso sexual, de niñez trabajadora, huérfanos, niños soldados; y combate sin tregua, sin aspavientos, la pornografía y prostitución infantil.
La Iglesia Católica, que es santa, hace de todos los días una eterna Navidad. Ella sabe que “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9, 5). No espera el nacimiento del Niño Jesús para volver los ojos hacia los niños. Hace a favor de ellos una permanente catequesis.
La Iglesia defiende el derecho de nacer y, por tanto, la vida. Condena el aborto.
Ella, siguiendo a Jesucristo, no quiere que exista marginación ni explotación en contra de los niños.
La Virgen María dijo un “si” generoso para aceptar su misión. Se comprometió a cuidar el Niño Jesús, lo alimentó y lo acompañó siempre. Jamás lo abandonó. Y la Iglesia, que es Mariana, hace por tanto lo mismo. Jamás se deja de ocupar por el bienestar espiritual y físico de los niños. Condena a los herodianos.
La sabiduría de la catequesis de los niños lleva a la enseñanza de que los ambientes de los hogares y de otras instituciones que visitan los niños, donde se enseñan a amar, a respetar y a ser generosos y saber compartir, forma niños ajenos a todo tipo de egoísmos.
La Iglesia quiere que los esposos se amen y le hagan felices los días a los niños. Les invita a no pelear entre ellos. Y quiere que los gobiernos sean capaces de mantener y crear numerosas fuentes de empleos, con buenas condiciones laborales y excelente seguridad social. Lo quiere para que la familia sea estable. Que no sufra embates que puedan llevarla a su desintegración.
La familia es la primera escuela del niño. Allí se inicia su sociabilidad.
“Hacerse niño con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino” (Mt 18, 3 – 4).
¡Que hermoso es que el niño al llegar a la adultez tenga siempre un espíritu de niño!
Que triste es cuando el niño al hacerse hombre llore. Ámalo para que no suceda. Ámalo para que al ser adulto respete, ame, sea generoso, ría, sea feliz, y ame a Dios por encima de todas las cosas, y al prójimo como a si mismo.
No creo que a la Iglesia Católica le sea grato que sean los seres más frágiles e indefensos – los niños - utilizados en publicidades mercantiles y políticas. Es un irrespeto para la niñez que la sociedad toda debe rechazar.

viernes, 14 de enero de 2011

Los ancianos tienen gran valía

El amor sacia el hambre del anciano que no es la del estómago.
Anciano proviene del latín “antiänus” que quiere decir de ante.
Anciano es una persona de mucha edad.
Ha habido y hay ancianos de gran valor. A guisa de ejemplos, tenemos a Juan XXIII – el Papa Bueno - y actualmente a Benedicto XVI. La historia les tiene reservado un gran sitial. Al primero, por haber convocado al Concilio Vaticano II, y al Santo Papa actual, por su inmensa sabiduría y sus posiciones en defensa cabal del Evangelio de Jesucristo.
En ellos se cumple lo del salmo: “Todavía en la vejez tienen fruto” (Sal 92, 15).
Una sociedad sabia debería honrar a todos sus ancianos y tenerles en lugar privilegiado. Una sociedad donde reine el amor y que esté consciente que “… no se puede vivir sin amor” (CDSI no. 223), actuaría en esa dirección.
Que conste desde ya, el amor no son solo palabras, son hechos concretos. Es tener obras, por pequeñas que sean, en pro del bienestar del anciano.
Cuantos hombres y mujeres han pasado la barrera de los sesenta años – que se tiene como partida de la vejez o del eufemismo llamado tercera edad o adulto mayor – en condiciones de aportar sus conocimientos y experiencias en el ámbito laboral y en el de la responsabilidad, son marginados. Es una injusticia que clama al cielo.
El artículo 80 de la sufrida Constitución de la República Bolivariana de Venezuela establece: “El Estado garantizará a los ancianos y ancianas el pleno ejercicio de sus derechos y garantías. El Estado, con la participación solidaria de las familias y la sociedad, está obligado a respetar su dignidad humana, su autonomía y les garantizará atención integral y los beneficios de la seguridad social que eleven y garanticen su calidad de vida. Las pensiones y jubilaciones otorgadas mediante el sistema de seguridad social no podrán ser inferiores al salario mínimo urbano. A los ancianos y ancianas se les garantizará el derecho a un trabajo acorde con aquellos y aquellas que manifiesten su deseo y estén en capacidad para ello”.
Yo puedo afirmar, con toda la responsabilidad del caso, que ese artículo constitucional es casi letra muerta. Hay que ver lo que sufren los viejitos cobrando piches pensiones, acérquense a verlos en los bancos… eso de la atención integral produce indignación porque no se cumple… que calvario el de un anciano para obtener asistencia médica, medicinas, alimentos... hay inhumanidad, falta de solidaridad, en pocas palabras, falta de amor por el prójimo, en este caso que me ocupa, por el anciano.
La Doctrina Social de la Iglesia afirma que “los ancianos constituyen una importante escuela de vida, capaz de transmitir valores y tradiciones y de favorecer el crecimiento de los más jóvenes: estos aprenden así a buscar no sólo el propio bien, sino también el de los demás. Si los ancianos se hallan en una situación de sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados médicos y asistencia adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor” (CDSI no. 222).
Aparecida afirma que “la globalización hace emerger en nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres” e incluye entre estos, “los ancianos”, excluyéndolos en lo social y considerándolos “sobrantes” y “desechables”. (no. 65)
La globalización sin rostro humano, sin solidaridad, está produciendo efectos más graves que los que produjo la revolución industrial y que dio pie al Papa León XIII para publicar la célebre Encíclica Rerum novarum, que vino a ser una reacción contra las injusticias contra los rostros sufrientes donde vemos a Cristo, entre ellos, los ancianos.