
Fue un hecho religioso trascendente latinoamericano que fue
instalado por el Papa Pablo VI, convirtiéndose en el primer pontífice en
visitar a la América Latina.
Medellín es trascendente, no sólo para este continente
latinoamericano, sino para Europa y otros continentes. Medellín es deudor del
magisterio del Papa que lograra llevar al Concilio Vaticano II a su feliz
culminación. Es un testimonio de denuncia al mundo de las injusticias que, ayer
y hoy, siguen clamando al cielo. Por eso Medellín no ha quedado atrás, ni se
han superado las injusticias, y el subdesarrollo, ha bajado de nivel. La
realidad socio-económica indica flagrantes retrocesos en esta región y en el
planeta. ¿Quién se atreve a negarlo?
En Medellín se aprobaron 16 documentos para abordar tres
áreas: 1.- La promoción humana: haciéndose
énfasis, en el desarrollo, la justicia y la paz. 2.- Evangelización,
crecimiento de la fe. Esta no puede estar separada de la vida. Fe y vida
unidas. Fe que siguiendo a Cristo obra por el amor. 3.- Una Iglesia visible y
con nuevas estructuras. Movimiento de laicos. Sacerdotes. Pobreza de la Iglesia.
Medellín es fiel a Populorum Progressio, va a unir tres
términos: desarrollo, justicia y paz. Al hablar de desarrollo se recurre a un
término, devaluado en mi concepto, “subdesarrollo”. Hemos retrocedido. Medellín
pudiera ser Venezuela, por ej., donde la frustración se capta al instante,
diáspora, emigrantes creciendo a diario en número, violencia, asesinatos,
extorsiones, secuestros, drogas, corrupción, desabastecimiento, colas
infamantes para compras de lo que escasea en alimentos y medicinas, inflación
la más alta del mundo; desigualdades hirientes; opresión; poder injusto;
tensiones nacionales e internacionales…, sin justicia no hay paz; sin amor no
hay paz; paz es fraternidad; fraternidad que viene del Príncipe de la Paz que
quiere la reconciliación de todos los hombres con Dios.
A todas luces hay religiosos que se les asocia a los ricos,
que no han asumido la pobreza no como la contraria a la voluntad de Dios, que
es un mal; sino como vida sin lujos, sin ostentación, sin apego al dinero o a
la riqueza, o como compromiso voluntario para testimoniar lo que sufre el
pobre, el marginado y la creciente ola gigantesca de indignados que, en toma de
conciencia, denuncian estos tipos de conducta que alejan en vez de atraer e
incrementan la violencia.
Medellín condena tanto al liberalismo como al marxismo.
Condena la violencia. Busca la purificación en el espíritu del Evangelio;
rechaza la violencia revolucionaria que no es cristiana ni evangélica.
¿Se ha
quedado atrás Medellín? ¿Las injusticias y las desigualdades se han por lo
menos aminorado? Responda usted apreciado lector o apreciada lectora.