martes, 11 de marzo de 2014

Por una cultura sana

“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 30-37)
He pensado, de manera reiterada, que la única y verdadera seguridad es la fe en Dios y la confianza plena en Él.
Dios, en la persona de Cristo, nos acompaña siempre; nos hace sentir su amor infinito, su fuerza, su fortaleza y salvación.
Para qué pensar en la tranquilidad en el plano terrenal, humano, cuando deberíamos saber que no existe, y que no la podemos hacer depender de un sistema económico, que para dar felicidad tendría que ser justo desde su raíz. Y ya sabemos que sólo se habla de crecimiento económico y el hombre poco o nada cuenta. Para decir algo, que no es noticia de primera página. En Venezuela hay un 10 por ciento de su población sin techo, en pobreza extrema, en abandono, en soledad: tres millones o más seres en esa dantesca situación ¿Cuántos habrán en el planeta?
Dice Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, que “hay culturas económicamente desarrolladas, pero éticamente debilitadas”. Nunca van a permitir que otras sean sanas, apegadas a Dios. Sólo les preocupa lo superficial, lo rápido, lo exterior. Poco cuenta la vida religiosa, espiritual, los bienes provenientes de Dios. Poco toman en consideración el bienestar integral del ser humano. Sólo cuentan los valores de la bolsa.
Esas culturas enfermas, de un modelo agotado, que tiene en vilo a la humanidad, han exportado sus “valores” y luchan por imponerlos hasta por la fuerza. Muchos pueblos están en peligro de perder la identidad y sus auténticos valores, entre ellos, su religiosidad.
Son culturas en peligro, que necesitan enriquecer una educación para ser críticos y no adocenados. Una educación que ofrezca un camino de maduración en valores. Que les fortalezca en su salud y rechacen una sociedad de la información de la superficialidad, en palabras de Francisco.
Se requiere una defensa poderosa de la familia y del matrimonio, afincados en un sentimiento amoroso no efímero sino “en una unión de vida total”, en búsqueda permanente de Dios y de su amor.
Pensar en dar la vida por amor a los demás. Los mártires cristianos de ayer y de hoy dan el ejemplo siguiendo a Jesucristo. No aferrándose a seguridades económicas o a espacios de poder y gloria humana, que serán siempre un soplo en la historia del hombre, o que, como dice la Sagrada Escritura, es “… una nubecilla que se ve un rato y luego se desvanece” (Stgo 4, 13 – 17).

De esas culturas enfermas debemos huir. De su inmediatismo, que impide tener un espacio reservado al silencio para la oración que hace fuerte al hombre y a la mujer. Rechazar todo lo que pueda desgastar la fe en Cristo. Rechazar que nos dejemos arrebatar la alegría evangelizadora que proviene de la Palabra de Dios, que es y será por toda la eternidad Buena Noticia.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo