He pensado, de manera reiterada, que la única y verdadera
seguridad es la fe en Dios y la confianza plena en Él.
Dios, en la persona de Cristo, nos acompaña siempre; nos hace
sentir su amor infinito, su fuerza, su fortaleza y salvación.
Para qué pensar en la tranquilidad en el plano terrenal,
humano, cuando deberíamos saber que no existe, y que no la podemos hacer
depender de un sistema económico, que para dar felicidad tendría que ser justo
desde su raíz. Y ya sabemos que sólo se habla de crecimiento económico y el
hombre poco o nada cuenta. Para decir algo, que no es noticia de primera
página. En Venezuela hay un 10 por ciento de su población sin techo, en pobreza
extrema, en abandono, en soledad: tres millones o más seres en esa dantesca
situación ¿Cuántos habrán en el planeta?
Dice Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium, que “hay culturas económicamente desarrolladas, pero éticamente
debilitadas”. Nunca van a permitir que otras sean sanas, apegadas a Dios. Sólo
les preocupa lo superficial, lo rápido, lo exterior. Poco cuenta la vida
religiosa, espiritual, los bienes provenientes de Dios. Poco toman en
consideración el bienestar integral del ser humano. Sólo cuentan los valores de
la bolsa.
Esas culturas enfermas, de un modelo agotado, que tiene en
vilo a la humanidad, han exportado sus “valores” y luchan por imponerlos hasta
por la fuerza. Muchos pueblos están en peligro de perder la identidad y sus
auténticos valores, entre ellos, su religiosidad.
Son culturas en peligro, que necesitan enriquecer una
educación para ser críticos y no adocenados. Una educación que ofrezca un
camino de maduración en valores. Que les fortalezca en su salud y rechacen una
sociedad de la información de la superficialidad, en palabras de Francisco.
Se requiere una defensa poderosa de la familia y del
matrimonio, afincados en un sentimiento amoroso no efímero sino “en una unión de
vida total”, en búsqueda permanente de Dios y de su amor.
Pensar en dar la vida por amor a los demás. Los mártires
cristianos de ayer y de hoy dan el ejemplo siguiendo a Jesucristo. No
aferrándose a seguridades económicas o a espacios de poder y gloria humana, que
serán siempre un soplo en la historia del hombre, o que, como dice la Sagrada
Escritura, es “… una nubecilla que se ve un rato y luego se desvanece” (Stgo 4,
13 – 17).
De esas culturas enfermas debemos huir. De su inmediatismo,
que impide tener un espacio reservado al silencio para la oración que hace
fuerte al hombre y a la mujer. Rechazar todo lo que pueda desgastar la fe en
Cristo. Rechazar que nos dejemos arrebatar la alegría evangelizadora que
proviene de la Palabra de Dios, que es y será por toda la eternidad Buena
Noticia.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo