El 15 de mayo
de 1961, Juan XXIII, el llamado Papa Bueno, dictó al mundo la carta encíclica
Mater et Magistra, como un tratado sobre la economía y su incidencia en la
creciente cuestión social. La dirigió, fundamentalmente, a los actores
principales de las relaciones económicas: Estado (Gobernantes), empresarios y
trabajadores del mundo.
Traducida del
latín, la frase se refiere a la Iglesia, que es Madre y Maestra de los pueblos.
Iglesia católica fundada como tal por Jesucristo para que en el transcurso de
los siglos, los pueblos encontraran en Ella su salvación. Su misión es
engendrar hijos para sí, educarlos y dirigirlos, velando con material solicitud
por la vida de los individuos y de los pueblos.
Es preciso
dejar sentado, como punto de partida que, Cristo, no sólo se ocupó del espíritu
del hombre sino de lo material de su cuerpo. En cierta ocasión dijo “yo soy el
camino, la verdad y la vida”, y, en otra, conmovido expresó: Siento compasión
de esta muchedumbre, demostrando también que le interesaba la satisfacción de
las necesidades materiales de hombres y mujeres (Mt 14, 13 – 21).
Para Juan XXIII,
que tuvo la valentía de convocar e instalar el Concilio Vaticano II, la
cuestión social tiene dimensiones mundiales. Lo podemos apreciar en el ayer y
en el mundo actual, “guiado” por una globalización en la economía que, a
nuestro modo de apreciar las cosas, ha producido una desigualdad horrorosa
entre ricos y pobres, en los países, incluso, ricos.
La economía
atañe a todos. Nos beneficia y nos perjudica de acuerdo con sus vaivenes.
En la
encíclica, se reafirma el carácter de “derecho natural” de la propiedad privada
que tiene que cumplir una función social.
La superación
de la desigualdad entre ricos y pobres es urgente, si paz se quiere tener en el
planeta; porque es excesiva la brecha existente.
La iniciativa
privada de los ciudadanos ha de ser respetada por los gobernantes o por los
Estados. No se niega hoy que, para que la economía sea exitosa y haya
convivencia fecunda y bien ordenada, es
imprescindible la colaboración entre Estado, empresarios y trabajadores, en
esfuerzo conjunto por el bien común nacional e internacional en este mundo
entrelazado.
Téngase
presente, como sana advertencia, que cuando falta la actividad de la iniciativa
privada o particular (MT 57) surge la tiranía política y no sólo esto – por
demás grave -, se produce además en determinados campos de la economía un
estancamiento general, traducido en desabastecimiento en muchos bienes de consumo
y de múltiples servicios.
Los
trabajadores, a quienes más se dirige la carta encíclica Mater et Magistra, tienen
dignidad, y sus salarios han de atender a ésta, al bienestar de ellos y de sus
familias. No puede haber la concepción del sueldo mínimo como tope en las
esferas pública y privada de la economía.
Y finalizo estas breves notas, afirmando que, el
Estado, en ningún momento ha de coartar la libre iniciativa de los particulares
ni ir en contra de la función subsidiaria que garantiza a los individuos que puedan realizar con su propio esfuerzo e
iniciativa actividades económicas que les son propias. Ningún poderoso debería
ir en contra de ese principio de subsidiariedad porque sería destruirlos o
absorberlos, lo que estancaría a la sociedad en general.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo