domingo, 8 de noviembre de 2009

La soledad no existe en una vida con sentido.

“Todos nosotros, aun siendo muchos, formamos un solo cuerpo unidos a Cristo, y todos y cada uno, somos miembros los unos de los otros” (Rmn 12, 5-16).
Pablo enseña la importancia del sentimiento de cuerpo. Si te hieres el dedo más chiquito de una de las manos, lo siente el entero cuerpo.
El cuerpo social experimenta ese dolor cuando falla uno de sus miembros por cualquier causa, ya sea, porque se aísla o se margina o es marginado, o porque muere… Sufre toda la familia humana.
Aislarse es el camino contrario al camino de la autodonación, libre y gratis de nuestros dones. Es un deber religioso autodonarse, compartiendo tiempo, talento y bienes con los demás. Es llevar una vida más fraternal en una comunidad humana universal. Aislarse es caer en un vacío ¿de ideas? ¿Existencial?
Pablo VI en Populorum Progressio, No. 3, responde a ese vacío de ideas, siendo sabios, y es respuesta también al vacío existencial, que embarga no a pocos seres humanos hoy en día, caracterizado por soledad, tedio, fastidio, tristeza, miedos, inseguridad, incertidumbre y angustia.
La experiencia histórica nos informa que ese cuadro característico - ¿consecuencia de la alienación? – no lo cura ni el colectivismo ni la “red de satisfacciones falsas y superficiales” de la sociedad occidental.
La extinta URSS probó que el colectivismo no acaba con las consecuencias de la alienación de la persona humana, más bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficiencia económica (Juan Pablo II, Centesimus annus, No. 41).
La soledad es una de las pobrezas más honda que el hombre puede experimentar. Y esa “red de satisfacciones falsas” no ayuda a superarla, la agrava, cuando el consumismo o el hedonismo se hacen o se convierten en una adicción. No ayuda al individuo a experimentar una “personalidad auténtica y concreta” (Juan Pablo II ibid).
Siguiendo con el siempre querido y admirado Papa, él nos dejó la siguiente afirmación: “Toda humanidad está alienada cuando se entrega exclusivamente a proyectos humanos, a ideologías o utopías falsas” (ibid No. 41).
Ya estoy asomándole al lector de estas notas, que una vida con Jesucristo como Luz que alumbra, tiene sentido y fundamento. Está reñida con la soledad y el resto del cuadro característico patológico antes descrito, y con la alienación que turba la razón y la conciencia de la propia identidad.
Una vida dedicada a amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, jamás dañará a otra vida, ni incurrirá en relativismo absoluto ni en ningún tipo de relativismo, que lleva a pactarlo o negociarlo todo, incluso, la vida, el principal derecho humano fundamental. Respetará la vida en todo momento (Pablo VI, Evangelium vitae, No. 20).
La libertad nos la confirió Dios para tener presente que la vida es corta, no es un pasatiempo, y que tenemos la obligación de darle sentido. De dotarla de dignidad trascendente que, como sostiene Benedicto XVI, “es compromiso que no depende sólo de las ciencias sociales, dado que requiere la aportación de saberes como la metafísica y la teología” (Cáritas in veritate No. 53).
La familia humana para que se desarrolle en lo individual y como pueblo, es necesario que reconozca que es parte de una sola familia que colabora en comunión con las demás familias, y que está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro.
¿Cómo se valoriza el ser humano?
No aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Según la revelación cristiana, la comunidad de los hombres no debe absorber a la persona anulando su autonomía, como ocurre con los diversos tipos de totalitarismos, que tienen por finalidad llevarla a que pierda su autoestima, el valor y grandeza de sí misma, su amor por la libertad, el goce de la propia humanidad y de establecer una relación de solidaridad y comunión con los demás hombres, para lo cual Dios creó al hombre y a la mujer.
Los pueblos no pueden aislarse. La globalización los lleva a luchar por una globalización en la solidaridad (Juan Pablo II, Jornada Mundial de la Paz, 1 de Enero de 1998).
En lo individual la vida tiene sentido cristiano, en cualquier circunstancia, por dolorosa que sea, si se asumen valores, tales como la libertad, responsabilidad, autotrascendencia, el valor único de la persona, el SER como más importante que el tener… Si se asume que Cristo es el héroe del SER, que nunca te dejará en las tinieblas, nunca te dejará en la soledad y será siempre Luz del mundo.

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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo