martes, 27 de enero de 2015

Ir a lo profundo para lograr el perdón y la reconciliación

A  veces se me ocurre pensar que la tercera guerra mundial se está haciendo a cuenta gotas a través de conflictos de toda naturaleza: terrorismo, guerrillas, violencia urbana y rural… Son millones los seres humanos que, entre el siglo pasado y el presente han fallecido. Si echamos una mirada a nuestro derredor más cercano, Venezuela, por “ejemplo”, en los últimos veinte años pasan de trescientas mil las víctimas y que, conste, que ésta situación no excluye a las principales calles de las ciudades más desarrolladas, provoca enumerarlas pero las dejo en el tintero.
Las causas de tantos conflictos parecen estar dirigidas a acabar con la superpoblación. Dios quiera que esa no sea la intención pero los resultados apuntan en esa dirección.
Menciono algunas causas o la naturaleza de ellas: étnicas, políticas, económicas, religiosas… Muchas, están asociadas al alejamiento del hombre de Dios, de Jesucristo y del Espíritu Santo. Se agrega lo que el santo Papa Francisco ha llamado “servidumbres modernas” que son la consecuencia de la corrupción del corazón del hombre en su afán de obtener ganancias sin importar los medios, la vida y la dignidad humana (Sobre el tema lean el Mensaje del 1 de enero de 2015 por la Jornada Mundial por la Paz; “Somos hermanos y no esclavos”). También el mantener el poder, el dinero, a como dé lugar.
Resulta injustificable que ante tantos avances en ciencia y  tecnología, incluso en perfeccionamientos policiales y militares, no se haya alcanzado, en pleno siglo XXI, la solución de tanta violencia, de tanto odio, de rencores desmedidos. Parece que los estudiosos de los conflictos como que van a tener que hacer ejercicios de imaginación social creadora para lograr métodos nuevos que entren en lo más profundo de los hombres y mujeres con el fin de  lograr la curación de fondo de esas confrontaciones.
Ya estamos decepcionados del uso de las armas para esas urgentes soluciones que garanticen la gobernabilidad y la convivencia social, por qué no decirlo, la Paz. Ya han afirmado voces calificadas que “no hay futuro sin perdón ni reconciliación” (Desmond Tutu). La Paz no es sólo ausencia de tiros. La Paz requiere de justicia y verdad. La Paz necesita de justicia social. Sin bienestar humano no es posible la Paz. Sin desarrollo humano integral no hay Paz. Con corrupción, que roba los dineros del pueblo y su felicidad, no hay Paz.
2015 ha sido designado por la Iglesia Católica “el Año de los Pobres”. En este, tendría que ser consigna permanente: “Somos hermanos; por tanto no trates como esclavo al prójimo”. Denunciemos – con voz profética cristiana – la explotación del hombre por el hombre “flagelo abominable” causa de las peores ataduras del ser humano. Tengamos fe, esperanza y caridad, y dejémonos guiar por el estudio profundo y su práctica del Evangelio de Jesucristo.
Oración.
Dios mío, para ti nada es imposible.
En nombre de tu Hijo amado.
Te pido  que haya en el mundo paz, pan y justicia.
Que veamos y tratemos a las personas como hermanos que son
y respetemos su dignidad.
Dios mío haz que cesen las esclavitudes
Y reinen la paz, la justicia y el derecho en el mundo. Amén.

martes, 20 de enero de 2015

La Paz para nuestros días

“…la Eucaristía es fuente y cumbre de toda vida cristiana, es el manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la paz”.
Difícilmente encontramos una institución que haga más por la paz. Sus aportes son innegables. Me refiero a la Santa Iglesia Católica. Sus oraciones y su misión van  encaminadas desde hace más de dos mil años al logro de la concordia y la paz.
Ese gran Papa, Pablo VI, hoy Beato, instituyó por los años 60 (1968) las Jornadas Mundiales por la Paz, celebraciones para el compromiso de ayudar a construir un mundo mejor.
“El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz… que no es sólo ausencia de guerra…” Para su logro se exige el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos. Es obra de la justicia y efecto de la caridad (Cf. CIC, 2304; Is 32, 17; GS 78, 1-2).
El “Príncipe de la Paz” es Jesucristo. El es nuestra paz (Ef 2, 14).
Nuestro Santo Papa Francisco se ha dirigido a creyentes y no creyentes, a personas individuales y organizaciones internacionales para que promuevan la concordia y la paz. Su Mensaje del 1 de enero de 2015, expresa, lo que podría ser considerada una consigna y razón de lucha permanentes: Seamos hermanos; no veamos al otro como esclavo.
El Mensaje es un llamado a tomar más en serio el problema de las esclavitudes modernas, consecuencia de la corrupción del corazón de personas y del flagelo, abominable, de la explotación del hombre por el hombre. Mientras no veamos en el prójimo al hermano que es, la paz no pasa de ser una falacia. Son millones de seres humanos en el planeta sometidos a la esclavitud o esclavitudes modernas; trabajadores y trabajadoras oprimidas; emigrantes maltratados; trabajo esclavo; personas obligadas a ejercer la prostitución; extracción de órganos a seres humanos; niños convertidos en soldados de la mendicidad; secuestros realizados por todo tipo de organizaciones criminales… Son numerosas las maneras o formas de sometimiento a sociedades enteras por parte de quienes detentan el poder económico o político. Nuestra sociedad no escapa a esta dramática situación.
Si la esclavitud, como consecuencia del avance positivo de la conciencia de la humanidad fuera abolida oficialmente en el mundo, hay que responder a la que aún persiste con la globalización de la fraternidad, no de la indiferencia ni de la esclavitud. Se requieren esfuerzos conjuntos y globales por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad, más allá o al unísono con congregaciones religiosas – compuestas generalmente de mujeres – que realizan con coraje y paciencia asistencia a las víctimas de ese flagelo; su rehabilitación psicológica y formativa y la reinserción en la sociedad de destino u origen. La Iglesia constantemente hace un llamado a unir esfuerzos para derrotarla.
No puede ser visto el hombre y la mujer como objeto de comercialización. Su dignidad, su libertad, la justicia y el amor se oponen rotundamente a eso, todo por la paz en nuestros días. Esa paz que proviene de Jesucristo, tanto interna como externa, es lo mismo, ya que esta última es reflejo de aquella.
La Iglesia de Maracaibo, por obra de nuestro santo Arzobispo, Monseñor Ubaldo Santana, creó la Comisión Arquidiocesana de Justicia y Paz que realiza  esfuerzos para ayudar a construir la paz en esta jurisdicción eclesiástica. Le pide a Dios en nombre de la Virgen Chinita que ilumine a sus miembros a ser constructores de paz. Bienaventurados los que construyen la paz (Mt 5, 9).

jueves, 18 de diciembre de 2014

Bienaventurados los que trabajan por la Paz

“La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible”  Benedicto XVI
Benedicto XVI habría querido que en vez de ser llamado Papa emérito le hubieran dicho, simple y llanamente, Padre Benedicto.
Pues bien, de este santo hombre, considerado el más sabio Pontífice con que ha contado la Iglesia, en su Mensaje, correspondiente a la Jornada Mundial por la Paz, del 1 de enero de 2013, la bienaventuranza de Jesús por la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana. Presupone “un humanismo abierto a la trascendencia”, palabras de Benedicto XVI. Brota de Dios y permite vivir con los demás y para los demás.
Luchar por la paz es encomendarse a Dios y dejarse guiar por la verdad, la justicia y el amor.
Nadie debería perder la esperanza por tener un mundo en paz cuando son numerosas las iniciativas en el planeta para alcanzarla. No puede ser de otra manera cuando el “hombre está hecho para la paz”, no obstante, los nubarrones que existan en su contra; más que nubarrones hechos concretos y alarmantes, tales como los que no aman la vida y abogan por el aborto y la eutanasia; los que niegan el derecho al trabajo, la libertad religiosa y no defienden el matrimonio entre hombre y mujer; los actos terroristas, las desigualdades sociales y los fundamentalismos religiosos.
Todo hombre ha sido creado por Dios y debe contribuir en la construcción de un mundo nuevo.
¿De dónde debe nacer primero la paz? De la familia, porque ella es indispensable para crear una cultura de paz. De ella nace la vida.
No puede ser rechazada la globalización que vive la tierra pero para perfeccionarla y llenarla de justicia social, ha de ser proclive al bien común mundial. Sin éste, no hay paz. Una mente egoísta e individualista no está acorde con ese bien. “Un capitalismo financiero no regulado” lo impide. Un liberalismo radical lo niega.
La paz tiene ética basada en la comunión y en la participación para conquistar un nuevo “modelo de desarrollo económico. Que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común”.
La agenda de la política internacional debe contemplar “la seguridad de los aprovisionamientos de alimentos”, debiera ser su tema central.
Hay que proteger la familia, el bien común y luchar por los derechos humanos fundamentales, entre ellos, por una educación social idónea o de educación popular de calidad, como es el lema de Fe y Alegría.
Todos los sacerdotes, desde los Obispos, diáconos, religiosos y religiosas, laicos comprometidos, fieles – todos somos Iglesia – deberíamos llevar a  las parroquias, a  los colegios y universidades, a los medios (Un tip permanente sería “construye la paz”) cursos, talleres, conferencias, para formar una cultura de paz o agentes de paz. Que todos los 10 de diciembre salgamos  a marchar por la paz y por los resultados que se hayan obtenido durante el año.
Recemos y oremos por la paz. Pidamos a Dios, en nombre de Jesucristo y del Espíritu Santo, por los gobernantes para que garanticen las condiciones necesarias para que haya paz.
Gracias a Benedicto XVI por ese Mensaje, inspiración y fuente de estas notas. Dios le bendiga y que siga en su silencio creador con la oración permanente desde su retiro. Bastante lo requiere el mundo actual signado por la violencia que niega el derecho humano de vivir en paz.