lunes, 30 de septiembre de 2013

Francisco y sus actitudes ante los signos de los tiempos actuales

Antes de hablar del santo Papa, Francisco, destaco el poder de los medios de comunicación, de la profesión de comunicadores y de la tecnología de los mismos, que hace crear una imagen de la realidad, positiva o negativa. En el caso de Francisco, positiva, porque el hombre está respondiendo a los signos de estos tiempos que demandan una Iglesia abierta a éstos, y los medios están recogiendo fidedignamente lo que declara y hace el Sumo Pontífice.
Ya hay quienes hablan de “un Papa revolucionario”, que no se conforma con “cambios de forma dentro de la Iglesia católica, sino de fondo, pero ordenados y democráticos. Insta a un cambio de actitud de los pastores de retomar la calle” (Crespo, Juan Pablo. Un Papa revolucionario. Panorama 26/9/13).
Ya su liderazgo comienza a sentirse buscando en todos, que somos Iglesia, cambios de actitudes, que definidos, podría decirse que poder es servicio basado en el amor, asumiendo con talante austero, con grandeza y desinterés la misión que nos impone. La influencia que se tenga, del tipo que sea, política, económica o de cualquier naturaleza, ha de estar enmarcada en esa definición.
“Servir es amor hasta que duela” como nos los recuerda siempre la Madre Teresa de Calcuta. El Evangelio no sólo va dirigido al creyente, es también para el no creyente.
De espaldas a los signos de los tiempos están quienes ejercen el poder de manera no acorde con estas ideas. Hay que recalcarles que “poder es servicio. El poder sólo tiene sentido si está al servicio del bien común”.
Me ha parecido de suma actualidad lo que, recientemente dijera Francisco en la Isla de Cermeña, cuando afirmara que el sistema económico mundial nos conduce a una tragedia. Ya la miseria no es sólo de los llamados países del Tercer Mundo, la están sintiendo los llamados países desarrollados. Es dramático aquello del parado – desempleado – que le dijo al Papa que sin un trabajo no puede haber futuro y se tiene miedo. Ya existen quienes sostienen que se ha perdido hasta “el derecho de ser explotado” por la falta de empleos. Es dramático cuando Francisco afirma que en contra de los ancianos hay “una eutanasia escondida” porque ni se les da empleo, ni se les cuida ni se les toma en cuenta. Una sociedad que ignore a los ancianos no tiene futuro.
Tenemos que creer en Dios y creerle, en nombre de Jesucristo, y tener tiempo para el silencio reflexivo para que sea posible la escucha de la Palabra… ser hombre que guste del silencio… Silencio contemplativo, que le permita liberarse de la inflación de palabras que reducen y empobrecen su ministerio a un palabrerío hueco, como tantos que nos ofrece la sociedad actual, y es porque “toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra en perfecto y preparado para toda obra buena” (2 Tm 3, 14-17).
Francisco se encuentra preparado para toda obra buena, para impulsar cambios de actitudes, por ejemplo la de no ser “ricos epulones”, la de denunciar la injusticia y la globalización de la indiferencia, para amar, para no excluir a nadie por razones de ningún tipo, para comprender a todos, en especial, al que sufre. Con razón ya comienza a comparársele con Juan XXIII que, junto con Juan Pablo II, serán canonizados por él.

Recomiendo leer del P. Gustavo Nova Nova “El poder del amor como servicio”, título de un libro que es frase del Papa Francisco.

martes, 24 de septiembre de 2013

La corrupción en nuestro tiempo

Hacen falta muchos profetas en estos días de tanta corrupción, como el llamado profeta de la justicia social: Amós.
El denunciaba la corrupción que existía en el Reino del Norte de Palestina (Israel), que vivía en bonanza económica, de la siguiente manera: “Escuchen esto los que pisotean al pobre y quieren suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano? Ha jurado Yahvé por el orgullo de Jacob: ¡Jamás he de olvidar todas sus obras!.
¿Y quiénes pisoteaban al pobre? ¿Quiénes los que querían suprimir de la tierra a los humildes? Los poderosos de esa época y ¿Quiénes eran esos poderosos? Los gobernantes y ricos.
¿Y en estos días quiénes son esos poderosos? Los mismos, que se han sumergido en la corrupción y tienen a los pueblos en el desespero, que han hecho empobrecer a muchos, que han llevado a la emigración a numerosos grupos humanos, que venden armas para guerrear o promover guerras, que matan niños, ancianos, mujeres, destruyen pueblos, que promueven la inflación de los precios, los que hoy tienen formas sofisticadas de esclavitud, de trabajos que alienan al hombre, que promueven y ejecutan todo tipo de ilícitos, entre ellos la prostitución, la venta de drogas, los que se roban los dineros públicos, en pocas palabras, los que han destruido al planeta y viven esclavizados al dios Mammon, al dinero fácil, a la riqueza injusta.
A mi me resulta desconcertante ver elogiar a corruptos y rechazar al hombre honrado, honesto, religioso, entregado a Dios, absurdos de la injusticia, como dirían los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Yo elogio a hombres y mujeres que han hecho riquezas, que no tienen sus corazones aferrados a éstas, que la ponen al servicio de los demás y que viven apegados a la Palabra de Dios. Puedo poner ejemplos, si se me precisara el hacerlo. Son hombres y mujeres de sencillez y austeridad que merecen ser reconocidos, que han entendido que no se puede servir a Dios y al dinero a la vez.

lunes, 16 de septiembre de 2013

La intervención del Estado y la inflación

El tema es polémico porque unos quieren que no haya intervención del Estado en la economía y otros abogan porque el Estado tenga un rol protagónico en las actividades productivas.
Entre una y otra posición, hay radicalismos.
Los radicales liberales que defienden la libertad, el mercado libre y que éste esté sólo regulado por las leyes naturales. Se sitúan en esta postura autores como Quesnay, el autor del “laissez- faire, laissez- passer”, y Adan Smith, cuyo libro “La riqueza de las naciones”, es un clásico.
Los radicales del intervencionismo con Carlos Marx a la cabeza.
Entre una y otra postura están los de un mercado libre moderado, con poca intervención del Estado, expresada en pocos impuestos, pero dedicándose el Estado a la defensa nacional, la seguridad jurídica (Justicia) y construcción de obras públicas; y los que aceptan la intervención del Estado en la economía, con reglas claras y con la inversión privada. La Doctrina Social de la Iglesia, fundándose en el principio de subsidiaridad, que formulara Pío XI en 1931, amplía las funciones económicas del Estado, cuya acción “fomenta, estimula, ordena, suple y completa” toda la actividad económica (Mater et magistra, No. 53, encíclica de Juan XXIII).
Está comprobado que el excesivo intervencionismo estatal, si no es capaz de respetar las inversiones privadas, lleva a la inflación que consiste en poca oferta y más demanda, y en consecuencia, precios altos en bienes y servicios, amén los graves conflictos sociales que tal fenómeno económico trae como consecuencias. La estabilidad de precios de bienes y servicios conviene a empresarios y consumidores.
La economía es asunto delicado de mucho tino, prudencia, sabiduría política y científica por parte de los gobernantes para buscar que el inversionista tenga estímulos y el consumidor – los pueblos – tengan la mayor suma de felicidad posible en educación de calidad, salud de calidad, buena alimentación, muchas fuentes de empleos, dignos y bien remunerados, excelentes vías de comunicación, seguridad jurídica de bienes y de personas, entre otras cosas no menos importantes.