lunes, 13 de abril de 2015

El amor mutuo es garantía de dignidad

“En esto conocerán todos que son mis discípulos, en el amor mutuo que se tengan” (Jn 13, 35)
Nunca me cansaré de repetir que ninguna gracia tiene que sólo amemos a nuestros amigos. Sería la negación de Cristo, que no vino a discriminar a nadie ni a juzgar a ninguno. Llegó a la tierra, a servir, a no ser servido, y a salvar a la humanidad pecadora. No dejará de ser actual su mensaje de justicia, paz, amor, concordia, fraternidad, solidaridad y misericordia. Si preferencia tenía era por el que sufre, en especial, por los pobres.
Quiere Nuestro Señor Jesucristo – Dios con nosotros – que tanto creyentes como no creyentes (Todos somos sus hijos) respetemos la dignidad del hombre, la fraternidad y el amor, como valores universales. Es un llamado permanente dirigido a hombres y mujeres de buena voluntad.
Ese llamado es trascendente porque tiene un soporte poderoso: la palabra de Dios y el espíritu del Evangelio de Jesús. Su ayuda para llevar a Cristo a la humanidad entera es valioso, bajo la dirección de los pastores.
El diálogo entre los hombres debe ser sincero. Tanto en el seno de la Iglesia, en aras de la concordia y la unidad, y debe producirse entre pastores y fieles. El mundo necesita para caminar en la construcción de la paz la unidad de todos los cristianos, y desde ella, estar avanzando hacia el diálogo con otras religiones, incluso, con quienes persiguen a los cristianos. La paz mundial impone, en su consecución, sacrificios. Dichosos los que trabajan por la paz.
La voluntad de Dios no es la guerra, ni la violencia, ni el irrespeto al carácter sagrado de la vida, del matrimonio y de la familia. Es su voluntad que amemos a Cristo, y lo veamos a él en todos los hombres, que, por ser hijos de Dios, son nuestros hermanos.
La Iglesia está al día, al tanto de lo que sucede en este mundo convulsionado por estructuras de pecado que van contra la familia, sus gozos y esperanzas; le acompaña unión atendiendo a su carácter misionero. Sufre con los sufrimientos de la familia. Está en aggiornamento, como diría el Papa Juan XXIII, a inicios de la década del 60, del siglo XX, cuando convocara al Concilio Vaticano II. A la Iglesia le apesta la corrupción, las esclavitudes “modernas”, consecuencias de la falta de moral y ética, de rechazo de Dios, que se manifiesta en las distintas actividades humanas (Léase Evangelii Gaudium de Francisco; léase también, la Exhortación de la CEV del 12 de enero de 2015).  Pulula el lujo con dineros en abundancia mal habidos en medio de la pobreza y miseria de los pueblos.

Valoremos la dignidad de la persona humana y no seamos indiferentes ante su dolor y sufrimientos, efectos de  numerosas injusticias.

lunes, 6 de abril de 2015

Documentos que mueven la historia

Era enero de 1973, cuando, la Conferencia Episcopal Española, dictó la Instrucción Pastoral, titulada, La Iglesia y la Comunidad Política (20-1-1973). Podría afirmarse que, la larga dictadura del General Franco, llegaba a su fase final (1969-1975).
El régimen franquista era monocolor. Crecía, de manera incontenible, la oposición, no obstante, la feroz represión expresada en estados de excepción, de presos políticos, supresión de la autonomía universitaria, cierre de diarios, como “Madrid”, pero, también de indultos forzados por la presión interna e internacional de los principales políticos implicados en el asunto MATESA.
Con esa Instrucción, documento que mueve la historia más allá de su presente, la Iglesia Católica española quería aplicar las enseñanzas del Concilio Vaticano II a la situación política española. Ya la psicología de la Iglesia comienza a cambiar. Se plantea la necesaria revisión del Concordato de 1953, normativo de las relaciones Iglesia-Estado.
Son tensas las relaciones entre ambas instituciones. La Iglesia se distanciaba, cada día más, del régimen autoritario de Franco. Los sacerdotes encarcelados aumentaban. Todo por exponer en sus homilías la enseñanza social y política de la Iglesia. Los movimientos apostólicos seglares superaban en número, abiertamente, a la Falange y a los partidos políticos.
Los obispos habían expresado la necesidad de corregir la injusta distribución de la riqueza, causa de hirientes e indignas desigualdades humanas, de avanzar hacia la democracia, controlar el poder y gasto público por parte de los ciudadanos. ¿Cómo podía ser católica una sociedad donde no se respetaba la dignidad humana al no haber una justa distribución de la riqueza? Lo social no escapaba del conflicto  en medio de una tranquilidad que, para muchos, constituía “la paz de los sepulcros”. Sabido es que todo progreso es resultado de una necesaria tensión histórica porque nunca existirá tranquilidad absoluta, ni seguridad del mismo tenor.
Mater et Magistra, encíclica del Papa, San Juan XXIII, del 13-7-1962,  planteaba – lo sigue haciendo con vigencia desprovista de dudas al respecto – a los gobernantes, a la autoridad, su deber de servir al bien común y de observar el principio de subsidiaridad que ejecutado enaltece la moral, la ética y la dignidad de las personas, de los pueblos, y los protege de populismos y asistencialismos que les destruye.

Eran tiempos de cambios que se aproximaban en España. De reformas, no sólo económicas sino también políticas, de darle información al pueblo, abriendo canales de participación y de libertad. Ya vendrían tiempos felices para España. Los tiempos de Felipe González y su rol protagónico junto a otras personalidades políticas que jugaron igual rol.

lunes, 9 de marzo de 2015

La participación de los cristianos en la vida pública

Sin miedo hagamos confesión pública de la fe en Dios”
Ante las difíciles circunstancias, innumerables problemas, conflictos, violencia, guerras, persecuciones, intolerancia. Injusticias, hambrunas, corrupción, ilícitos de todo pelaje, desconocimiento de la libertad religiosa, tráfico de drogas, esclavitudes modernas, entre numerosas situaciones dramáticas más, que se “viven” en el planeta, la Iglesia y su pueblo – el pueblo de Dios – los católicos no podemos permanecer indiferentes en el ámbito de las correspondientes responsabilidades.
Por tanto, ni en el plano nacional ni internacional podemos lavarnos las manos como Pilatos. Francisco, nuestro Santo Papa, ha reiterado que quiere una Iglesia en salida y accidentada y no una Iglesia enferma, ensimismada o encasillada en sus muros, o en otras palabras, quiere que todos participemos aportando soluciones para la vida, para la justicia y la paz. Que seamos parte de la solución, no del problema. Ningún aporte es chiquito. Todos son indispensables para la existencia de una sociedad mundial mejor, llena de la presencia de Jesucristo, el salvador del mundo.
Nuestra única confianza, como católicos que somos, es Dios, para mantenernos fieles en la fe cristiana.  Para lograr esto último, hay que tener una estrecha y cordial comunión con la Iglesia y con la interpretación de las enseñanzas del Evangelio realizada auténticamente por ella. Seguir la Patrística, la Tradición, el Magisterio de nuestra amada Iglesia.
Hay numerosas situaciones que, junto con las señaladas, nos llevan al miedo. “No tengáis miedo”, era una arenga permanente de San Juan Pablo II, y sin miedo, o con miedo, sin dejarnos paralizar por éste, debemos estar en convivencia con la libertad, en democracia – que debemos defender siempre – sin indiferencia, con discernimiento para no dejarnos confundir nunca, ante discursos vacíos, repetitivos, que sólo sirven para alienar al hombre y alimentarlo de ilusiones, que son ajenas a la verdad.
Los católicos debemos anunciar a Jesucristo, seguir su Evangelio. El quiere que “adoremos al Padre en el Espíritu y en la verdad. Porque esos son los adoradores que busca el Padre. Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24).
Alimentados por la fe en Cristo, guiados por ella, iluminados por el Espíritu de Dios, debemos desarrollar nuestras propias potencialidades, carismas, dones, recursos, capacidades y las del mundo, cuando existen realidades dolorosas.  Orientarlas, dirigiéndolas al Reino del Padre. Afirmando al hombre, su valor absoluto y exaltando de manera radical y plena su dignidad inviolable de persona humana. Dentro del respeto a las libertades – entre ellas la religiosa – y de los derechos humanos, en un Estado de Derecho, de separación de poderes, de gobernabilidad que garantice la paz, la convivencia y el respeto de la vida.
Tenemos responsabilidades como sacerdotes, religiosos, laicos, para la formación religiosa. Con la conciencia de libertad que no puede prescindir de responsabilidad moral, y que va más allá, abarcando a todos los ciudadanos y dirigentes.
Podría seguir extendiendo el tema; pero mi esperanza es que estas ideas lleguen a los jóvenes, verdaderos motores de la libertad. Más de uno ha pagado con su vida por defenderla. Dios les bendiga, ampare y proteja. Nosotros apoyemos a nuestros jóvenes. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para su formación plena. Venezuela lo reclama.