domingo, 25 de abril de 2010

La subsidiaridad es garantía de libertad

“Dios no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes” (Catecismo de la Iglesia, No. 1884).
Dios al crear al hombre le dio libertad y talentos; éstos, que son dones o carismas, para que los hiciera fructificar según sus iniciativas de toda índole: empresariales, culturales, políticas, religiosas, deportivas y, en fin, de todo tipo.
Para el desenvolvimiento de sus actividades, el conjunto de hombres y mujeres, comunidades, pueblos, países y naciones, principalmente los pobres, a los que se les dificulta valerse por sí mismos, requieren de ayuda, tanto de los gobiernos o Estados, como de las grandes corporaciones internacionales. Necesitan que se aplique el principio de subsidiaridad acuñado por la Iglesia Católica.
Permiso para expresar que, la Iglesia que nosotros conocemos es así soberana e independiente, frente a todos los poderes de la tierra; fuerte, segura e indestructible en su unidad interna (Pío IX).
Retomo el tema.
Que quede claro desde ya. Es ayuda, no imposición de superioridad de ningún género. Ni política ni tecnológica o financiera. Ni es esa ayuda, asistencia paternalista.
Los pueblos quieren respeto a su dignidad y no dependencia. Las personas todas, también. Exigen respeto, solidaridad y libertad.
¿Qué se entiende por subsidiaridad?
Benedicto XVI, mi admirado santo Papa, que acaba de cumplir años de edad y cinco como pontífice, al tocar el principio en referencia sostiene: Que debe “mantenerse unido al principio de la solidaridad y viceversa” (Caritas in veritate no. 58).
La subsidiaridad. Según este principio “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (Juan Pablo II carta encíclica Centesimus annus, 48).
Sabido es que el hombre es un ser social que por razones naturales necesita de la socialización y, por tanto, se relaciona con sus semejantes mediante el intercambio de numerosas e infinitas actividades. Lo hace a través de empresas, sindicatos, partidos políticos, asociaciones civiles, colegios profesionales, entre otras, instituciones.
Un fuerte intervencionismo del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales; lo mismo ocurre con alguna forma de colectivismo.
Pues bien, la subsidiaridad “traza los límites de la intervención del Estado e intenta armonizar entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional” (Catecismo, 1884). Un orden internacional donde la cooperación económica sea para el desarrollo humano integral, y no contemple solamente la dimensión económica. Ha de ser una gran ocasión para el reencuentro cultural y humano, como lo dice Benedicto XVI.
Yo afirmo, con toda la responsabilidad del caso, que el capitalismo - ¿salvaje? - y el comunismo se han dado las manos para quitarle la libertad al hombre, contra su voluntad, no permitiendo sus actividades, principalmente las económicas, para el logro de su superación o bienestar, alegando que, la competitividad es ajena a la sensibilidad por el dolor de los demás, lo cual, no es la razón de fondo de esa posición, sino netamente política y económica en beneficio de élites que se enriquecen groseramente sin importar las consecuencias en detrimento del ser humano.
“Un Estado democrático promueve una amplia participación en asociaciones e instituciones de libre iniciativa” (Catecismo, 1893). Permite la libertad.
“La comunidad política debe regular sus relaciones con la sociedad civil según el principio de subsidiaridad: es esencial que el crecimiento de la vida democrática comience con el tejido social” (Quadragesimo anno, 203).Y vuelvo con lo de la ayuda. Que se convierta en “un verdadero instrumento de riqueza”. Sólo así, las soluciones a la crisis económica y financiera global podrían encontrar soluciones llenas de justicia y equidad. Sólo así se respeta la dignidad de los pueblos, de los hombres y mujeres que sufren la pobreza en este golpeado planeta que tenemos: La Tierra.

domingo, 18 de abril de 2010

Jesús vino a dar la vida por los demás

“De levante a poniente es grande mi fama entre las naciones, y en todo lugar me ofrecen sacrificios y ofrendas puras, porque mi fama es grande en las naciones” (Malaquías 1, 11)
Para afianzar su identidad y fortaleza, el cristiano católico, debe recurrir a la vida de los Padres fundadores de la Iglesia y quienes, después de un sacrificio trascendental para la salvación de la humanidad, a través de la tradición, fueron formando el Nuevo Testamento y la Iglesia.
El cristiano católico recordará, en un recorrido desde la historia de la salvación, que los primeros cristianos - los apóstoles - acudían a la llamada “hora nona” (4 p.m. en la hora nuestra) a orar. Lo hacían en la sinagoga judía y allí, bajo el ritual judío, cantaban salmos, se leían resúmenes sobre lo que, sobre la vida y la predicación de Jesús, se había escrito, constituyendo todo esto fuente de inspiración para los escritores sagrados formadores del Nuevo Testamento y de la Iglesia.
Esos escritores, los sinópticos por ejemplo (Mt., Mc. y Lc.) tuvieron esa fuente, preferentemente oral, de inspiración, para hacer los Evangelios.
¿Cuál fue ese sacrificio trascendental para la humanidad? ¿Qué significó para ella? ¿Qué lecciones dejó para y por siempre?
Sin duda, que el cristiano al leer la Sagrada Escritura (La Biblia), ésta le responderá.
Al estudiar el Antiguo Testamento se encontrará con los sacrificios de corderos que se hacían a la hora de la oración y constatará que esos sacrificios van a ser sustituidos por el sacrificio mas grande y extraordinario que conoce la humanidad. La carta de los Hebreos dice: El Mesías “mediante sangre no de cabras y becerros, si no la suya propia entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo una liberación irrevocable” (Hebreos 9, 12). El sacrificio de Cristo en la cruz sustituye a todos los sacrificios del Antiguo Testamento y se ofrece para la salvación no solo de los judíos si no también de todos los hombres.
¿Qué significa para la humanidad este sacrificio? Que Jesús fue capaza de dar la vida por todos para la salvación, ¿Puede haber una lección mas grande que ésta? El cristiano sentirá una interpelación permanente a su conciencia, y pensará si su vida es de sacrificios por el bien de los demás. Su conciencia le dirá que hay que amar al prójimo como lo amo Jesucristo. Pensará si su fe es de aceptación de la revelación de Dios y si su fe tiene obras. Apelará a Santiago 2, 14 – 26 que dice: “hermanos míos, ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Podrá salvarlo la fe?

lunes, 12 de abril de 2010

Democracia económica o una economía mas humana

Formulo una declaración: Nada de lo humano me es ajeno.
Es muy difícil que no sea así, por la cada día más creciente interdependencia entre los pueblos del mundo. La velocidad de las comunicaciones lo permite. No nos puede ser indiferente el dolor humano y la injusticia, por lejano o cercano que sea el escenario geográfico donde ocurra. Y dejo claro, también, que no sólo por las comunicaciones conocemos al ser humano. Conociéndose uno a si mismo, conoce al semejante.
Nos debe mover constantemente, como hombres de fe y de razón, la conciencia hacia una transformación del corazón, de uno de piedra por uno de carne (Ez 36, 26), o de un cambio de actitudes espirituales que, como afirmara Juan Pablo II, en Centesimus annus, definan “las relaciones de cada hombre (religioso o no, pero persona de buena voluntad) consigo mismo, con el prójimo, con las comunidades humanas, incluso las más lejanas y con la naturaleza, y ello en función de valores superiores”.
Esos valores son: bien común, pleno desarrollo de “todo el hombre y de todos los hombres”, como, felizmente, expresara Pablo VI, en Populorum progressio.
La democracia económica no puede ser lograda sino existe solidaridad en sus ejecutores, y si a éstos, no les duele la suerte de los demás. Ello comporta un cambio o “conversión espiritual”. De actuar movidos por la ética, la honestidad, la transparencia, la responsabilidad social y la solidaridad en el ejercicio de la actividad económica.
Benedicto XVI en su Encíclica Cáritas in veritate afirma que, la actividad económica como “actividad del hombre y precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente”.
La actividad económica realizada en un ámbito compuesto por tres instancias – mercado, Estado y sociedad civil – necesita la solución de graves problemas sociales que existen en el mundo de hoy, en el malestar de los pueblos ante una globalización sin alma y sin reglas.En esa actividad, principios, como el de la gratuidad, no puede ser ajeno. La caridad en la verdad es su expresión. No es opuesta al beneficio, sólo que éste debe llegar a todo necesitado. El lujo debe disminuir en aras de la felicidad de todos. Parece que el mundo necesita más de Jesucristo resucitado.