La angustia por la paz llevaba, a nuestro recordado, admirado
y respetado Papa Juan Pablo II, a expresarla. No es aventurado afirmar que, no
obstante, las guerras y todo tipo de violencia que siguen atormentando a la
humanidad, seguimos, junto al hoy Santo, confiando en que, pronto, habrá el
inicio de una era de paz fundada, según frase del Papa Pablo VI, en la “civilización
del amor”. El llamado para todos es a “colaborar con renovado empeño en la
promoción de la paz”.
El 1 de enero de 1994 – parece que fuera ayer – insistía en
el respeto prioritario de la dignidad del hombre como persona, portador de
derechos y deberes universales e inviolables. ¿Llegará el momento de extinción
de los dictadores? Tengo un criterio sobre éstos que, al final de estas notas,
citaré y compartiré con mis desocupados lectores, como decía el destacado
historiador venezolano Manuel Caballero.
Yo no me siento iluso ni utópico por proclamar o promocionar la
paz; todo lo contrario, sé que la paz es posible, no es una quimera. La mujer
va a seguir jugando un papel clave, ahora protagónico en la promoción y defensa
de la paz en la tierra. Son muchas las que vienen actuando en esa dirección.
El santo Papa Juan Pablo II, quizá viendo la actuación de las
mujeres por la paz, arriesgando, incluso, sus vidas, dirigió su mensaje de paz
en 1994, en especial, a las mujeres, pidiéndoles ser educadoras para la paz, en
la familia, en la vida cultural, social y política de las naciones, “que puedan
continuar el camino hacia la paz ya emprendido antes de ellas por otras muchas
mujeres valientes y clarividentes”, imbuidas de valores tales como la verdad,
la justicia, el amor y la libertad. Es un proyecto que dura toda la vida.
La mujer puede hablarle de amor y paz al niño en su claustro
desde que lo concibe. Puede aprovechar la almohada para hablarle de paz al
esposo, hasta puede hacer una huelga de… ¿Lo imaginan?
La mujer-madre es educadora de la paz en sus hijos. En esos
hombres y mujeres que van a ejercer todo tipo de funciones en la sociedad:
militares, policías, maestros, jueces, fiscales, profesionales, etc.
Todo estamos obligados a construir la paz. La Iglesia
Católica podría constituir escuelas parroquiales de paz. Toda institución
educativa hacer lo mismo. Los medios de comunicación social reservar, con
obligatoriedad voluntaria y ética, espacios para la promoción diaria de la paz.
En el Instituto Universitario Fe y Alegría, de San Francisco, en su sede,
efectuamos un foro sobre la paz el 9 de diciembre del pasado año. Quedé
admirado como unos niños explicaban de manera práctica cómo se logra la paz. Se
alimentó mi esperanza por la paz y su posibilidad.
La dignidad de la mujer hay que defenderla. Ellas están llamadas
a desempeñar una misión insustituible en la educación para la paz.
Ya he sostenido que la familia – Padre y Madre de las manos –
es la “primera y fundamental escuela de la paz, escuela de socialidad”
(Familiaris consortio). Las familias necesitan ser ayudadas adecuadamente
mediante estructuras de apoyo humano, social y económico para satisfacción de
sus necesidades, sin ser privados excesivamente de su presencia indispensable.
No hay que discriminar a la mujer impidiéndoles su inserción social y su función
insustituible dentro de la familia.
Mujeres unidas en defensa de la paz. Recuerden que los
dictadores “presumen y se envanecen ante el mundo, pero en sus corazones hay
miedo reprimido. Son temerosos…” y lo que él hizo a otros puede que,
usualmente, se lo hagan a él” (CHURCHILL).
María danos la paz y llena el corazón de las
mujeres de tu espíritu de Madre que llevaste en tu seno a Jesús. Tú lo educaste
para que llegara a ser el “Príncipe de la Paz”. Amén.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo