martes, 28 de mayo de 2013

Vigencia de Juan XXIII a 50 años de su partida

“Nada se pierde con la paz; todo se pierde con la guerra”  (Pío XII)
Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Bérgamo, Lombardía, Italia, y murió el 3 de junio de 1963.
Su origen, muy humilde, no constituyó obstáculo insalvable para que su luz, expresada en sabiduría e inteligencia, brillara. Dios sabe lo que hace.
Siempre comunicó con su manera de ser, alegría, sencillez, simpatía, buen humor, calidez y generosidad.
Hablando de su buen humor, el Cardenal Rosalio Castillo Lara, cuenta, en su Autobiografía, que, siendo Roncalli diplomático, Nuncio Apostólico en Paris, en una cena tocó frente a él una dama muy descotada. Su excelencia le hizo llegar una manzana y la dama, sorprendida, le preguntó qué significaba eso.
El le respondió: “Cuando Eva comió la manzana se dio cuenta que estaba desnuda”.
Son muchas las anécdotas humorísticas de Juan XXIII.
Hombre de temple tomó decisiones valientes, como esa de excomulgar a Fidel Castro en momentos en los cuales casi todo el mundo le veía como el paradigma de la libertad y dignidad de los pueblos con la revolución cubana. Esta atacó a la Iglesia Católica en Cuba, asesinando y exiliando a numerosos sacerdotes. Al mundo le costó entender que Castro era un dictador y la historia lo ha comprobado así.
Es probable que a la Curia no le agradara del todo la reducción de lujos que, en ocasiones, llevaban cardenales y obispos. Su austeridad hace pensar en el santo Papa Francisco que, parece, anda caminando por esas sendas del llamado Papa Bueno.
La edad de 77 años – uno más que la edad de Francisco – no constituyó para él ningún impedimento, sostenía el criterio de que para el honor de un hombre bastaba con haber concebido una empresa, haber pensado, ideado, iniciar algo, y decía que no hay que preocuparse de sí mismo y de quedar bien. Actuaba persuadido de hacer las cosas lo mejor posible y dejar los resultados en manos de la voluntad de Dios, del Hijo y del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo le iluminó y le confirió la entereza necesaria para convocar, como en efecto convocara, al hoy cincuentenario Concilio Vaticano II, “brújula segura” para llevar a cabo la Nueva Evangelización que, con nuevos ardores y nuevos métodos, está realizando la Iglesia Católica en una sociedad mundial caracterizada por la increencia y la idolatría de “valores” que la mantienen en incertidumbre e inseguridad, sin fe, sin esperanza y alejada de Dios.
Juan XXIII fue un promotor permanente de la paz y lo sigue siendo. Su encíclica Pacem in Terris, que junto con Mater et Magistra, expresan el magisterio social de la Iglesia, es un documento que prueba esa vigencia que, como ya he sostenido en otra oportunidad, debe ser leído, estudiado e internalizado por nosotros los católicos en tiempos que la paz está seriamente amenazada y donde poco se respeta la dignidad de las personas, que viven sumidas en desempleo galopante y que ha llevado a Francisco a decir que algo malo está funcionando en el planeta, porque es injusto privar al hombre de un empleo digno, decoroso, bien remunerado, que no le permita ganar el pan para su sustento y el de su familia.
A Juan XXIII se le debe rendir un justo homenaje. El no lo hubiera aceptado y de haberlo hecho, habría aprovechado la oportunidad para dialogar porque era un convencido de las bondades del diálogo para lograr la paz, la solución de problemas y conflictos. Nunca fue un Papa de transición aunque su pontificado fuera breve, su obra lo demostró.

martes, 21 de mayo de 2013

La fe en Jesucristo transforma totalmente a la persona


Estamos en el Año de la Fe que, habiéndose iniciado el 11 de octubre del año pasado, termina el 24 de noviembre, día de Cristo Rey, por disposición, del hoy santo Obispo Emérito Benedicto XVI, contenida en su Carta Apostólica Porta Fidei, que nos lleva a seguir reflexionando sobre lo que es la fe (Hb 11 y ss) y los efectos que produce en la persona, capaz de convertirla en un hombre o mujer nuevos.
En este orden, referente a esa transformación que produce la  fe, cito a Benedicto XVI que, al respecto dice: “El amor a Jesús lleva a una nueva vida” (los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se transforman lentamente).
¿Saben el por qué se transforman lentamente?
Porque es un proceso, es un camino que se inicia en el bautismo, cuando le decimos a Dios, Padre, o cuando nos encontramos con su Hijo amado, y termina al morir, para entrar a la vida eterna.
¿Pero qué se requiere para que la fe transforme la vida de una persona?
Para responder, me permito citar un trabajo titulado La experiencia del Espíritu, culmen y realización del acto de la fe, cuyo autor es Germán Sánchez Griese, donde se aborda el tema del paso del acto de fe a la experiencia del espíritu.
Afirma el autor citado, que, en Europa hay una fe lánguida, mortecina, apagada, basada en una adhesión intelectual a unas verdades de fe que no toca el centro de la persona, y que en América, continente de la esperanza, hay una fe viva pero basada en el sentimiento, en las prácticas de piedad, en una religiosidad popular, que, si bien ayuda a vivir con vigor y entusiasmo la fe, no toca tampoco el corazón de las personas. Se requiere por tanto, según Sánchez Griese, de tres elementos que son básicos: la escucha de la Palabra, la acogida en el corazón y la respuesta que se da, ayudado por la gracia de Dios que transforma a la persona.
Para que la gracia de Dios transforme a la persona, se necesita de su cooperación, de su libertad, de abrir su corazón, entendiéndose por corazón a la persona en su integridad, es decir, en su intelecto, su voluntad y su afectividad. Sólo así de esa manera puede una persona llegar a superar su mal carácter, un vicio, una infidelidad, con su esfuerzo personal. No hacerlo así, sería un milagro que, para Dios no resultaría imposible, ya que, para Él nada es imposible; pero el camino ordinario del acto de fe  presupone la cooperación de la persona en su totalidad.
Benedicto XVI en Porta Fidei nos invita a que descubramos el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, que es el Pan de Vida, que es el pozo de agua viva, que nunca perece, bienes imperecederos. Nos invita a que leamos los textos emanados del Concilio Vaticano II, a que acudamos al Catecismo de la Iglesia Católica, alimento de la fe en Cristo, a la Historia de la Fe, a la sabiduría que contiene el Magisterio de la Iglesia, a la Patrística… todo dirigido a formar, educar y fortalecer la fe, y que nos impulsa luego a celebrarla públicamente, a no considerarla un hecho privado, a llevarla a los demás creyentes o no creyentes, evangelizando.
El creyente se fortalece creyendo, asistiendo a la Iglesia, al culmen de su labor misionera: la Santa Eucaristía, Memorial de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, único Salvador de una humanidad, caracterizada por la increencia y de alejamiento con respecto a Dios que es Amor.
El artículo o trabajo de Sánchez Griese lo pueden leer a través de Catholic net, y la Porta Fidei en la red social Internet.

martes, 14 de mayo de 2013

El dialogo es siempre necesario


“… hemos de manifestar nuestra persuasión que la verdadera religión es única, y esa es la religión cristiana, y que alimentamos la esperanza de que como tal llegue a ser reconocida por todos los que buscan y adoran a Dios”. Pablo VI
Pablo VI culminó la magna obra que le dejara su predecesor Juan XXIII: el Concilio Vaticano II.
Por cierto, que, el próximo 3 de junio, se cumplen 50 años de la partida al Cielo del llamado Papa Bueno, autor de la encíclica Pacem in Terris, que su estudio, su internalización, debería ser motivo para recordar ese día a Juan XXIII, que tanto abogó por la paz en el mundo.
Pablo VI pidió al Espíritu Santo que, sus pensamientos, al publicar su primera encíclica, Ecclesiam suam (Mandato de la Iglesia al mundo contemporáneo) no estorbaran para nada las sesiones que se realizaban en el Concilio, ya cincuentenario, “brújula segura” para estos tiempos de renovación, de Año de la Fe y de una Nueva Evangelización.
En la encíclica se aborda el método del diálogo, siempre necesario, llamado por el santo Papa Pablo VI, diálogo de salvación, capaz de solucionar los conflictos de la humanidad. Para la Iglesia, todo lo humano es de su interés.
Es diálogo, no sólo intercambio de ideas, ni simple conversación; es intercambio de dones. Es método que busca lo que une, lo que es común a las partes que en él intervengan. Es para lograr, con paciencia y gradualidad, soluciones a problemas de diversas índoles. El diálogo no implica dejación de fe, de principios y valores por parte de sus intervinientes.
La Iglesia, en constante renovación, siempre purificándose y purificando, anuncia a Cristo como único salvador de la humanidad que, en el presente, gime, sufre y llora por injusticias.
La Iglesia tiene un mensaje para todos. Ella ofrece su luz y su gracia, a la vez habla al mundo de verdad, de justicia, de libertad, de progreso, de concordia, de paz, de civilización. Cristo le ha conferido esa misión y por eso siempre está ofreciendo el diálogo como método de salvación.
Pablo VI habla de  círculos al referirse al diálogo.
Uno, dirigido a los límites que circunscriben a la humanidad. Diálogo, nada fácil, pero posible, sobre todo con quienes niegan a Dios. Otro, acerca del diálogo con los que aman a Dios (hebreos, musulmanes, etc.). Otro, diálogo ecuménico, que se viene realizando con todos los que llevan el nombre de Cristo. Y el diálogo con los Hijos de la Iglesia Católica, la Casa de Dios, que busca la paz, la unión, el amor y la solidaridad entre estos para la vitalidad y santificación de la Iglesia.
Francisco nos invita a dialogar con todos. Nos dice que construyamos puentes y no muros, imitando a Jesucristo. Lo necesitamos para la paz y no para la división, el odio, la discordia y la confrontación.