lunes, 23 de julio de 2012

La Lectio divina y el año de la fe


“Vino a Nazará, donde se había creado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día sábado, y se levantó para hacer la lectura” (Lc 4, 16).
He asumido un compromiso de especializarme en la práctica de la lectio divina  para alimentar, a diario, mi fe en el Hijo de Dios, y de ayudar a los hermanos en la fe para que puedan lograrlo también.
Pienso que para el Año de la Fe, que se inicia el 11 de octubre y termina el día de Corpus Christi, es indispensable el dominio de esa práctica, porque, a través de este modo de leer la Biblia, todos podemos estar en mejores condiciones de profesar, celebrar, vivir y testimoniar la fe. No olvidemos que la lectio divina busca un compromiso en cada uno de nosotros, busca la acción, el cumplir con la Palabra de Dios, con su Reino.
Yo recomiendo la lectura de un trabajo de Monseñor Diego Padrón, titulado Lectura Orante de la Biblia, publicado en el libro Jesucristo, buena noticia. Cristología para la Misión.
La historia de la lectio divina.
Cuando se inicia un nuevo culto, en los arcanos tiempos de la historia, los judíos aprendieron un método que se hizo clásico. En ese culto, basado en la Palabra de Dios, no en el sacrificio, leían el texto bíblico, luego la explicaban y después la llevaban a la oración. Era práctica sabatina en la sinagoga.
Esta forma de lectura la heredó Jesús, practicándola en las sinagogas de Cafarnaúm  (Lc 4, 16). Jesús profundizaba en las Escrituras Sagradas y las actualizaba llevándolas al “hoy”. Lo hacía desde la fe y en espíritu de oración.
Orígenes la inicia en la Iglesia en el siglo III. La continúa San Jerónimo quien, por cierto, lleva la Biblia del hebreo al latín, por mandato del Papa San Dámaso, naciendo de esta manera La Vulgata.
Los monjes de la Edad Media llevaron a la lectio divina a su esplendor.
La lectura escolástica sustituye a la lectio divina.
Pasan siglos, hasta que el Concilio Vaticano II, en la década de los sesenta del siglo XX, la rescata; iniciándose un despertar: “un extraordinario y progresivo interés por la Biblia, portadora de la Palabra de Dios”, como “una realidad viva, dinámica y eficaz, capaz de  alimentar la fe…” (E. Bianchi, citado por el actual Presidente de la CEV en su trabajo referido).
La lectio divina, desde la fe y en espíritu de oración, nos lleva a conocer a Cristo Jesús y anunciar su Mensaje de Salvación a la entera humanidad.
El Concilio Vaticano II restituye la Biblia al pueblo de Dios. Sabe el Concilio que quien desconoce la Palabra de Dios, desconoce a Cristo.
En las reuniones de oración procuro que todos sigamos los pasos de la lectio divina: lectura del texto bíblico, qué me dice o que nos dice la Palabra, meditación de ésta, oración, contemplación y compromiso (actio).
Estoy seguro de que la práctica de la lectio divina, ceñidos a esos pasos, nos hará, cada día, más y mejores cristianos, y, por consiguiente, excelentes ciudadanos, porque el compromiso con Cristo Jesús lleva a no ser indiferentes ante los problemas de la sociedad.
Estudiemos los documentos de la Iglesia para tener criterios de interpretación conforme con ella, porque la lectio divina requiere de conocimientos generales bíblicos para su plena eficacia.

martes, 17 de julio de 2012

Los fieles laicos, profetas y apóstoles del mundo actual


“El que sembró la semilla buena es el Hijo del Hombre” (Mt 13, 37).
Por laico se entiende la persona que no tiene órdenes clericales; independiente de cualquier organización o confesión religiosa.
El Concilio Vaticano II expresa que son fieles laicos los que manifiestan su intención de pertenecer a la Iglesia y a su misterio, que tienen como carácter peculiar de su vocación, la búsqueda del Reino de Dios, tratando de adecuar las realidades temporales ordenándolas según Dios.
Lumen Gentium considera que son aquellas personas, cristianos, que incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde.
Invito, en estas horas dramáticas de la Patria, a leer dos documentos, uno, la Exhortación Apostólica, Christifideles laici y el Comunicado de la CEV, de Juan Pablo II y de la Conferencia Episcopal Venezolana ante las Próximas Elecciones del 7 de octubre del 2012.
La lectura les dirá el por qué de la invitación.
Y es que los fieles laicos no podemos aislarnos espiritualmente de la comunidad, ni mucho menos dejar de participar, tanto en la Iglesia, de la cual debemos tener conciencia de pertenencia, como en la sociedad.
A los fieles laicos no nos es dable mantenernos ociosos. Jesús no nos quiere de esa manera y es por eso que nos manda a ir por el mundo a evangelizar, es decir, a llevar el Mensaje de Salvación a quienes no lo hayan recibido, y nos instruye cómo hacerlo. Debemos ser luz y sal de la sociedad anunciando el Evangelio, y profetizando, rechazando la injusticia y la violación de los derechos humanos fundamentales.
Los fieles laicos tenemos, también, un compromiso con nuestra formación integral, que comprende la espiritual, la participación activa en la sagrada liturgia, la doctrinal (estudio de la Doctrina Social de la Iglesia), cultivando la fe en Cristo, rezando, orando; participando en política; luchando por crecer en valores humanos, entre otras obligaciones no menos importantes, como leer todos los documentos emanados del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia, como herramientas valiosísimas para la preparación del Año de la Fe del 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre de 2013, celebración de Corpus Christi.
Hay que llevar a la humanidad la esperanza en el Evangelio vivo y personal, Jesucristo mismo, que es alegría, que la Iglesia testifica y anuncia cada día a todos los hombres. Es la misión de todos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles laicos. Somos Iglesia.
Hago un llamado a votar masivamente y a colaborar en todas las fases del proceso comicial  el próximo 7 de octubre. Es por la defensa de la libertad y de la democracia.

martes, 10 de julio de 2012

Cundir nuestros tiempos de buenos ejemplos

Cristo padeció por nosotros dejando su ejemplo para seguirle  (1Pe 2, 21 - 23)
Dos palabras son claves en el desarrollo de este breve trabajo. Ellas son: ejemplo y cundir.
La definición de ejemplo: acción o conducta que puede inclinar a otros a que la imiten.
Cundir es efecto de extenderse, propagarse y multiplicarse por todas partes.
Un ejemplo puede ser bueno o malo. El bueno es el que debemos seguir; una mala acción, no.
Todos somos pecadores, pero la lucha es por evitar el pecado y por tener una conducta digna e intachable.
Que teniendo actitudes decorosas, éstas brillen como estrellas en el mundo (Fil 2, 15 - 16).
Las sociedades necesitan de modelos que sean acordes con la Palabra de Dios, con el amor, la fe y la pureza. Las sociedades estan indignadas ante conductas esquizofrénicas. Es obvio, que quieren coherencia entre palabra y acción, de modo de poder tener autoridades "al servicio de la comunidad" (1 Tim 4, 12) y no de sus intereses.
Esas autoridades no han de ser soberbias, ni prepotentes ni iracundos. Que tengan dominio de sí mismos, no codiciosos de riquezas mal adquiridas, capaces de amar lo noble, lo justo, lo que sea de verdadero servicio para los demás.
Una autoridad cristiana católica debe reunir esas características y evitar los largos y vacíos discursos. Debe esmerarse por edificar con la palabra y el ejemplo. Debe recordar siempre a Jesucristo que dejandonos ejemplo, cuando le maldecían callaba, no devolvía mal por mal, callaba (1 Pe 12, 15. 3, 9 -16). Ha de hacer el bien y tener presente que "más bienaventurado es dar que recibir" (He 20, 25)

lunes, 2 de julio de 2012

La venezolanidad en el tiempo


Yo soy VENEZOLANO, nacido en Maracaibo, estado Zulia y digo ¡Que molleja! ¡Vergaciooon!  Rafael Inciarte Bracho. @eeetiempo
Nosotros hubiéramos sido graciteños de haber persistido el nombre Tierra de Gracia que, fervorosos creyentes católicos, encabezados por Colón, le dieron a estas hermosas y bellas tierras, no más al verlas.
Poco duró ese gentilicio y menos aún, el nombre Paria.
A Américo Vespucio le toca el honor y la gloria de haberlas bautizado con el nombre de Venezuela: pequeña Venecia, ésta, gran ciudad del Adriático. Por cierto, que ello ocurrió cuando divisó las precarias veinte casas construidas sobre las aguas del golfo de Coquivacoa.
Uslar Pietri afirmó que ese nombre brotó por azar, sin escribano ni acta, en un olvidado rincón del Lago de Maracaibo, que es eterno. Que se olviden los que, supuestamente, tuvieren pensando en cambiarlo por Cubazuela.
Si algo debemos buscar en el tiempo, desde que nace Venezuela, son los aspectos positivos de la venezolanidad. Con palabras de Augusto Mijares, lo afirmativo venezolano, conjugando las pequeñas acciones, las más sencillas y humildes obras, que son hazañas heroicas de nuestro pueblo,  con las grandes gestas, es decir, combinando lo peculiar con lo universal, para definir nuestra identidad.
Hablando de buscarlas en el tiempo, las destaco en el presente. Como el venezolano, que somos todos, sin distingos de ningún tipo, sale a trabajar, a luchar, a bregar, en condiciones hostiles, en medio de malos servicios de transporte, con inseguridad e inflación incontenible. Son millones los seres que lo hacen. Yo elevo a la máxima dignidad lo positivo venezolano y no me detengo en sus reales o presuntos defectos, corregibles con buena y excelente educación para todos. Creo en el venezolano. Tengo esperanza en su afán por hacer de Venezuela un mejor país, donde cabemos todos.
Tenemos virtudes que prevalecen: Honradez, abnegación, decoro ciudadano, buen humor, y sincero deseo de trabajar por la patria.  Contamos con millones de personas que luchan por la inclusión y no la exclusión.
Veamos a Venezuela a través de sus virtudes. Veamos al venezolano como un ser inteligente, amistoso, hospitalario, amable, jocoso, que deja las cosas para última hora y las hace, y confiemos plenamente en su fuerza. Es esperanza de libertad y civilidad.