lunes, 27 de septiembre de 2010

El gobierno de la globalización

La doctrina social de la Iglesia “no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral” (Juan Pablo II)
Benedicto XVI, mi admirado y respetado Papa, no se cansa de repetir que la política y la economía no pueden estar ajenas a la moral, ni esas esferas marginar la religión. Así lo expresó en su reciente visita al Reino Unido: “… jamás olvidemos cómo la exclusión de Dios, la religión y la virtud de la vida pública conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y por lo tanto, a una visión restringida de la persona y su destino” (Caritas in veritate, 29. Él le recuerda a Inglaterra sus raíces cristianas).
Precisamente, el mundo globalizado del presente no puede andar lejos de lo recomendado por el santo Papa; un mundo, cada día más interdependiente, que requiere la reforma de sus organismos internacionales, entre ellos, la ONU.
La justificación de esa reforma lo constituye la imparable interdependencia global y la recesión mundial. Benedicto XVI lo sostiene en su encíclica antes mencionada, que data del 7 de julio de 2009.
Se plantea con urgencia la reforma de la arquitectura económica y financiera internacional, pero, ¿sobre qué bases?
Juan Pablo II dejó sentada la necesidad de que la ONU tenga “un grado superior de ordenamiento internacional” (Sollicitudo rei sociales).
Y es indispensable ese ordenamiento superior internacional – todo pasa por el Derecho – para que haya una Autoridad política mundial que, por cierto, esbozara Juan XXIII, el llamado Papa bueno, quien convocó e instaló el Concilio Vaticano II.
¿Cuál sería la función de esa Autoridad? La de ejercer el gobierno de la globalización.
Esa Autoridad debe ser aceptada por todos los países del planeta. Que estando regulada por el Derecho, se atenga de manera concreta a los principios de subsidiariedad y de solidaridad, ordenada a la realización del bien común de todos los pueblos de la tierra.
Cuestiones como el flujo inmigratorio, el ilícito internacional, la difícil gobernanza, la protección del ambiente, la ordenación de la economía y finanzas, el desarme mundial, el nuclear entre ellos, requieren de consenso multilateral. No de la acción de unos pocos.
La doctrina social de la Iglesia es “una reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial”. Su objetivo principal es “interpretar esas realidades examinando su conformidad con lo que el Evangelio enseña, acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta humana” (Juan Pablo II. Sollicitudo rei sociales).
Y es que el hombre en lo individual y como pueblo, tiene derecho a un desarrollo humano integral. Negarlo, en nada contribuye a la paz mundial.

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Quién es rico?

“Quien ama el dinero no se harta de él” (Eclesiastés 5, 9)
Ser rico es malo, es una afirmación que merece ser analizada bajo el crisol del Evangelio. Para Jesús la riqueza en sí, no es mala. Malo es quien no reflexiona sobre el sentido de su vida y hace de ésta, amor al dinero y no llega a hartarse de él jamás.
Malo es quien no ama. Quien teniendo muchos bienes no comparte. Es el avaro, tacaño o miserable. Son los epulones, que no son capaces de comprender que al no compartir no hacen nada por la paz.
Un ávido de riquezas no disfruta de la vida, de una grata conversación, de un paisaje, de la belleza y se aísla, o es rechazado por los demás. Las cosas lo disfrutan a él.
Juan Crisóstomo dijo, en una de sus valientes y hoy famosas homilías, que ser rico es una esclavitud. Yo sostengo que es porque se pone el corazón en el tesoro y se olvida la perla preciosa que es la libertad interior.
Son esos ricos que, al no compartir, jamás encontrarán la verdadera felicidad que, como dice el pasodoble popular, ni se compra ni se vende. Son esos pobres ricos, o ricos pobres, que, al tropezar con una enfermedad incurable, ya nada pueden hacer y tarde se dan cuenta que de muy poco o de nada les sirvió tantos afanes por el dinero.
¿Quién es rico?
El verdaderamente rico es la persona que se enriquece en Dios, porque Él, su Hijo y el Espíritu Santo constituyen la verdadera riqueza del alma.
Quien tiene a Dios como riqueza interior no se aferra a los bienes exteriores. Hace de su vida: un monumento de desprendimiento de lo material. Rico es san Francisco de Asís que renunció a la riqueza material, por amor a Jesucristo y al prójimo. Es el rico que, como afirma Anselm Grün “podrá vivir sin miedo, disfrutará de libertad interior”. Es el que se conforma con lo necesario para vivir.
Malo es quien se hace rico con la corrupción quitándole la oportunidad a todos, principalmente a los más necesitados, de contar con una buena calidad de vida. Malo es vivir poseyendo y poseyendo cosas, a como dé lugar, incluso, comerciando con la vida de las personas, sin conformarse con Jesucristo. Eso si es malo de verdad.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Tomás Moro, Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco, ejemplos para políticos

No voy a esgrimir las razones para escribir sobre la Política y los Políticos. Que sean deducidas de estos escritos dedicados al tema.
Yo asocio la Política – así con mayúscula – como apostolado, como servicio al prójimo. Acorde con el cumplimiento del principal de los mandamientos: Amar a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, el cuerpo, el alma , el espíritu, y al prójimo como a uno mismo.
Cuando fui Presidente de la Asociación de Jueces del estado Zulia, en mi discurso de toma de posesión, dije: “Vine a servir y no a ser servido”.
Recuerdo que, en una ocasión, el Dr. Ricardo Henríquez La Roche, hombre muy religioso, y quien era en ese momento Juez superior en lo Civil, Mercantil y Tránsito, me dijo: “Yo le admiro a usted, porque pide para los demás y para usted nada”.
Mi dedicación al servicio de la administración de justicia, la lucha por un Poder Judicial Independiente y Autónomo, fue tal que, obtuve un premio: Tener que retirarme del cargo de juez y no poder disfrutar hoy, cuando lo requiero, de una pensión o jubilación, teniendo más de veinte años de servicios a la República.
Ultimamente, un servidor público honesto, el Dr. Fernando Chumaceiro, ha citado, en sendos artículos, a santo Tomás Moro, Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco.
Dice Chumaceiro que Gallegos fue “un ciudadano de reconocida conducta ética, quien fue desalojado de Miraflores por un golpe militar” (Mi deuda con la vida. La verdad, 1-9-10).
Del poeta del pueblo, Antonio Márquez Morales, también un servidor público honesto, dijo, recientemente que “es el político más prístino de la historia contemporánea de Venezuela”.
¿Qué decir de santo Tomás Moro?
El, es, Patrono de de los Gobernantes y de los Políticos, proclamado por Juan Pablo II, el 31 de octubre de 2000, según Carta Apostólica escrita para tales efectos.
Tomás Moro fue un laico, abogado, de inalienable dignidad de conciencia, la cual es “el núcleo más secreto y sagrario del hombre, en el que está sólo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Concilio Vaticano II Gaudium et spes, 16).
Moro es “ejemplo imperecedero de coherencia moral”. Su figura, fuera de la Iglesia, es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana. Concibió al gobierno como “ejercicio de virtudes”.
Para Moro “el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Esta es la luz que iluminó su conciencia, derecho humano, derecho de Dios”.
Guardo en mis papeles la conferencia que sobre su figura dictara en el Centro Bíblico de la ciudad que lleva su nombre. Está a la orden.

domingo, 5 de septiembre de 2010

El trabajo es sagrado y es para el hombre

Decir hay que trabajar, en una sociedad que no se caracterizaba por amar el trabajo como esfuerzo, era, sin duda, un acto de valentía.
El apóstol Pablo tuvo esa valentía. Al hacerlo, con su ejemplo y con su palabra. Digo el ejemplo, porque él, aun cuando tenía el derecho a ser sostenido por la comunidad cristiana (era un “obrero” de la evangelización), prefería ganarse su alimento con el sudor de su frente. Y digo con su palabra: “Recuerden hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Mientras les predicábamos el Evangelio de Dios, trabajábamos noche y día para no ser una carga para ninguno” (1 Tes 4, 11).
Esa sociedad era la romana.
Sabido es que la cultura romana se alimentó de la griega y de la oriental.
Para los griegos, y, por supuesto, también para los romanos, el trabajo, como esfuerzo físico, el de la artesanía y el de la siembra del campo, era para los esclavos y para los que no eran de clases ricas y encumbradas. Ellos, amaban el ocio, es decir, el tiempo libre para dedicarlo a las artes, las ciencias y la filosofía.
A ese trabajo recio, duro, los romanos lo llamaban neg-otium, es decir, no ocio, que constituía, según su parecer, lo contrario al tiempo libre.
Pablo va más allá, al afirmar que, el “que no quiera trabajar, que tampoco coma” (2 Tes 3, 10).
Claro que debemos establecer diferencias entre ocio y ociosidad. Ya respecto a ésta, San Benito alertaba diciendo que “la ociosidad es enemiga del alma”. Pablo, sin duda, la condena.
El ocio es una bendición, siempre y cuando sea para participar del descanso sabático, que, en nosotros los cristianos católicos, es el del domingo, que es el Día del Señor, que debemos dedicarlo para asistir a la Santa Eucaristía, para estar en familia, para las relaciones sociales, en fin, para crecer como persona en lo espiritual.
Pablo tiene un gran mérito que es hacer ver al trabajo bajo una nueva luz (2 Tes 3, 10). No podía ser de otra manera porque él, que fue un fariseo culto, estudioso del Antiguo Testamento, sabía que Dios fue un creador omnipotente (Gén 2, 2) y que plasmó al hombre a su imagen y semejanza. El apóstol sabía que Dios descansó al séptimo día desde el inicio de todo lo creado. Y sabía, también, que Jesús había sido un hombre de trabajo junto al banco del artesano.
Pablo quería enseñar que el trabajo era sagrado y para el hombre. Quería enseñar el Evangelio del trabajo diciendo lo que Jesús predicó: Que el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Que había que preocuparse por el alma, ya que, los tesoros de la tierra se consumen, mientras que los del cielo son imperecederos, a los cuales el hombre debe apegar su corazón (Mt 6, 19, 21).
El apóstol es un adelantado. Nos dice a los cristianos que porque sea transitoria la escena de este mundo (1 Co 7,31) no es obstáculo para dejar de cumplir cualquier tarea histórica, muchos menos del trabajo (2 Tes 3, 7 – 15).
El trabajo honrado es un instrumento eficaz contra la pobreza, pero sin idolatrarlo, porque es Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del hombre. Dios da la vida y da la muerte.
El trabajo debe ser visto por gobernantes, políticos, empresarios, trabajadores y por toda la sociedad, como motor de desarrollo económico; pero eso si, el trabajo para el hombre y no el hombre para el trabajo. Debe ser estímulo permanente para el buen gobernante el que hayan muchas, muchísimas fuentes de trabajo, honrado, digno, decoroso, donde el que quiera trabajar y esté en condiciones de hacerlo, lo haga. Que sea para obtener un salario que garantice alimento, educación, vivienda decorosa, salud y vestuario.
Habiendo mucho trabajo, se justifica aquello de que el que no quiera trabajar no coma, como afirmara el apóstol Pablo. Niños, discapacitados, ancianos, entre otros que no reúnan condiciones mentales y físicas, estarían exceptuados de hacerlo, y por justicia, hay que garantizarles su atención, entre ésta, el que coman y coman bien.