“Porque ante Dios tiene más importancia la buena intención y
el afecto con que se hacen las cosas, que las cosas que se hacen… que la
magnitud de las cosas” Tomás de Kempis.
Siguiendo al autor citado, digo con él que “lo que se hace
por amor a Dios o amor al prójimo, por pequeño o humilde que sea, es siempre
fructuoso y muy meritorio”. No perder ocasión alguna de hacer el bien. “Dios
ama a todos los hombres y mujeres de la tierra y les concede la esperanza de un
tiempo bueno, un tiempo de paz” (San Juan Pablo II año 2000).
A los que trabajan por hacer el bien, Jesucristo los llama “dichosos”
(Mt 5, 1 y ss: bienaventuranzas).
Cristo es el fundamento de la paz universal y se alegra por
su Iglesia que, todos los días, ora por la paz. El se contenta con lo mucho,
poco o poquito que con amor, hagamos por la paz, a tiempo y a destiempo. Yo
creo que es una prédica que no encaja en eso de a tiempo y a destiempo. Hay que
hacerlo siempre, sin cesar.
No es llamando a masacres y muertes ante los fracasos. Es
aceptar la realidad y pedir perdón por ellos, y por todo el daño que se haya
cometido y se siga cometiendo. En un gobernante es más exigente esa actitud de
humildad. Un llamado de esa criminal naturaleza puede revertirse en quien lo
haga.
No debemos desanimarnos ante lo difícil que es lograr la paz.
No perdamos la esperanza porque ella es posible. No permitamos el señorío del
pecado, del odio y de la violencia. Mantengamos la lucha por la paz en nuestros
corazones, oremos por ella e irradiemos la paz en nuestra presencia social
desde uno mismo y desde la familia.
San Juan Pablo II nos dijo que “frente al escenario de la
guerra – se refería al siglo XX horroso en cuanto a crímenes de guerra – el
honor de la humanidad ha sido salvado por los que han hablado y trabajado en
nombre de la paz” (Mensaje, n 4). Que no han cesado de afirmar los derechos
humanos y su solemne proclamación, la derrota de los totalitarismos, de los
colonialismos y por la victoria definitiva planetaria de la democracia. Han
creado nuevos organismos internacionales y robustecido los existentes para la
conciencia universal del valor de la no violencia y de cómo la guerra destruye.
Economías que crecen por fomentar las guerras destruyen y han
de ser condenadas por la humanidad. Lo hacen, no pocas veces, para dominar y
explotar a los demás.
“Con la guerra, la humanidad es la que pierde. Sólo desde la
paz y con la paz se puede garantizar el respeto a la dignidad de la persona
humana y de sus derechos inalienables” (Mensaje 1999).
La paz a escala planetaria, exige una nueva economía, un
nuevo concepto de desarrollo, o nuevo modelo, que garantizando el desarrollo
humano integral, garantice que las desigualdades graves e hirientes, disminuyan
o sean eliminadas, para que haya convivencia. El diálogo ha de ser universal.
Que sea bajo el imperio de la ley moral “inscrita en el corazón humano”. Es
manera de alcanzar la convivencia y moverse hacia mañana respetando el designio
divino (Juan Pablo II y su discurso con motivo de los 50 años de la ONU, 5 de
octubre de 1955, n. 3).
Es un compromiso generoso de todos, en especial
de nosotros los católicos. Construir la paz, es esencial, no es secundario.
Debemos involucrar a todos los hombres y mujeres de otras religiones, de buena
voluntad. Lo dice Juan Pablo II.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo