“La concordia genera la hermosura y el orden de las cosas;
por lo contrario, de una lucha perpetua necesariamente ha de surgir la
confusión y la barbarie” (RN)
Los artesanos habían sido dejados a su suerte y había nacido
una nueva era: La Revolución Industrial.
Los artesanos eran sustituidos por una nueva clase, el
proletariado, que era vilmente explotada. “Trabajaban” niños, mujeres, ancianos
y adultos, más de dieciocho horas al día. No había lugar para el descanso. Se
afirma que, el liberalismo, actuaba a sus anchas. La voracidad, codicia,
avaricia y usura de los empresarios era desbordada. No tenían compasión con sus
semejantes y los trataban como esclavos; lejos quedaba el respeto a la dignidad
humana. Era dantesca la cuestión social.
Obviamente, la Iglesia no podía callar ante esa cruda e in-humana
realidad, que dio origen a brotes revolucionarios de hombres que, siendo
arropados por el socialismo, caían en peores situaciones laborales. Es, en ese momento, ante los
signos de los tiempos, que es publicada la encíclica Rerum Novarum, por el papa
León XIII: un viernes 15 de mayo de 1891. Se imponían cosas nuevas, cambios políticos, que se
fundaran en la justicia.
El Papa dejaba patente su apoyo a los trabajadores, pero
afirmaba también su apoyo a la propiedad privada, planteando que, las soluciones a esa grave situación social, se lograba con la armonía, concordia, entre el
estado, los patronos y los trabajadores. La Iglesia tendría un papel
conciliador, como garante de la religión y la moral, entre esos sectores.
La Iglesia Católica estaba segura que la lucha basada en el
odio contra los ricos, de acabar con la propiedad privada de los bienes, que
estos sean comunes, llegaría a perjudicar a las propias clases obreras y a la
violencia contra los legítimos poseedores de aquellos. Además, iría contra el
derecho natural de poseer algo como propio e iría también contra la naturaleza
de las cosas, en aras de una quimérica igualdad social.
No podía ser aceptada la intervención del estado, capaz de ir
a la intimidad de los hogares. Era un
grave error, pernicioso, el ir contra la familia.
La Iglesia tenía que defender la libertad religiosa. Buscar
que el hombre rescatara la fe en Dios e inculcarle que el cristianismo tiene
una fuerza exuberante y maravillosa para lograr que patronos y trabajadores
puedan darse un abrazo de amor fraterno, acorde con el ideal de derechos y deberes
que enseña el Evangelio. ¿Si esta doctrina informara a la sociedad humana no se
acabaría rápidamente toda contienda?
Con la encíclica nace el Moderno Derecho Laboral, el respeto
a la existencia de un salario justo y suficiente, a la dignidad de los
trabajadores. Se establecía la necesidad de derechos y deberes tanto para
patronos como para trabajadores.
La Iglesia no se cansaría jamás de inculcar a
todas las clases de la sociedad las máximas vitales del Evangelio; encender en
todos, en grandes y humildes, la caridad, que es señora y reina de todas las
virtudes; el más seguro antídoto contra el orgullo y el egoísmo del mundo.
Porque la caridad es paciente, es benigna; no busca sus provechos; todo lo
sufre; todo lo sobrelleva (1Cor 13, 4-7).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por comentar.
Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo