Antes de caer la URSS y el llamado Muro de Berlín, se hablaba de dos bloques bien diferenciados ideológicamente. Uno, occidental, y el otro, oriental. Se afirmaba que el desarrollo debía ser distinto tanto al capitalismo liberal o neoliberal como al comunista o socialista basados en el colectivismo marxista.
Nada ocurrió en ese sentido. El desarrollo siguió, pero, ahora, que estamos en crisis económica global, ya resulta, fuera de lugar, hablar de liberalismo clásico o de preeminencia absoluta de mercado para solucionar los problemas sociales. Se requiere de Estado y de mercado. Y creo que, siempre, desde Adam Smith y David Ricardo, los mercadistas han procurado la intervención del Estado. Por cierto, Carlos Marx fue discípulo de ambos y admiró lo de la intervención del Estado.
Hubo “científicos” o intelectuales que hablaron del “fin de la historia”, del triunfo definitivo del capitalismo. Y ya sabemos qué pasó con esa posición, nada original en los anales de la historia.
Se impuso la globalización que, no es buena ni mala; pero que bien utilizada, con equidad y justicia, sirve para crear bienestar para todos. No se logró y el malestar en la globalización alcanzó a la inmensa mayoría de los pueblos del mundo hasta el presente. Los G-8 empezaron a ser atacados por doquier y sus reuniones eran – son - motivo de protestas mundiales.
Recientemente, afirmé que el FMI no tiene autoridad para recomendar transparencia en políticas económicas en país alguno. El libro de Joseph Stiglitz, El malestar en la globalización, está vigente, no obstante, tener varios años de publicado. Invito a leerlo y releerlo, y encontrarán en ese texto las razones de mi afirmación.
Se plantea hoy, ante la crisis económica y financiera global, un desarrollo fundado, no sólo en el progreso económico, sino un desarrollo auténtico e integral. Que esté en función, que tenga por fin, el desarrollo humano integral. En este orden de cosas, transitan Benedicto XVI, Pablo Vi y Juan Pablo II, en sus encíclicas Caritas in veritate, Populorum progressio y Solicitudo rei sociales, respectivamente, que, debemos, los cristianos católicos leer y estudiar con detenimiento.
¿Qué significó y significa aún la globalización? Para muchos países, merma de su poder, de los poderes públicos y debilitamiento – hasta la desaparición – de sus organizaciones políticas y sindicales, y, por sobre todas las cosas, mucha, muchísima, pobreza, incluso, barrida de la clase media, y por ende, alta conflictividad social e ingobernabilidad. Lo que está a la vista no necesita de anteojos.
La solución de esa crisis demanda progreso auténtico e integral, desarrollo humano integral y que los Estados “tengan nuevas formas de participación nacional e internacional que tienen lugar a través de la actuación de las organizaciones de la sociedad civil, en este sentido, que haya mayor atención y participación en la res pública por parte de los ciudadanos” (Benedicto XVI).
Nada ocurrió en ese sentido. El desarrollo siguió, pero, ahora, que estamos en crisis económica global, ya resulta, fuera de lugar, hablar de liberalismo clásico o de preeminencia absoluta de mercado para solucionar los problemas sociales. Se requiere de Estado y de mercado. Y creo que, siempre, desde Adam Smith y David Ricardo, los mercadistas han procurado la intervención del Estado. Por cierto, Carlos Marx fue discípulo de ambos y admiró lo de la intervención del Estado.
Hubo “científicos” o intelectuales que hablaron del “fin de la historia”, del triunfo definitivo del capitalismo. Y ya sabemos qué pasó con esa posición, nada original en los anales de la historia.
Se impuso la globalización que, no es buena ni mala; pero que bien utilizada, con equidad y justicia, sirve para crear bienestar para todos. No se logró y el malestar en la globalización alcanzó a la inmensa mayoría de los pueblos del mundo hasta el presente. Los G-8 empezaron a ser atacados por doquier y sus reuniones eran – son - motivo de protestas mundiales.
Recientemente, afirmé que el FMI no tiene autoridad para recomendar transparencia en políticas económicas en país alguno. El libro de Joseph Stiglitz, El malestar en la globalización, está vigente, no obstante, tener varios años de publicado. Invito a leerlo y releerlo, y encontrarán en ese texto las razones de mi afirmación.
Se plantea hoy, ante la crisis económica y financiera global, un desarrollo fundado, no sólo en el progreso económico, sino un desarrollo auténtico e integral. Que esté en función, que tenga por fin, el desarrollo humano integral. En este orden de cosas, transitan Benedicto XVI, Pablo Vi y Juan Pablo II, en sus encíclicas Caritas in veritate, Populorum progressio y Solicitudo rei sociales, respectivamente, que, debemos, los cristianos católicos leer y estudiar con detenimiento.
¿Qué significó y significa aún la globalización? Para muchos países, merma de su poder, de los poderes públicos y debilitamiento – hasta la desaparición – de sus organizaciones políticas y sindicales, y, por sobre todas las cosas, mucha, muchísima, pobreza, incluso, barrida de la clase media, y por ende, alta conflictividad social e ingobernabilidad. Lo que está a la vista no necesita de anteojos.
La solución de esa crisis demanda progreso auténtico e integral, desarrollo humano integral y que los Estados “tengan nuevas formas de participación nacional e internacional que tienen lugar a través de la actuación de las organizaciones de la sociedad civil, en este sentido, que haya mayor atención y participación en la res pública por parte de los ciudadanos” (Benedicto XVI).
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo