“Dios no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes” (Catecismo de la Iglesia, No. 1884).
Dios al crear al hombre le dio libertad y talentos; éstos, que son dones o carismas, para que los hiciera fructificar según sus iniciativas de toda índole: empresariales, culturales, políticas, religiosas, deportivas y, en fin, de todo tipo.
Para el desenvolvimiento de sus actividades, el conjunto de hombres y mujeres, comunidades, pueblos, países y naciones, principalmente los pobres, a los que se les dificulta valerse por sí mismos, requieren de ayuda, tanto de los gobiernos o Estados, como de las grandes corporaciones internacionales. Necesitan que se aplique el principio de subsidiaridad acuñado por la Iglesia Católica.
Permiso para expresar que, la Iglesia que nosotros conocemos es así soberana e independiente, frente a todos los poderes de la tierra; fuerte, segura e indestructible en su unidad interna (Pío IX).
Retomo el tema.
Que quede claro desde ya. Es ayuda, no imposición de superioridad de ningún género. Ni política ni tecnológica o financiera. Ni es esa ayuda, asistencia paternalista.
Los pueblos quieren respeto a su dignidad y no dependencia. Las personas todas, también. Exigen respeto, solidaridad y libertad.
¿Qué se entiende por subsidiaridad?
Benedicto XVI, mi admirado santo Papa, que acaba de cumplir años de edad y cinco como pontífice, al tocar el principio en referencia sostiene: Que debe “mantenerse unido al principio de la solidaridad y viceversa” (Caritas in veritate no. 58).
La subsidiaridad. Según este principio “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (Juan Pablo II carta encíclica Centesimus annus, 48).
Sabido es que el hombre es un ser social que por razones naturales necesita de la socialización y, por tanto, se relaciona con sus semejantes mediante el intercambio de numerosas e infinitas actividades. Lo hace a través de empresas, sindicatos, partidos políticos, asociaciones civiles, colegios profesionales, entre otras, instituciones.
Un fuerte intervencionismo del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales; lo mismo ocurre con alguna forma de colectivismo.
Pues bien, la subsidiaridad “traza los límites de la intervención del Estado e intenta armonizar entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional” (Catecismo, 1884). Un orden internacional donde la cooperación económica sea para el desarrollo humano integral, y no contemple solamente la dimensión económica. Ha de ser una gran ocasión para el reencuentro cultural y humano, como lo dice Benedicto XVI.
Yo afirmo, con toda la responsabilidad del caso, que el capitalismo - ¿salvaje? - y el comunismo se han dado las manos para quitarle la libertad al hombre, contra su voluntad, no permitiendo sus actividades, principalmente las económicas, para el logro de su superación o bienestar, alegando que, la competitividad es ajena a la sensibilidad por el dolor de los demás, lo cual, no es la razón de fondo de esa posición, sino netamente política y económica en beneficio de élites que se enriquecen groseramente sin importar las consecuencias en detrimento del ser humano.
“Un Estado democrático promueve una amplia participación en asociaciones e instituciones de libre iniciativa” (Catecismo, 1893). Permite la libertad.
“La comunidad política debe regular sus relaciones con la sociedad civil según el principio de subsidiaridad: es esencial que el crecimiento de la vida democrática comience con el tejido social” (Quadragesimo anno, 203).Y vuelvo con lo de la ayuda. Que se convierta en “un verdadero instrumento de riqueza”. Sólo así, las soluciones a la crisis económica y financiera global podrían encontrar soluciones llenas de justicia y equidad. Sólo así se respeta la dignidad de los pueblos, de los hombres y mujeres que sufren la pobreza en este golpeado planeta que tenemos: La Tierra.
Dios al crear al hombre le dio libertad y talentos; éstos, que son dones o carismas, para que los hiciera fructificar según sus iniciativas de toda índole: empresariales, culturales, políticas, religiosas, deportivas y, en fin, de todo tipo.
Para el desenvolvimiento de sus actividades, el conjunto de hombres y mujeres, comunidades, pueblos, países y naciones, principalmente los pobres, a los que se les dificulta valerse por sí mismos, requieren de ayuda, tanto de los gobiernos o Estados, como de las grandes corporaciones internacionales. Necesitan que se aplique el principio de subsidiaridad acuñado por la Iglesia Católica.
Permiso para expresar que, la Iglesia que nosotros conocemos es así soberana e independiente, frente a todos los poderes de la tierra; fuerte, segura e indestructible en su unidad interna (Pío IX).
Retomo el tema.
Que quede claro desde ya. Es ayuda, no imposición de superioridad de ningún género. Ni política ni tecnológica o financiera. Ni es esa ayuda, asistencia paternalista.
Los pueblos quieren respeto a su dignidad y no dependencia. Las personas todas, también. Exigen respeto, solidaridad y libertad.
¿Qué se entiende por subsidiaridad?
Benedicto XVI, mi admirado santo Papa, que acaba de cumplir años de edad y cinco como pontífice, al tocar el principio en referencia sostiene: Que debe “mantenerse unido al principio de la solidaridad y viceversa” (Caritas in veritate no. 58).
La subsidiaridad. Según este principio “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (Juan Pablo II carta encíclica Centesimus annus, 48).
Sabido es que el hombre es un ser social que por razones naturales necesita de la socialización y, por tanto, se relaciona con sus semejantes mediante el intercambio de numerosas e infinitas actividades. Lo hace a través de empresas, sindicatos, partidos políticos, asociaciones civiles, colegios profesionales, entre otras, instituciones.
Un fuerte intervencionismo del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales; lo mismo ocurre con alguna forma de colectivismo.
Pues bien, la subsidiaridad “traza los límites de la intervención del Estado e intenta armonizar entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional” (Catecismo, 1884). Un orden internacional donde la cooperación económica sea para el desarrollo humano integral, y no contemple solamente la dimensión económica. Ha de ser una gran ocasión para el reencuentro cultural y humano, como lo dice Benedicto XVI.
Yo afirmo, con toda la responsabilidad del caso, que el capitalismo - ¿salvaje? - y el comunismo se han dado las manos para quitarle la libertad al hombre, contra su voluntad, no permitiendo sus actividades, principalmente las económicas, para el logro de su superación o bienestar, alegando que, la competitividad es ajena a la sensibilidad por el dolor de los demás, lo cual, no es la razón de fondo de esa posición, sino netamente política y económica en beneficio de élites que se enriquecen groseramente sin importar las consecuencias en detrimento del ser humano.
“Un Estado democrático promueve una amplia participación en asociaciones e instituciones de libre iniciativa” (Catecismo, 1893). Permite la libertad.
“La comunidad política debe regular sus relaciones con la sociedad civil según el principio de subsidiaridad: es esencial que el crecimiento de la vida democrática comience con el tejido social” (Quadragesimo anno, 203).Y vuelvo con lo de la ayuda. Que se convierta en “un verdadero instrumento de riqueza”. Sólo así, las soluciones a la crisis económica y financiera global podrían encontrar soluciones llenas de justicia y equidad. Sólo así se respeta la dignidad de los pueblos, de los hombres y mujeres que sufren la pobreza en este golpeado planeta que tenemos: La Tierra.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo