Ninguna sociedad debería excluir a los ancianos o mayores.
Hacerlo es perder su experiencia y sabiduría.
La sociedad no tendría dignidad.
Si fuera una norma la exclusión de los mayores o ancianos, la sociedad no hubiera contado con hombres como Juan Pablo II, o de Benedicto XVI.
Juan Pablo tenía más de ochenta años al momento de su deceso físico.
Benedicto XVI está cerca de esa edad, y fíjense como es de productivo.
En Venezuela, no hubieramos tenido a dos venerables ancianos en la presidencia de la República: Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera.
Sería mezquino no reconocerles méritos como jefes de estado en momentos difíciles para el país.
No voy a hacer un recuento de personas que de avanzada edad hicieron mucho por la humanidad. No quiero abusar de los lectores.
Cierto es que las sociedades les debe respeto.
Debe escucharles.
Estimularles a seguir vivos.
Yo he pensado no jubilarme nunca. Espero ejercer mis actividades hasta que Dios disponga.
Las jubilaciones no en pocos casos, se convierten en causa de enfermedad y de muerte. Por supuesto, que siendo obligatorias nada puede hacerse.
Los gobernantes deberían impulsar políticas que permitan al jubilado ser útil para la sociedad.
Los hijos deberían cuidar a sus ancianos. Evitarles, a todo trance, la soledad.
Respecto a la soledad, decía Teresa de Calcuta, que la ¨más triste pobreza es la soledad y el sentimiento de no ser amado¨. Se muere de tristeza.
Es indudable, que el Estado de bienestar para los mayores va más allá de una pensión. Que debe ser justa y digna.
Ir más allá significa darles respeto, amor, consideración y tomarles siempre en cuenta.
Felipe González, en un artículo suyo denominado, ¨Un viejo que muere, es una biblioteca que arde¨, que le sirve de guía a estas notas, sostiene que hay que ser solidarios; ¨solidaridad entendida como algo más que redistribución de bienes materiales¨, es decir, no sólo pensión sino aprecio, amor y consideración: mucho respeto.
Es un cambio cultural. Es de la sociedad occidental tal cambio porque en otras sociedades, por ejemplo, la asiática y la africana, ¨no están en condiciones de darles una pensión, pero dan todo lo demás a los mayores y viven ¨hasta el último aliento, con la dignidad de sentirse cada día más respetados, integrados en su entorno vital¨, como afirma Felipe González, el líder socialista español.
Hacerlo es perder su experiencia y sabiduría.
La sociedad no tendría dignidad.
Si fuera una norma la exclusión de los mayores o ancianos, la sociedad no hubiera contado con hombres como Juan Pablo II, o de Benedicto XVI.
Juan Pablo tenía más de ochenta años al momento de su deceso físico.
Benedicto XVI está cerca de esa edad, y fíjense como es de productivo.
En Venezuela, no hubieramos tenido a dos venerables ancianos en la presidencia de la República: Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera.
Sería mezquino no reconocerles méritos como jefes de estado en momentos difíciles para el país.
No voy a hacer un recuento de personas que de avanzada edad hicieron mucho por la humanidad. No quiero abusar de los lectores.
Cierto es que las sociedades les debe respeto.
Debe escucharles.
Estimularles a seguir vivos.
Yo he pensado no jubilarme nunca. Espero ejercer mis actividades hasta que Dios disponga.
Las jubilaciones no en pocos casos, se convierten en causa de enfermedad y de muerte. Por supuesto, que siendo obligatorias nada puede hacerse.
Los gobernantes deberían impulsar políticas que permitan al jubilado ser útil para la sociedad.
Los hijos deberían cuidar a sus ancianos. Evitarles, a todo trance, la soledad.
Respecto a la soledad, decía Teresa de Calcuta, que la ¨más triste pobreza es la soledad y el sentimiento de no ser amado¨. Se muere de tristeza.
Es indudable, que el Estado de bienestar para los mayores va más allá de una pensión. Que debe ser justa y digna.
Ir más allá significa darles respeto, amor, consideración y tomarles siempre en cuenta.
Felipe González, en un artículo suyo denominado, ¨Un viejo que muere, es una biblioteca que arde¨, que le sirve de guía a estas notas, sostiene que hay que ser solidarios; ¨solidaridad entendida como algo más que redistribución de bienes materiales¨, es decir, no sólo pensión sino aprecio, amor y consideración: mucho respeto.
Es un cambio cultural. Es de la sociedad occidental tal cambio porque en otras sociedades, por ejemplo, la asiática y la africana, ¨no están en condiciones de darles una pensión, pero dan todo lo demás a los mayores y viven ¨hasta el último aliento, con la dignidad de sentirse cada día más respetados, integrados en su entorno vital¨, como afirma Felipe González, el líder socialista español.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo