La solidaridad entre nacionales en el extranjero.
Muy temprano. Era lunes. Juan me visitó.
El a veces se pierde.
No llama. No se sabe dónde anda; pero... él es así.
Siempre tiene algo que contar y este lunes no fue la excepción. Veamos que trae.
- Tu sabes que estando en una de esas tiendas gigantescas de Miami me pongo a conversar con una señora, como de unos cincuenta y cinco años de edad; muy simpática, atenta y buena, excelente trabajadora.
- Comencé por preguntarle por un producto. Y por allí, se inició la conversación.
- Se inicia el suspenso.
- Tu sabes Rafa, que, como en ese momento no habían más personas comprando en ese departamento de la tienda, no sé por qué razón, caímos en el tema de las situaciones de los inmigrantes. Me dice;
Usted sabe que todos los inmigrantes tenemos una historia que contar. Le cuento la mía.
-Yo me vine de mi país para casa de una madrina. Venía desesperada de la pobreza. Esta nos desvoraba y por consejo de mi madre me vine a este gran país, EEUU.
- La señora, que dijo llamarse Rosa Arámbulo, - habla Juan- siguió hablando. Yo la escuché con atención.
Dice Rosa.
- Fui bien recibida por mi madrina, sus hijas y su esposo. Al tercer día, incomodaba, lo notaba en las caras. Ese día, mi madrina se fue con sus dos hijas a Boston, para regresar el fin de semana. Pues bien, esa noche, su esposo me dijo, o te acuestas conmigo o te vas... Yo inmediatamente, recogí mi maleta y me fui. Esa noche dormí en un banco de una plaza.
-Que desesperación, que angustia..., incluso, llamé a mi madre, quien me dijo, véngase.
-Amaneció. Llegué a una cafeteria. Hablé con el señor, dueño del negocio, y no sólo me dió café y comida, sino que me presentó a su esposa, y me empleó; además, me permitió alojamiento en la propia cafetería. A nadie le falta Dios. Jamás olvidaré al señor Salazar, por cierto, tanto él como su esposa eran cubanos. De eso hacen treinta años.
- Mira Rafa, a mi se me aguaron los ojos oyéndola. Continuó.
- Me cuidaban de Inmigración, porque no tenía documentos. Al tiempo me presentaron a un amigo de éllos, también cubano, con quien terminé casandome. El es cubano americano. Hoy tenemos 26 años de casados, tenemos hijos, soy americana y soy feliz.
-Terminó diciendo. Los cubanos son solidarios entre éllos, pero los nacionales de mi patria de orígen son los principales enemigos y detractores. No son solidarios.
- Juan y cuál es la nacionalidad de la señora.
- No quizo decirme.
Muy temprano. Era lunes. Juan me visitó.
El a veces se pierde.
No llama. No se sabe dónde anda; pero... él es así.
Siempre tiene algo que contar y este lunes no fue la excepción. Veamos que trae.
- Tu sabes que estando en una de esas tiendas gigantescas de Miami me pongo a conversar con una señora, como de unos cincuenta y cinco años de edad; muy simpática, atenta y buena, excelente trabajadora.
- Comencé por preguntarle por un producto. Y por allí, se inició la conversación.
- Se inicia el suspenso.
- Tu sabes Rafa, que, como en ese momento no habían más personas comprando en ese departamento de la tienda, no sé por qué razón, caímos en el tema de las situaciones de los inmigrantes. Me dice;
Usted sabe que todos los inmigrantes tenemos una historia que contar. Le cuento la mía.
-Yo me vine de mi país para casa de una madrina. Venía desesperada de la pobreza. Esta nos desvoraba y por consejo de mi madre me vine a este gran país, EEUU.
- La señora, que dijo llamarse Rosa Arámbulo, - habla Juan- siguió hablando. Yo la escuché con atención.
Dice Rosa.
- Fui bien recibida por mi madrina, sus hijas y su esposo. Al tercer día, incomodaba, lo notaba en las caras. Ese día, mi madrina se fue con sus dos hijas a Boston, para regresar el fin de semana. Pues bien, esa noche, su esposo me dijo, o te acuestas conmigo o te vas... Yo inmediatamente, recogí mi maleta y me fui. Esa noche dormí en un banco de una plaza.
-Que desesperación, que angustia..., incluso, llamé a mi madre, quien me dijo, véngase.
-Amaneció. Llegué a una cafeteria. Hablé con el señor, dueño del negocio, y no sólo me dió café y comida, sino que me presentó a su esposa, y me empleó; además, me permitió alojamiento en la propia cafetería. A nadie le falta Dios. Jamás olvidaré al señor Salazar, por cierto, tanto él como su esposa eran cubanos. De eso hacen treinta años.
- Mira Rafa, a mi se me aguaron los ojos oyéndola. Continuó.
- Me cuidaban de Inmigración, porque no tenía documentos. Al tiempo me presentaron a un amigo de éllos, también cubano, con quien terminé casandome. El es cubano americano. Hoy tenemos 26 años de casados, tenemos hijos, soy americana y soy feliz.
-Terminó diciendo. Los cubanos son solidarios entre éllos, pero los nacionales de mi patria de orígen son los principales enemigos y detractores. No son solidarios.
- Juan y cuál es la nacionalidad de la señora.
- No quizo decirme.
Cada uno tiene una historia, cuento o novela, como lo quieran interpretar. Si a nadie le falta Dios, por qué aprieta tanto? por qué se empeña en enseñarnos por la fuerza?, quizas es la naturaleza de la vida, la decisión divina, que se le va a hacer. Debemos aprender a ser pacientes y a aceptar la voluntad tal cual y como la presente. Qué hacer, saber esperar. A veces toca en extremo duro, pero...qué respuesta tengo?, ninguna, por los momentos.
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