Han pasado más de 40 años de cuando el CELAM (Conferencia del
Episcopado Latinoamericano) realizara su Conferencia en Medellín. Ello sucedió
entre agosto y septiembre de 1968, adoptando el evento, sus actuaciones,
discursos y documentos el nombre de la ciudad que, durante muchos años, fue
escenario de crueldades producto de la violencia, convirtiéndose en la más
violenta del mundo. Dicen los que han ido últimamente a Medellín que es una
bella ciudad donde se respira paz, bienestar y prosperidad, aunada a la cultura
excelente de su gente. Colombia con altos y bajos, anda en búsqueda de la paz.
Son más de 70 años de dolor, sufrimientos, asesinatos, de una guerra que pareciera
no tener fin.
Fue un hecho religioso trascendente latinoamericano que fue
instalado por el Papa Pablo VI, convirtiéndose en el primer pontífice en
visitar a la América Latina.
Medellín es trascendente, no sólo para este continente
latinoamericano, sino para Europa y otros continentes. Medellín es deudor del
magisterio del Papa que lograra llevar al Concilio Vaticano II a su feliz
culminación. Es un testimonio de denuncia al mundo de las injusticias que, ayer
y hoy, siguen clamando al cielo. Por eso Medellín no ha quedado atrás, ni se
han superado las injusticias, y el subdesarrollo, ha bajado de nivel. La
realidad socio-económica indica flagrantes retrocesos en esta región y en el
planeta. ¿Quién se atreve a negarlo?
En Medellín se aprobaron 16 documentos para abordar tres
áreas: 1.- La promoción humana: haciéndose
énfasis, en el desarrollo, la justicia y la paz. 2.- Evangelización,
crecimiento de la fe. Esta no puede estar separada de la vida. Fe y vida
unidas. Fe que siguiendo a Cristo obra por el amor. 3.- Una Iglesia visible y
con nuevas estructuras. Movimiento de laicos. Sacerdotes. Pobreza de la Iglesia.
Medellín es fiel a Populorum Progressio, va a unir tres
términos: desarrollo, justicia y paz. Al hablar de desarrollo se recurre a un
término, devaluado en mi concepto, “subdesarrollo”. Hemos retrocedido. Medellín
pudiera ser Venezuela, por ej., donde la frustración se capta al instante,
diáspora, emigrantes creciendo a diario en número, violencia, asesinatos,
extorsiones, secuestros, drogas, corrupción, desabastecimiento, colas
infamantes para compras de lo que escasea en alimentos y medicinas, inflación
la más alta del mundo; desigualdades hirientes; opresión; poder injusto;
tensiones nacionales e internacionales…, sin justicia no hay paz; sin amor no
hay paz; paz es fraternidad; fraternidad que viene del Príncipe de la Paz que
quiere la reconciliación de todos los hombres con Dios.
A todas luces hay religiosos que se les asocia a los ricos,
que no han asumido la pobreza no como la contraria a la voluntad de Dios, que
es un mal; sino como vida sin lujos, sin ostentación, sin apego al dinero o a
la riqueza, o como compromiso voluntario para testimoniar lo que sufre el
pobre, el marginado y la creciente ola gigantesca de indignados que, en toma de
conciencia, denuncian estos tipos de conducta que alejan en vez de atraer e
incrementan la violencia.
Medellín condena tanto al liberalismo como al marxismo.
Condena la violencia. Busca la purificación en el espíritu del Evangelio;
rechaza la violencia revolucionaria que no es cristiana ni evangélica.
¿Se ha
quedado atrás Medellín? ¿Las injusticias y las desigualdades se han por lo
menos aminorado? Responda usted apreciado lector o apreciada lectora.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo