Era enero de 1973, cuando, la Conferencia Episcopal Española,
dictó la Instrucción Pastoral, titulada, La Iglesia y la Comunidad Política
(20-1-1973). Podría afirmarse que, la larga dictadura del General Franco,
llegaba a su fase final (1969-1975).
El régimen franquista era monocolor. Crecía, de manera
incontenible, la oposición, no obstante, la feroz represión expresada en
estados de excepción, de presos políticos, supresión de la autonomía universitaria,
cierre de diarios, como “Madrid”, pero, también de indultos forzados por la
presión interna e internacional de los principales políticos implicados en el
asunto MATESA.
Con esa Instrucción, documento que mueve la historia más allá
de su presente, la Iglesia Católica española quería aplicar las enseñanzas del
Concilio Vaticano II a la situación política española. Ya la psicología de la
Iglesia comienza a cambiar. Se plantea la necesaria revisión del Concordato de
1953, normativo de las relaciones Iglesia-Estado.
Son tensas las relaciones entre ambas instituciones. La
Iglesia se distanciaba, cada día más, del régimen autoritario de Franco. Los
sacerdotes encarcelados aumentaban. Todo por exponer en sus homilías la
enseñanza social y política de la Iglesia. Los movimientos apostólicos seglares
superaban en número, abiertamente, a la Falange y a los partidos políticos.
Los obispos habían expresado la necesidad de corregir la
injusta distribución de la riqueza, causa de hirientes e indignas desigualdades
humanas, de avanzar hacia la democracia, controlar el poder y gasto público por
parte de los ciudadanos. ¿Cómo podía ser católica una sociedad donde no se
respetaba la dignidad humana al no haber una justa distribución de la riqueza?
Lo social no escapaba del conflicto en
medio de una tranquilidad que, para muchos, constituía “la paz de los sepulcros”.
Sabido es que todo progreso es resultado de una necesaria tensión histórica
porque nunca existirá tranquilidad absoluta, ni seguridad del mismo tenor.
Mater et Magistra, encíclica del Papa, San Juan XXIII, del
13-7-1962, planteaba – lo sigue haciendo
con vigencia desprovista de dudas al respecto – a los gobernantes, a la
autoridad, su deber de servir al bien común y de observar el principio de
subsidiaridad que ejecutado enaltece la moral, la ética y la dignidad de las
personas, de los pueblos, y los protege de populismos y asistencialismos que
les destruye.
Eran tiempos de cambios que se aproximaban en España. De
reformas, no sólo económicas sino también políticas, de darle información al
pueblo, abriendo canales de participación y de libertad. Ya vendrían tiempos
felices para España. Los tiempos de Felipe González y su rol protagónico junto
a otras personalidades políticas que jugaron igual rol.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo