Nunca me cansaré de repetir que ninguna gracia tiene que sólo
amemos a nuestros amigos. Sería la negación de Cristo, que no vino a
discriminar a nadie ni a juzgar a ninguno. Llegó a la tierra, a servir, a no
ser servido, y a salvar a la humanidad pecadora. No dejará de ser actual su
mensaje de justicia, paz, amor, concordia, fraternidad, solidaridad y
misericordia. Si preferencia tenía era por el que sufre, en especial, por los
pobres.
Quiere Nuestro Señor Jesucristo – Dios con nosotros – que
tanto creyentes como no creyentes (Todos somos sus hijos) respetemos la
dignidad del hombre, la fraternidad y el amor, como valores universales. Es un
llamado permanente dirigido a hombres y mujeres de buena voluntad.
Ese llamado es trascendente porque tiene un soporte poderoso:
la palabra de Dios y el espíritu del Evangelio de Jesús. Su ayuda para llevar a
Cristo a la humanidad entera es valioso, bajo la dirección de los pastores.
El diálogo entre los hombres debe ser sincero. Tanto en el
seno de la Iglesia, en aras de la concordia y la unidad, y debe producirse
entre pastores y fieles. El mundo necesita para caminar en la construcción de
la paz la unidad de todos los cristianos, y desde ella, estar avanzando hacia
el diálogo con otras religiones, incluso, con quienes persiguen a los
cristianos. La paz mundial impone, en su consecución, sacrificios. Dichosos los
que trabajan por la paz.
La voluntad de Dios no es la guerra, ni la violencia, ni el
irrespeto al carácter sagrado de la vida, del matrimonio y de la familia. Es su
voluntad que amemos a Cristo, y lo veamos a él en todos los hombres, que, por
ser hijos de Dios, son nuestros hermanos.
La Iglesia está al día, al tanto de lo que sucede en este
mundo convulsionado por estructuras de pecado que van contra la familia, sus
gozos y esperanzas; le acompaña unión atendiendo a su carácter misionero. Sufre
con los sufrimientos de la familia. Está en aggiornamento, como diría el Papa
Juan XXIII, a inicios de la década del 60, del siglo XX, cuando convocara al
Concilio Vaticano II. A la Iglesia le apesta la corrupción, las esclavitudes “modernas”,
consecuencias de la falta de moral y ética, de rechazo de Dios, que se
manifiesta en las distintas actividades humanas (Léase Evangelii Gaudium de
Francisco; léase también, la Exhortación de la CEV del 12 de enero de 2015). Pulula el lujo con dineros en abundancia mal
habidos en medio de la pobreza y miseria de los pueblos.
Valoremos la dignidad de la persona humana y no seamos
indiferentes ante su dolor y sufrimientos, efectos de numerosas injusticias.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo