Ante las difíciles circunstancias, innumerables problemas,
conflictos, violencia, guerras, persecuciones, intolerancia. Injusticias,
hambrunas, corrupción, ilícitos de todo pelaje, desconocimiento de la libertad
religiosa, tráfico de drogas, esclavitudes modernas, entre numerosas
situaciones dramáticas más, que se “viven” en el planeta, la Iglesia y su
pueblo – el pueblo de Dios – los católicos no podemos permanecer indiferentes
en el ámbito de las correspondientes responsabilidades.
Por tanto, ni en el plano nacional ni internacional podemos
lavarnos las manos como Pilatos. Francisco, nuestro Santo Papa, ha reiterado
que quiere una Iglesia en salida y accidentada y no una Iglesia enferma,
ensimismada o encasillada en sus muros, o en otras palabras, quiere que todos
participemos aportando soluciones para la vida, para la justicia y la paz. Que
seamos parte de la solución, no del problema. Ningún aporte es chiquito. Todos
son indispensables para la existencia de una sociedad mundial mejor, llena de
la presencia de Jesucristo, el salvador del mundo.
Nuestra única confianza, como católicos que somos, es Dios,
para mantenernos fieles en la fe cristiana.
Para lograr esto último, hay que tener una estrecha y cordial comunión
con la Iglesia y con la interpretación de las enseñanzas del Evangelio
realizada auténticamente por ella. Seguir la Patrística, la Tradición, el
Magisterio de nuestra amada Iglesia.
Hay numerosas situaciones que, junto con las señaladas, nos
llevan al miedo. “No tengáis miedo”, era una arenga permanente de San Juan
Pablo II, y sin miedo, o con miedo, sin dejarnos paralizar por éste, debemos
estar en convivencia con la libertad, en democracia – que debemos defender
siempre – sin indiferencia, con discernimiento para no dejarnos confundir nunca,
ante discursos vacíos, repetitivos, que sólo sirven para alienar al hombre y
alimentarlo de ilusiones, que son ajenas a la verdad.
Los católicos debemos anunciar a Jesucristo, seguir su
Evangelio. El quiere que “adoremos al Padre en el Espíritu y en la verdad.
Porque esos son los adoradores que busca el Padre. Dios es Espíritu y los que
lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24).
Alimentados por la fe en Cristo, guiados por ella, iluminados
por el Espíritu de Dios, debemos desarrollar nuestras propias potencialidades,
carismas, dones, recursos, capacidades y las del mundo, cuando existen
realidades dolorosas. Orientarlas,
dirigiéndolas al Reino del Padre. Afirmando al hombre, su valor absoluto y exaltando
de manera radical y plena su dignidad inviolable de persona humana. Dentro del
respeto a las libertades – entre ellas la religiosa – y de los derechos
humanos, en un Estado de Derecho, de separación de poderes, de gobernabilidad
que garantice la paz, la convivencia y el respeto de la vida.
Tenemos responsabilidades como sacerdotes, religiosos,
laicos, para la formación religiosa. Con la conciencia de libertad que no puede
prescindir de responsabilidad moral, y que va más allá, abarcando a todos los
ciudadanos y dirigentes.
Podría seguir extendiendo el tema; pero mi
esperanza es que estas ideas lleguen a los jóvenes, verdaderos motores de la
libertad. Más de uno ha pagado con su vida por defenderla. Dios les bendiga,
ampare y proteja. Nosotros apoyemos a nuestros jóvenes. Hagamos todo lo que
esté a nuestro alcance para su formación plena. Venezuela lo reclama.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo