Yo recuerdo que cuando era un niño, asistía a clases en el colegio público donde estudié. Se trataba del Grupo Escolar Nacional General Rafael Urdaneta, ubicado en la Urbanización Urdaneta, en Maracaibo; urbanización construida por la administración o el gobierno del General Isaías Medina Angarita. En esa urbanización nací.
Asistía a clases puntualmente. Nunca hubo un día sin clases. Los maestros no fallaban. Si, por enfermedad o por cualquier otra causa, algún alumno no asistía, el maestro iba a casa del estudiante a averigüar qué le pasó. Los maestros ganaban poco y tenían un gran respeto del pueblo. No puedo olvidar a Trino Castellano, al bachiller Molero, al maestro Méndez, a Manuelito Andrade, a Elvia de Andrade, a Trina Araujo, entre otros, que eran muy queridos, apreciados y respetados. Nunca hubo una huelga. Y como se aprendía de esos educadores. Había clases de música, con piano incluido. Los salones de clase siempre ordenados y pulcros. Había salón para representaciones artísticas. Un área para hacer deportes. Muchos árboles en sus terrenos.
El Día Nacional del Arbol, un bus nos llevaba a rendirle homenaje a los árboles. Nunca he olvidado la letra de la canción dedicada al árbol: ¨Al árbol debemos solícito amor. Jamás olvidemos que es obra de Dios...¨
Los sanitarios del colegio siempre limpios.
Nunca hubo alguien que atracara a un alumno. No se iba con miedo al colegio.
Recuerdo que en nuestra casa dormíamos con las ventanas abiertas y jamás alguien se metió a robar.
Gozaba un puyero con los primeros programas de televisión. Era sana la tv y El Observador Creole y el Reporter Esso eran buenos noticieros.
A cualquier hora podía uno andar por los caminos, calles , de Venezuela y nunca, jamás, andaba uno aterrorizado por ser atracado o por ser baleado para robarle el carro, unos zapatos o unas botas o un dinero.
Maracaibo escuchaba a Armando Molero a las once y treinta de la mañana. Se almorzaba. Y a la una de la tarde se pegaba de nuevo, a trabajar. Los carritos por puesto eran puntuales y los buses también. El agua y la luz en la casa nunca falló.
Los maestros eran respetados. Enfatizo.
Los hospitales el Central y el Chiquinquirá funcionaban a cabalidad. Eran atendidos por monjitas y eran modelos de pulcritud y eficiencia.
¿ Saben quién gobernaba en Venezuela ? El general Marcos Pérez Jiménez. Y había un buen Poder Judicial de jueces probos y capaces.
Era una dictadura.
Yo no soy dictador pero ! carajo ! yo no quiero este relajo, este desorden, esta inseguridad, que vive ¿ vive ? Venezuela.
Un gobierno que no garantice la paz, la seguridad jurídica de personas y bienes, que no asegure el orden, que no sea capaz de asegurar comida sana y barata, que después de diez años descubra que hay un fracaso en materia de salud, que no proteja la vida de las personas, y tenga al país sumido en el miedo y en el terror, y en la destrucción de sus servicios, de carreteras... no tiene razón de existir. Debería renunciar. RENUNCIAR.
Asistía a clases puntualmente. Nunca hubo un día sin clases. Los maestros no fallaban. Si, por enfermedad o por cualquier otra causa, algún alumno no asistía, el maestro iba a casa del estudiante a averigüar qué le pasó. Los maestros ganaban poco y tenían un gran respeto del pueblo. No puedo olvidar a Trino Castellano, al bachiller Molero, al maestro Méndez, a Manuelito Andrade, a Elvia de Andrade, a Trina Araujo, entre otros, que eran muy queridos, apreciados y respetados. Nunca hubo una huelga. Y como se aprendía de esos educadores. Había clases de música, con piano incluido. Los salones de clase siempre ordenados y pulcros. Había salón para representaciones artísticas. Un área para hacer deportes. Muchos árboles en sus terrenos.
El Día Nacional del Arbol, un bus nos llevaba a rendirle homenaje a los árboles. Nunca he olvidado la letra de la canción dedicada al árbol: ¨Al árbol debemos solícito amor. Jamás olvidemos que es obra de Dios...¨
Los sanitarios del colegio siempre limpios.
Nunca hubo alguien que atracara a un alumno. No se iba con miedo al colegio.
Recuerdo que en nuestra casa dormíamos con las ventanas abiertas y jamás alguien se metió a robar.
Gozaba un puyero con los primeros programas de televisión. Era sana la tv y El Observador Creole y el Reporter Esso eran buenos noticieros.
A cualquier hora podía uno andar por los caminos, calles , de Venezuela y nunca, jamás, andaba uno aterrorizado por ser atracado o por ser baleado para robarle el carro, unos zapatos o unas botas o un dinero.
Maracaibo escuchaba a Armando Molero a las once y treinta de la mañana. Se almorzaba. Y a la una de la tarde se pegaba de nuevo, a trabajar. Los carritos por puesto eran puntuales y los buses también. El agua y la luz en la casa nunca falló.
Los maestros eran respetados. Enfatizo.
Los hospitales el Central y el Chiquinquirá funcionaban a cabalidad. Eran atendidos por monjitas y eran modelos de pulcritud y eficiencia.
¿ Saben quién gobernaba en Venezuela ? El general Marcos Pérez Jiménez. Y había un buen Poder Judicial de jueces probos y capaces.
Era una dictadura.
Yo no soy dictador pero ! carajo ! yo no quiero este relajo, este desorden, esta inseguridad, que vive ¿ vive ? Venezuela.
Un gobierno que no garantice la paz, la seguridad jurídica de personas y bienes, que no asegure el orden, que no sea capaz de asegurar comida sana y barata, que después de diez años descubra que hay un fracaso en materia de salud, que no proteja la vida de las personas, y tenga al país sumido en el miedo y en el terror, y en la destrucción de sus servicios, de carreteras... no tiene razón de existir. Debería renunciar. RENUNCIAR.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo