“A mi fiel
compañero, le pido que las ayudes, no olvides que ellas lucharon conmigo al
servicio de la Buena Noticia, con Clemente y mis demás colaboradores; sus
nombres están escritos en el libro de la vida” (Fil 4, 3)
Ya en las
postrimerías de 1965, Pablo VI, recientemente declarado Beato, dictó un decreto
que trata sobre el Apostolado de los Laicos, cuyo título en latín es
Apostolicam Actuositatem.
La finalidad
de ese dictado papal fue la de intensificar más la actividad apostólica del
Pueblo de Dios, que nunca puede faltar en la Iglesia.
La Biblia nos
enseña que esta actividad laical se remonta a los orígenes de la Iglesia (cf.
Act, 11, 19-21; 18, 26; Rom 16, 1-16).
Razones, más
que suficientes, justifican el aumento de la actividad laical o seglar. El
Espíritu Santo inclina a los laicos a hacer una vida apostólica. A propagar el
Reino de Cristo para la gloria de Dios Padre.
El Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia, crece con “la operación propia de cada uno de sus
miembros” (Ef 4, 16) según la capacidad de cada quien y de acuerdo con la
diversidad de ministerios; pero con única misión: Evangelizar y santificar a
todos los hombres y mujeres de la tierra. Además, el laico debe desempeñar una
vida ciudadana ejemplar, santificar el orden temporal.
El fundamento
de la actividad de los laicos es la unión con Cristo Cabeza. Por el bautismo y
la confirmación son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe 2,
4-10).
El laicado se
ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo
en todos los miembros de la Iglesia. El es administrador de la multiforme de la
gracia de Dios (1 Pe 4, 10), para edificar todo el Cuerpo en la caridad.
El laico debe
hacer el bien, no perder oportunidad de hacerlo y rechazar e mal, expresado en
el pecado. Hacer un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad. Actuar
movidos por la luz de Cristo, buscando la voluntad de Dios en toda
circunstancia y en todos los acontecimientos, contemplando a Cristo en todos
los hombres, sean deudos o extraños, y juzgando rectamente sobre el sentido y
el valor de las cosas materiales en sí mismas y en consideración al fin del
hombre.
La
espiritualidad del laico debe tomar una nota característica del estado de
matrimonio y de familia, de soltería o viudez, de ancianidad (El santo Papa Francisco
anda cerca de 80 años), de jubilado o pensionado, de joven, de enfermedad,
actividad profesional y social. Ha de estar capacitándose, en constante
formación cristiana y profesional o ciudadana; alimentando la fe en Cristo y
conociendo al dedillo su religión cristiana católica.
El laico ha
de impregnar del espíritu evangélico al orden temporal local, regional,
nacional e internacional con voz profética, sin miedo.
Sacerdotes y
laicos se complementan. Han de actuar en relaciones de respeto y comprensión
recíprocos.
Los laicos han de hacer vida parroquial,
diocesana y pertenecer a grupos de apostolado o asociaciones de la Iglesia. No
llevar una vida aislada o de apostolado individual.
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Rafael Inciarte Bracho
Escritos en el Tiempo